Octavio Rodríguez Araujo
La Jornada
Hace menos de 20 días se llevó a cabo la
última reunión del Foro Social Mundial (FSM), esta vez en Montreal,
Canadá. En el foro estuvo presente la Marcha Mundial de las Mujeres con
un mensaje de gran actualidad a raíz del debate por lo ocurrido con
mujeres islámicas vestidas con chador (que no burka) en las playas del
sur de Francia. Una de sus condenas es al
patriarcado, sistema milenario de desigualdades, explotación, privilegios, discriminaciones, valores, normas, políticas, por el que la autoridad y el poder recae en los hombres y en lo masculino, basado en la premisa de una supuesta inferioridad natural de las mujeres en tanto que seres humanos, que lleva a una estratificación en la cual ellas ocupan un papel inferior, un sistema que genera violencias(Desde 2007, en su Carta Mundial de las Mujeres para la Humanidad, ya habían afirmado su oposición a que un ser humano pertenezca a otro: las mujeres a los hombres.)
Tiende a asociarse el burka, el chador, el niqab y el hiyab, usados
por muchas mujeres, con el islamismo. Pero en no pocos casos dichas
vestimentas son preislámicas, siglos antes del nacimiento de Mahoma,
como es el caso de los pastunes en lo que hoy es Afganistán y Pakistán.
Tampoco puede decirse que siempre y en todos los casos se trate de una
imposición de los hombres sobre las mujeres, aunque en general así ha
sido, comenzando con los mencionados pastunes, y más cuando fueron
asimilados al islamismo extremista. En las dictaduras teocráticas
musulmanas, al igual que entre los más extremistas del Islam, es un
hecho incontrovertible. En los países incluso monárquicos de población
musulmana, pero de gobiernos más o menos liberales (Jordania y
Marruecos, por ejemplo), el uso del velo en la cabeza (hiyab) e incluso
del burka o del niqab o el chador (que cubren todo el cuerpo y
normalmente también el rostro), es opcional. Durante el gobierno de la
dinastía Pahlaví en Irán (1941-1979), las mujeres vestían incluso con
minifalda y sin nada cubriendo el pelo. Con la
república islámicainstaurada por Jomeini en 1979, se impuso el vestido que cubre cuerpo y pelo, y en ciertas circunstancias también la cara.
Con los talibanes en Afganistán y Pakistán, que en su mayoría son
pastunes-musulmanes, el burka se volvió una prenda obligatoria para las
mujeres de las poblaciones bajo su dominio. El burka, para evitar
confusiones, es una túnica con una rejilla de la misma tela frente a los
ojos. Pero no sólo es un vestido, sino que tiene relación con otras
restricciones que van más allá de las intenciones protectoras y
tradicionales de los pastunes preislámicos. La periodista Aina Díaz
publicó un interesante artículo titulado Burkas y burkinis .
El dulce triunfo del patriarcado islámico
(InfoLibre.es, 20/8/16), en el que señala que “el uso del burka llevaba
aparejada la exclusión social de las mujeres afganas. Los talibanes les
prohibieron trabajar, ir a la escuela o universidad, tener sanidad,
acudir a hospitales, leer, salir a la calle sin ir acompañadas por un
hombre de su familia… Las clínicas donde daban a luz tenían prohibido
tener insumos médicos para atender a las parturientas. Sin anestesia se
realizaban la mayoría de las cesáreas. Las cirujanas a las que dejaban
operarlas debían operar con burka. El uso del burka, del niqab o del
chador implica una dependencia total de la mujer hacia el hombre. El
maltrato físico y síquico es constante. Una disputa se arregla con una
paliza. Bajo un burka sobrevive la propiedad de un hombre. Ninguna mujer
libre elige vivir así”. (Recomiendo, a propósito y ampliamente, la
lectura de la estremecedora novela Mil soles espléndidos, de
Khaled Hosseini, editada por Salamandra.) Y ciertamente, las mujeres
dominadas por los hombres, convertidas en objetos de su propiedad y
vestidas
para protegerlasincluso de las miradas de otros, no son libres en ningún sentido, ni siquiera para protestar, y algunas ni siquiera para conservar su clítoris, ya que se les practica la ablación (mutilación genital femenina) para que no tengan placer sexual.
Los llamados burkinis, inventados por una australiana
como trajes de baño para las mujeres musulmanas supuestamente
ortodoxas, son un ingenioso negocio de su inventora, pero no un símbolo
de afirmación religiosa y cultural en el mundo occidental. Es más bien
una manera de reproducir en Occidente, sea en las playas de Francia o en
las grandes tiendas de Londres, París o Milán, el sometimiento de que
son objeto en sus sociedades y familias patriarcales. Cuando Mir-Hossein
Mousavi, político iraní reformista, fue candidato a la presidencia de
su país en 2009, tuvo muchos seguidores, entre ellos gran cantidad de
mujeres que no sólo descubrieron su pelo, sino que se maquillaban, como
hacían durante la monarquía de los Pahlaví que, pese a su poca
democracia, era laica y secular, como lo consigna también la
constitución de Turquía, pese al giro que está dando el actual gobierno
hacia el Islam. Wikipedia señala que Turquía
prohíbe por ley el uso del hiyab religioso y símbolos teo-políticos en los edificios públicos, escuelas y universidades.
La liberación de las mujeres, musulmanas o no, comienza por sacudirse
el dominio de los hombres y la sumisión a las tradiciones creadas por
éstos. La vestimenta es una cárcel en que las encierran los hombres de
la familia, de la sociedad y del gobierno, y no un símbolo de su
afirmación como mujeres ante otras culturas. Prohibirles el uso de sus
ropas en las playas o en la calle tampoco es signo de la tolerancia que
se supone debe acompañar la democracia tan cacareada en Occidente. Cada
mujer debe tener el derecho de vestir como quiera, y no por imposiciones
masculinas y de religiones también inventadas por hombres
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