Carlos Bonfil
La Jornada
Fotograma de la cinta que por medio de su protagonista, Samuele Pucillo,
muestra la devastadora crisis que se vive en la pequeña isla italiana
de Lapedusa, ante el arribo de miles de migrantes africanos
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Los ojos vendados de Occidente. En Fuocoammare: fuego en el mar, quinto trabajo del documentalista italiano Gianfranco Rosi (recuérdese su estupendo trabajo en El sicario, habitación 214, sobre
un capo de la droga en México que relata en 2010 frente a la cámara sus
faenas sangrientas), sorprende la estrategia narrativa del realizador
que elige contraponer la experiencia devastadora de los cientos de
migrantes que cada día llegan desde África a las costas de la pequeña
isla de Lampedusa, al sur de Italia, y la apacible vida cotidiana de los
habitantes del lugar, centrándose en las peripecias y desventuras de
Samuele (Samuele Pucillo, formidable), niño de 12 años que padece una
debilidad visual temporal que le dificulta su trabajo escolar y su
rutinaria cacería de pájaros con resortera.
El trabajo del documentalista Rosi se encuentra, sin embargo, muy
bien calibrado. Pocas películas recientes han descrito con precisión y
dramatismo semejante la penosa odisea de los migrantes africanos,
narrada en voz propia, que parten de Nigeria, huyendo de la miseria y
las guerras tribales, para atravesar el desierto, para llegar a Libia,
donde son encarcelados y maltratados, y finalmente aventurarse al mar y
llegar hasta la cercana isla de Lampedusa, con sólo 20 kilómetros
cuadrados de superficie, para desde ahí alcanzar los otros países del
norte europeo, sinónimo de liberación y prosperidad utópica. El
realizador consigna minuciosamente el horror del rescate: cuerpos
deshidratados y hambrientos, casi inconscientes; muchos de ellos con
quemaduras graves por su larga exposición a una mezcla de agua y
combustible en el sótano de las embarcaciones. Los que sobreviven
enfrentan un futuro incierto y la temible posibilidad de ser repatriados
al infierno de origen. Un total de 400 mil personas en los últimos 20
años. Según el director,
la peor tragedia europea desde el Holocausto.
Y frente a ese desastre, prevalece el pesado silencio de
Occidente, donde se confunden la indiferencia y la mala conciencia, y
que el realizador ilustra de modo simbólico con la imagen del ojo
perezoso del pequeño Samuele que prosigue su vida diaria ignorando que a
unos pasos de su hogar y de su escuela muchos cadáveres de refugiados
se amontonan en las playas. Combinando el registro de las imperturbables
faenas domésticas de los pocos habitantes de Lampedusa, y el esfuerzo
de médicos y rescatistas por aportar toda la ayuda posible, Gianfranco
Rosi toma, de modo muy directo, el pulso de la vida en esa isla,
microcosmos de una enorme crisis humana. Haber sabido insertar, con tal
acierto, en toda esa complejidad social la sencilla y emotiva historia
de Samuele es una de las virtudes mayores de la fina observación moral
del cineasta. Fuocoammare: fuego en el mar conquistó este año el Oso de Oro en el Festival Internacional de Cine de Berlín.
Se exhibe en la sala 2 de la Cineteca Nacional. Funciones: 12 y 17:30 horas.
Twitter: @Carlos.Bonfil1
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