Quinto Poder
Por: Argentina Casanova*
Desde la antigüedad hasta nuestros días, las mujeres libres son casi
consideradas como locas por su entorno cuando no corresponden con el
“ideal de la docilidad femenina”, pero también son “enloquecidas”
aquellas que desde adentro del sistema resisten la violencia y el
control ejercida por su contexto familiar y especialmente por sus
parejas, con el riesgo latente de vivir una paulatina evasión de la
realidad para hacer tolerable su existencia.
Sobran historias de mujeres “enloquecidas” por su realidad, pero en gran
medida fue su relación con los hombres de su familia y/o lo rígidos
modelos sociales de constreñimiento moral lo que las llevó a aislarse de
esa realidad.
Pero esa violencia casi invisible no ha quedado atrás, sigue latente y
cada día va cobrando nuevas víctimas incluso dentro de las feministas y
activistas defensoras de los Derechos Humanos de las mujeres, tildadas
de “locas y putas”, entre otras muchas frases que anteceden cualquier
comentario acerca de las mujeres que ocupan el espacio público y el de
opinión pública.
No estamos hablando solamente de esa “locura” de la que ya hablaba
Virginia Wolf en “Una habitación propia”, de no poder expresar la
genialidad creadora, ni la de los convencionalismos sociales que
obligaban a mirar las propias vidas bajo el estigma familiar como
ocurrió a Camile Claudel, de quien solo se sabe “era la amante de
Rodin”, y como recientemente vimos en el caso de una genia de la
literatura universal Elena Garro, a quien además de descalificarla como
“loca”, pretenden imponer su correlación social como “fue esposa de
Octavio Paz y amante de tales otros”.
Hablamos de otra forma sutil que aún hoy permanece vigente, y que va más
allá del enjuiciamiento social para llevar a creer a las propias
mujeres que viven en la locura, y que se parece más a esa sutil forma de
enloquecerlas mostrándolas en todas partes un espejo en el que no
encuentran su reflejo sino otro, pero también una vida diferente, y con
el cual hay una discordancia.
Cada vez y con mayor frecuencia se van presentando casos de mujeres que
acuden a solicitar y promover divorcios o separaciones, preocupadas por
la custodia de sus hijos porque la pareja-esposo las ha convencido de
que están incapacitadas para el cuidado.
Mujeres que acuden en busca de ayuda porque no pueden continuar viviendo
bajo el mismo techo de una pareja que parece “ideal” ante los ojos de
todos, esposo perfecto que trabaja, que cubre la casa con todas las
necesidades y que además es extremadamente atento y “cariñoso. Estos son
los casos más complejos pues la violencia se esconde en la intimidad.
Son casos en los que se observan coincidencias que el sistema patriarcal
impone como si de un ser vivo se tratara y que nos permite mirar
coincidentes conductas entre hombres con poder económico y hombres
pobres e indígenas, hombres blancos y hombres negros, hombres o personas
patriarcalizadas que imponen estos modelos hasta literalmente
“enloquecer” a las personas a su alrededor.
Para entenderlo mejor, utilizaré el ejemplo que me llevó a observar que
el patriarcado estaba “vivito y coleando”. Se trata de una mujer
indígena maya que busca apoyo sicológico y jurídico porque cree que está
“poseída por el demonio”, a eso la ha llevado la práctica cotidiana
ejercida por su pareja de sacudirle la hamaca en la que duerme cuando
empieza a dormitar, le esconde las llaves, le mueve los objetos de lugar
y luego le dice que es ella quien lo ha hecho y que “ya no está bien de
la cabeza”.
El caso 2, corresponde a una mujer que vive en una zona exclusiva en una
ciudad de más de 500 mil habitantes, en una casa con todos los
satisfactores, de origen extranjero, blanca y de apariencia
particularmente atractiva. Recostada en una cama, recibe la visita de su
familia y les confiesa que “está enloqueciendo”, que “está mal de la
cabeza”, y que ya no sabe distinguir la realidad y se siente incapaz de
cuidar a sus propios hijos, a los que manifiesta un amor y a quienes
compadece por tener “una madre como ella”.
En ambos casos, las dos mujeres fueron llevadas al “psiquiatra” por su
propia pareja, el cual las ha medicado y están prácticamente sedadas
todo el tiempo y así se vuelven más fáciles de manipular y controlar
para la pareja, con esa “alianza patriarcal” entre el médico y el
esposo, en ambos casos las dos están convencidas de que no podrán
obtener la custodia de sus hijos si van a un juicio y tienen miedo de
divorciarse.
Este “trastorno de Eva”, el cual he dado en llamar de esta manera tan
arbitrariamente como he querido sin consultarlo con un médico, es justo
porque es “un trastorno imaginario” que desaparece apenas las mujeres
reciben apoyo y acompañamiento legal, cuando se mudan de casa y se dan
cuenta de que su percepción de la realidad continúa intacta, y aunque
deprimidas, no están incapacitadas para el cuidado de su hijo.
Es decir, el trastorno de Eva no existe más que como una invención del
sistema patriarcal, como un mecanismo de control y sometimiento de
apariencia sutil pero profundamente violento contra la vida de las
mujeres pero que cada día va cobrando víctimas mujeres. Sobra decir que
muchos jueces y juezas no saben mirar estos hechos con objetividad y
agudizan los síntomas al otorgar las custodias a esos “bondadosos
hombres” que utilizan el sistema jurídico como una extensión de la
violencia.
* Integrante de la Red Nacional de Periodistas y del Observatorio de Feminicidio en Campeche.
CIMACFoto: César Martínez López
Cimacnoticias | Campeche .-
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