CIUDAD
DE MÉXICO (apro).- El nuevo presidente de Estados Unidos postula el
mismo molde neoliberal ya conocido: mucho mercado, poco Estado. Lo que
adereza Donald Trump es una lista de remedios y remiendos a las
concesiones que se les han dado a los tibios defensores del Estado
social y a algunas cláusulas del comercio libre que han afectado por
temporadas tanto al mercado de trabajo industrial como a la masa de
ganancia que paga impuestos en Estados Unidos. Por otro lado (eso sería
un análisis aparte), Trump también es portavoz de críticas y censuras a
la política exterior de Obama.
El golpe principal que Trump quiere
dar consiste en bajar los impuestos a los ingresos medios y altos,
aunque el esquema fiscal actual fue producto de una negociación de Obama
con los republicanos, severamente criticada por Bernie Sanders en el
Senado el 10 de diciembre de 2010, mediante una célebre intervención que
duró 8 horas continuas.
Se supone que el planteamiento fiscal de
Trump generaría una mayor inversión y, con ello, empleo y crecimiento.
Lo que no admite el pequeño grupo de neoliberales reaccionarios del
entorno del nuevo presidente es que eso provocaría aumento de la
inflación, elevación del rédito y mayor déficit fiscal. En realidad, a
diferencia de los países pobres, EU no tendría porqué crecer a tasas
mayores sino mantenerse entre el 2 y el 3% al año, lo que sería
razonablemente sano.
Veamos porqué. Estados Unidos está muy cerca
de lo que se considera como pleno empleo. La masa de desocupados no
podría reducirse mucho porque ya está compuesta en su mayor parte de
personas que trabajan una parte del año o que no pueden o no quieren
trabajar por muchos motivos; es una sobrepoblación flotante.
Si
Trump consiguiera, como se espera, el apoyo de todo el Partido
Republicano para llevar a cabo un gran sacrificio fiscal a costa,
naturalmente, del gasto social, los recursos retenidos por los causantes
no se trasladarían a la inversión productiva sino que terminarían
sobrando, lo cual presionaría los precios a la alza.
Para dar
consistencia a su lista de remiendos, Trump presiona para que las
grandes compañías manufactureras, tanto estadunidenses como de otros
países, que producen en parte para el gran mercado de Estados Unidos,
mantengan un alto porcentaje de inversión dentro del territorio de dicho
mercado doméstico. Trump dice que eso es para defender el empleo
industrial que se ha ido pero, como hemos dicho, eso no es tan cierto en
tanto que en este momento el país se acerca al pleno empleo agarrado de
la gran palanca de los servicios (sector terciario).
Para Trump,
el TLC (NAFTA) fue un gran error porque Estados Unidos perdió empleos en
tanto que numerosas industrias se establecieron en México y varias
compañías manufactureras de otros países se instalaron al sur para
vender su producción en el norte a través de una “frontera desordenada”.
Eso tampoco es tan cierto porque la mayoría de “empleos perdidos” están
en Oriente, en países con los cuales EU no ha tenido tratado
arancelario.
Hay algunos neoliberales de ambos países que están de
acuerdo con Trump cuando éste afirma que, en la negociación del TLC,
los funcionarios mexicanos fueron muy listos y los estadunidenses muy
tontos. Pero no se toma en cuenta la desindustrialización que sufrió
México, la sustitución de producción interna por exportaciones, la
renuncia al desarrollo de tecnología propia, así como varios desastres
en el campo mexicano. Es verdad que la balanza comercial de México con
Estados Unidos cambió de sentido, el déficit es ahora del vecino del
norte, pero eso no significa un fortalecimiento del mercado interno
mexicano ni un desarrollo industrial firmemente anclado en el país: no
es la historia de Japón. México es “potencia” manufacturera
principalmente como maquilador y ni siquiera ha logrado los progresos de
otros países como los “emergentes” de Oriente: casi no hay nueva
tecnología propia, como tampoco marcas mexicanas de máquinas ni de
software. El verdadero dilema para México no era firmar o no un tratado
con Estados Unidos y Canadá sino qué clase de acuerdo debía ser. Es
evidente que no fue el mejor posible porque el gobierno mexicano
(Salinas) había impuesto antes la apertura comercial unilateral para
tratar de controlar la inflación: no tenía ya mucho que negociar.
Trump
no está de acuerdo con el TLC porque él representa a los industriales
estadunidenses que salieron perdiendo, a los fabricantes de “equipos de
aire acondicionado”, por repetir sus propias palabras. Sin embargo,
presiona más por ahora a la industria automotriz porque ésta es más
vulnerable y tiene empresas muy grandes. La amenaza propiamente
arancelaria suena sin embargo irrisoria pues no existe en Estados Unidos
alguna tasa de 35% para miembros de la Organización Mundial de
Comercio, por lo que un nuevo impuesto de este tipo tendría que ser
aplicado por EU prácticamente a todo el mundo. BMW, por ejemplo, podría
exportar sus autos “mexicanos” de la misma forma que lo hace con los que
envía desde Alemania y de igual manera reduciría costos. Lo que quiere
Trump es obligar a México a renegociar el TLC, cambiar las reglas de
origen y dar capacidad para introducir excepciones, así como revisar
convenios sobre la no-doble tributación, entre otros aspectos. Eso sería
un esquema defensivo para Estados Unidos con el cual la economía más
pequeña haría las concesiones más grandes: la misma historia.
El
neoliberalismo no es la plataforma de la economía globalizada sino que
asume a ésta como una gran obra del capital financiero internacional al
cual expresa doctrinariamente. Los neoliberales pueden volver a los
aranceles en determinado momento, tal como los han mantenido con muchas
otras economías. Una mayoría británica despreció a Europa y logró el
Brexit pero no ha denunciado al neoliberalismo. Si EU no se pone de
acuerdo con la Unión Europea para un tratado es porque no han resuelto
sus diferencias, como es obvio, y no porque se quiera obstruir el
comercio en general. Hoy tenemos a unos neoliberales que critican la
globalización en aspectos que les parecen menos ventajosos: son
nacionalistas pero no han dejado ser imperialistas.
¿Hasta dónde
irá Trump? Él no cuenta con un grupo político bien integrado y
organizado. Llegará hasta donde lo dejen Wall Street y la cúpula
política del Partido Republicano.
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