Los
voraces grupos dominantes económicos y políticos están ansiosos por
culminar con la privatización furtiva que ha venido carcomiendo a Pemex
y la CFE. La industria energética es la fuente de multimillonarias
ganancias que el capital está deseoso de acumular lo más pronto posible
sólo para él mismo. La renta petrolera es, de lejos, al nivel mundial
el origen de las riquezas más fabulosas del sistema capitalista. El
petróleo es la sangre misma del sistema, la mercancía de mercancías por
antonomasia que lo mueve. El despojo al patrimonio nacional con la
“reforma energética” no sería posible sin los “líderes” del Sindicato
de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana (STPRM) y del
Sindicato Único de Trabajadores Electricistas de la República Mexicana
(SUTERM). Carlos Romero Deschamps y Víctor Fuentes del Villar son los
operadores gremiales más importantes del proceso de privatización del
sector energético. Gansters sindicales, intocables dentro del régimen
político prestando un gran servicio al Estado, cual representante
general –el capitalista colectivo– del gran empresariado local y
extranjero. El desarrollo del capital en México es inexplicable sin el
caciquismo sindical, especialmente en la era del capitalismo salvaje,
depredador voraz de los derechos laborales.
Estos líderes charros
no son traidores a los miles de trabajadores petroleros y electricistas
por la sencilla razón de que nunca han sido sus auténticos
representantes; nunca han sido sus verdaderos dirigentes defendiendo
los intereses laborales, salariales y políticos. A partir de los años
veinte posrevolucionarios del siglo pasado la mayoría de los líderes
obreros son parte incipiente de la estructura del poder estatal. El
“movimiento obrero mexicano” ha sido castrado políticamente por el
Estado; enajenado como clase al capital es “un proletariado sin
cabeza”, decía José Revueltas; o sea, sin conciencia ni organización
política clasista independiente.
El charrismo sindical es el
corporativismo gremial supeditado al Estado y si en su forma
embrionaria surge a finales del régimen cardenista su consolidación se
da en 1948 con Miguel Alemán Valdés, uno de “los Cachorros de la
Revolución”, como lo denominó Vicente Lombardo Toledano, uno de los
gansters de Stalin en México. El corporativismo gremial autoritario, el
caciquismo sindical, es la principal correa política estatal para
someter a los trabajadores; es el instrumento de poder más valioso para
controlar al proletariado mexicano. José Alfonso Bouzas, de la UNAM,
afirma que el corporativismo sindical deriva de la relación
Estado-sindicatos-empresarios de una ley de 1931; con base en ella, los
líderes sindicales se apropian de los derechos de los trabajadores y
los usufructúan en su beneficio. Es un “cáncer” político: líderes
eternos, no rendición de cuentas, no voto abierto, una dirigencia que
suele ser intocable; hasta que el gatopardismo estatal decide quitarles
la impunidad y reemplazarlos para que todo siga igual.
No hay
líderes charros pobres, la mayoría son millonarios o multimillonarios,
a diferencia de los verdaderos obreros. Romero Deschamps es emblemático
del sindicalismo espurio. Nació en 1944 en Tampico. Ingreso a
“trabajar” a mediados de los años 60 a Pemex e inició sus jaripeos
charriles en 1971 en la refinería de Salamanca cuando se ganó la
confianza política, siendo chofer y mandadero, de Joaquín Hernández
Galicia La Quina. Priista desde 1961, inició su ascenso en 1993
como Secretario General del STPRM con Carlos Salinas de Gortari.
Ha
sobrevivido a dos Pemexgate, escándalos financieros
multimillonarios dentro de la inmundicia de corrupción de la mayor
empresa del país con casi 150 mil trabajadores –117 mil sindicalizados
y 30 mil de confianza–, nos dice el periodista Francisco Cruz Jiménez
en su libro Los Amos de la Mafia Sindical. Es uno de los
hombres más ricos de México. Ha mantenido su impunidad merced al PRI y
al PAN y ha sido reelegido ilegalmente con la protección de estos
gobiernos patronales. Su fortuna le ha permitido ser accionista de
Banorte, contratista y consejero directivo de Pemex, dueño de grandes
bienes inmobiliarios y un yate de lujo, es senador del PRI desde el año
2000 y ahora es protegido por Enrique Peña Nieto. Es un jeque petrolero
manejando su Ferrari con sombrero de charro. Los “ajustes laborales”,
próximos despidos de miles de petroleros, tienen su aprobación.
Para
la urgente renacionalización de Pemex es necesaria la autogestión
obrera de Pemex. La alternativa soberana y revolucionaria, la única
posible de detener la ofensiva del gran capital, sólo puede provenir de
una movilización popular democrática e independiente, cuyo eje
fundamental son los trabajadores, en primer lugar los petroleros y sus
aliados naturales, los trabajadores electricistas, también en la mira
privatizadora de Peña.
El STPRM y el SUTERM maniatados por los
poderosos charros parecen impotentes ante la situación. Sin embargo, un
sector se mueve en resistencia; los trabajadores de estas industrias
tienen en sus manos la llave de la solución favorable para los
intereses nacionales: evitar la vuelta de las petroleras imperialistas
a 1938, evitar la total reprivatización. Su acción que reivindicaría su
protagonismo como actores esenciales en el conflicto potencial, romperá
los planes neoliberales gubernamentales. Su organización autónoma,
democrática e independiente pondrá en jaque a los charros y se
proyectará en una lucha que no puede sino encaminarse a la huelga. Los
trabajadores petroleros en 1937-38 con sus huelgas y movilizaciones
fueron quienes determinaron finalmente la decisión del gobierno de
Cárdenas de expropiar a las compañías inglesas y estadounidenses. 76
años después la crisis y la situación de la lucha nacional y proletaria
está convocando al protagonismo de los trabajadores petroleros,
electricistas y de sus aliados en general, el proletariado mexicano.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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