Laura Gaelx Montero
Madrid, 16 ene. 17. AmecoPress/La Marea.- Jocelyn
Bell era estudiante de doctorado en la Universidad de Cambridge cuando,
en 1967, con tan sólo 24 años, realizó uno de los hallazgos más
importantes en el campo de la astrofísica del siglo XX: los púlsares.
Aquel descubrimiento recibió el premio Nobel de Física en 1974. Pero el
reconocimiento no fue para ella, sino para Antony Hewish y Martin Ryle,
director de su tesis y del grupo de investigación de radioastronomía,
respectivamente.
Bell
había participado de manera activa en la construcción del telescopio
con el que captó la señal del primer púlsar conocido, clavando postes de
madera en el suelo e instalando el cableado durante dos años. Al
revisar la gran cantidad de datos impresos (unos 29 metros de papel cada
24 horas), a la joven estudiante le llamó la atención una señal muy
rápida y regular. Después de descartar que fuese una interferencia y
convencer a sus profesores, todo el equipo se volcó en investigar
aquella anomalía.
El descubrimiento, que recibió gran atención por
parte de la comunidad científica y la prensa, era tan extraordinario
que se barajó seriamente la idea de que proviniese de una civilización
extraterrestre. A pesar de ello, Hewish intentó disuadir a su pupila de
que virase el tema de su tesis hacia el nuevo fenómeno. Ni siquiera la
invitaban a las reuniones en las que los investigadores, todos varones y
mayores, debatían sobre cómo hacer público el hallazgo.
La
decisión de reconocer con el Nobel a sólo dos de las cinco personas que
firmaron el primer artículo y excluir a quien había registrado
inicialmente el fenómeno generó mucha polémica. Al principio, Bell le
restó importancia. La joven se mostró de acuerdo con el reconocimiento
al director de la investigación, y no de todos los estudiantes que
participaron en la misma. Sin embargo, tiempo después, admitió las
dificultades a las que se enfrentó por el hecho de ser mujer. “Descubrí
que la gente era más proclive a felicitarme por mi matrimonio que por mi
descubrimiento astrofísico”, recordó en el año 2000.
Bell ha
merecido numerosos reconocimientos por su labor como investigadora,
profesora y divulgadora científica. Desde 1999 ostenta el título de
Comandante de la Orden del Imperio Británico, y en 2007 fue ascendida a
Dama de dicha institución. En 2014 se convirtió en la primera mujer en
presidir la Royal Society de Edimburgo en sus más de dos siglos de
historia. Además, se ha volcado en impulsar el papel de las mujeres en
los campos de la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las
matemáticas.
Su compromiso con la igualdad hunde sus raíces en sus
orígenes familiares. Se crió, junto con otras dos hermanas y un
hermano, en una familia cuáquera que concedía gran importancia a la
educación y la igualdad. A mediados de los años 50, la escuela de su
zona, en Irlanda del Norte, separaba a chicos y chicas en la asignatura
de Ciencias. Mientras los primeros iban al laboratorio a recibir
nociones de física y química, las segundas aprendían costura y cocina.
La futura astrofísica protestó y, apoyadas por sus familias, ella y
otras dos compañeras asistieron a la clase de Ciencias el resto del
curso.
Enseguida empezó a destacar en estas materias y, en 1965,
obtuvo el título de graduada en Física por la Universidad de Glasgow.
Durante toda la carrera, Bell fue la única alumna y tuvo que soportar la
tradición por la que, cada vez que entraba en el aula, todos sus
compañeros golpeaban las mesas y el suelo al compás mientras silbaban.
Nada de esto la hizo cejar en su objetivo: convertirse en astrofísica.
Foto: La astrofísica Jocelyn Bell, en sus tiempos de estudiante.
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