Por Jorge Hernández Aguilera
La identidad política nace a partir de una visión colectiva, de la mezcla de sentimientos e idea social del deber ser. De la aspiración de mejora continua, de sanear los males y explotar las oportunidades de desarrollar los rubros que tienden a ser benéficos. Es la suma matemáticamente errónea pero socialmente efectiva, en la que uno más uno, da como resultado uno.
La construcción del Obradorismo fue un oleaje abismal, que logró tocar puerto en el año 2018. No significa que el año de 2018 haya sido la consecución del anhelo social, el punto de llegada. Más bien a partir de ese momento se dio el zarpazo de salida. Nació en ese año la posibilidad de construir un México diferente y nuevo, sobre un país destruido, inició la regeneración pieza por pieza.
Después de los procesos fraudulentos del 2006 el cual careció de legalidad y del 2012, donde la legitimidad fue inexistente; la narrativa de transformación tuvo consenso en lo largo y ancho de nuestro país.
El imaginario colectivo se había impregnado de falacias premeditadas, donde los medios de des-comunicación mediante infodemia, infectaron a la sociedad mexicana ligando al proyecto que encabezaba como candidato en ese momento Andrés Manuel López Obrador, al modelo socialista. “Seremos Venezuela”, “es el Chávez mexicano”, se repetía al unísono como fundamento de la máxima de Joseph Goebbels: una mentira repetida mil veces, se convierte en verdad.
La coyuntura se gestó producto del encuentro multifactorial, principalmente en tres hechos: el hartazgo social del pueblo de México, que corroboró las sentencias del hoy presidente de Andrés Manuel, donde igualaba al PRI y al PAN, diciendo eran lo mismo, el PRIAN. La información y combate a la desinformación, gracias a las llamadas benditas redes sociales. El monopolio informativo no lo tuvieron más las televisoras, germinó una comunicación horizontal, de la gente para la gente misma,
Aunado a lo anterior, dieron frutos los miles de actos públicos del licenciado Andrés Manuel, quien visitó todos los municipios del país más de una ocasión. No hubo rincón en México que no escuchara la esperanzadora voz tabasqueña diciendo que sí había opción, que el pueblo debía organizarse para transformar a la nación.
El discurso fundamental, la canción del bardo que sonó y resonó tanto en el norte, centro y sur del país, fue el tema de combate a la corrupción. De erradicar la corrupción del país. Y con los ahorros producto del citado combate, resurgir la nación, equilibrando la repartición de las riquezas. Con asistencia social, beneficiando a los sectores históricamente vulnerables.
Los radicalismos dentro del Movimiento de Regeneración Nacional han exigido una postura más a la izquierda, criticando que las políticas públicas tienden a la socialdemocracia. El presidente de México nunca ha engañado a nadie, jamás se ha proclamado marxista. Se ha declarado de izquierda. Desglosando él mismo que en nuestra época ser de izquierda es ser anti-neoliberal. Ser de izquierda es ser honesto, de buenas intenciones. De amor desaforado a nuestra patria.
Conjuntado es posible centrar el ideal Obradorista en el humanismo. En el amor al prójimo. Entendiendo por “prójimo” no al igual a uno, sino al adverso, al desfavorecido. Podría sintetizarse con dos aforismos la intención de trascendencia del presidente López Obrador.
Por el bien de todos, primero los pobres: Lo conveniente al desarrollo social, a todas las clases sociales, es que se priorice el bienestar de la base social. Atender y buscar el desarrollo de quienes se encuentran en cualquier tipo de pobreza, generará irremediablemente condiciones más favorables para la sociedad en su conjunto.
Sólo el pueblo puede salvar al pueblo y sólo el pueblo organizado puede salvar a la nación: Es el trance de una democracia representativa (la cual se tuvo acceso en 1917 con el derecho al voto), a una democracia participativa; donde la gente acompañe las acciones de gobierno y participe en el diseño, elección y ejecución de las mismas. El pueblo es el protagonista, el pueblo es el soberano.
El ideario en síntesis es el poder obedencial, mandar obedeciendo. Esa es la esencia de la democracia.
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