3/28/2014

¡Autogestión obrera en Pemex!





Los voraces grupos dominantes económicos y políticos están ansiosos por culminar con la privatización furtiva que ha venido carcomiendo a Pemex y la CFE. La industria energética es la fuente de multimillonarias ganancias que el capital está deseoso de acumular lo más pronto posible sólo para él mismo. La renta petrolera es, de lejos, al nivel mundial el origen de las riquezas más fabulosas del sistema capitalista. El petróleo es la sangre misma del sistema, la mercancía de mercancías por antonomasia que lo mueve. El despojo al patrimonio nacional con la “reforma energética” no sería posible sin los “líderes” del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana (STPRM) y del Sindicato Único de Trabajadores Electricistas de la República Mexicana (SUTERM). Carlos Romero Deschamps y Víctor Fuentes del Villar son los operadores gremiales más importantes del proceso de privatización del sector energético. Gansters sindicales, intocables dentro del régimen político prestando un gran servicio al Estado, cual representante general –el capitalista colectivo– del gran empresariado local y extranjero. El desarrollo del capital en México es inexplicable sin el caciquismo sindical, especialmente en la era del capitalismo salvaje, depredador voraz de los derechos laborales.

Estos líderes charros no son traidores a los miles de trabajadores petroleros y electricistas por la sencilla razón de que nunca han sido sus auténticos representantes; nunca han sido sus verdaderos dirigentes defendiendo los intereses laborales, salariales y políticos. A partir de los años veinte posrevolucionarios del siglo pasado la mayoría de los líderes obreros son parte incipiente de la estructura del poder estatal. El “movimiento obrero mexicano” ha sido castrado políticamente por el Estado; enajenado como clase al capital es “un proletariado sin cabeza”, decía José Revueltas; o sea, sin conciencia ni organización política clasista independiente. 

El charrismo sindical es el corporativismo gremial supeditado al Estado y si en su forma embrionaria surge a finales del régimen cardenista su consolidación se da en 1948 con Miguel Alemán Valdés, uno de “los Cachorros de la Revolución”, como lo denominó Vicente Lombardo Toledano, uno de los gansters de Stalin en México. El corporativismo gremial autoritario, el caciquismo sindical, es la principal correa política estatal para someter a los trabajadores; es el instrumento de poder más valioso para controlar al proletariado mexicano. José Alfonso Bouzas, de la UNAM, afirma que el corporativismo sindical deriva de la relación Estado-sindicatos-empresarios de una ley de 1931; con base en ella, los líderes sindicales se apropian de los derechos de los trabajadores y los usufructúan en su beneficio. Es un “cáncer” político: líderes eternos, no rendición de cuentas, no voto abierto, una dirigencia que suele ser intocable; hasta que el gatopardismo estatal decide quitarles la impunidad y reemplazarlos para que todo siga igual.

No hay líderes charros pobres, la mayoría son millonarios o multimillonarios, a diferencia de los verdaderos obreros. Romero Deschamps es emblemático del sindicalismo espurio. Nació en 1944 en Tampico. Ingreso a “trabajar” a mediados de los años 60 a Pemex e inició sus jaripeos charriles en 1971 en la refinería de Salamanca cuando se ganó la confianza política, siendo chofer y mandadero, de Joaquín Hernández Galicia La Quina. Priista desde 1961, inició su ascenso en 1993 como Secretario General del STPRM con Carlos Salinas de Gortari. 

Ha sobrevivido a dos Pemexgate, escándalos financieros multimillonarios dentro de la inmundicia de corrupción de la mayor empresa del país con casi 150 mil trabajadores –117 mil sindicalizados y 30 mil de confianza–, nos dice el periodista Francisco Cruz Jiménez en su libro Los Amos de la Mafia Sindical. Es uno de los hombres más ricos de México. Ha mantenido su impunidad merced al PRI y al PAN y ha sido reelegido ilegalmente con la protección de estos gobiernos patronales. Su fortuna le ha permitido ser accionista de Banorte, contratista y consejero directivo de Pemex, dueño de grandes bienes inmobiliarios y un yate de lujo, es senador del PRI desde el año 2000 y ahora es protegido por Enrique Peña Nieto. Es un jeque petrolero manejando su Ferrari con sombrero de charro. Los “ajustes laborales”, próximos despidos de miles de petroleros, tienen su aprobación.

Para la urgente renacionalización de Pemex es necesaria la autogestión obrera de Pemex. La alternativa soberana y revolucionaria, la única posible de detener la ofensiva del gran capital, sólo puede provenir de una movilización popular democrática e independiente, cuyo eje fundamental son los trabajadores, en primer lugar los petroleros y sus aliados naturales, los trabajadores electricistas, también en la mira privatizadora de Peña.

 El STPRM y el SUTERM maniatados por los poderosos charros parecen impotentes ante la situación. Sin embargo, un sector se mueve en resistencia; los trabajadores de estas industrias tienen en sus manos la llave de la solución favorable para los intereses nacionales: evitar la vuelta de las petroleras imperialistas a 1938, evitar la total reprivatización. Su acción que reivindicaría su protagonismo como actores esenciales en el conflicto potencial, romperá los planes neoliberales gubernamentales. Su organización autónoma, democrática e independiente pondrá en jaque a los charros y se proyectará en una lucha que no puede sino encaminarse a la huelga. Los trabajadores petroleros en 1937-38 con sus huelgas y movilizaciones fueron quienes determinaron finalmente la decisión del gobierno de Cárdenas de expropiar a las compañías inglesas y estadounidenses. 76 años después la crisis y la situación de la lucha nacional y proletaria está convocando al protagonismo de los trabajadores petroleros, electricistas y de sus aliados en general, el proletariado mexicano.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.


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