11/09/2011

Coahuila: a pagar la fiesta



Alberto Aziz Nassif
¿Qué tanto puede el PRI mantener su burbuja electoral inflada antes de que su líder la haga reventar por un exceso de confianza? Se equivocan los priístas si piensan que pueden aspirar a ganar la presidencia de la República y, al mismo tiempo, sostener a su actual dirigente nacional, Humberto Moreira. Una cosa es que haya desánimo entre los mexicanos, incluso que la decepción democrática sea profunda, pero otra muy distinta es mantener la carga de un ex gobernador que endeudó a su estado, hipotecó su futuro, abusó del poder, falsificó y alteró documentos, como si no pasara nada. Diversas voces señalan que los días del profe bailarín están contados.

El fuego del moreirazo puede quemar la candidatura de Peña Nieto, porque cada día que pasa será más fácil establecer vínculos entre figuras como Montiel y Moreira. Cada escándalo tiene sus particularidades, pero, al mismo tiempo, estos expedientes tienen un enorme pozo en común: el abuso del poder y la corrupción de un partido que de tan nuevo y renovado, de tanto aprender lecciones, como dijo Fox el estadista, sigue siendo el mismo que se fue de Los Pinos en el año 2000. Moreira es el emblema de una buena parte de los fenómenos políticos que nos han dejado estos años de una democracia vulnerada.

Primero llegó la posibilidad de la alternancia, los partidos empezaron a competir por el poder y eso generó la ilusión de que habría mejores gobiernos. La transparencia y la rendición de cuentas serían las nuevas reglas del juego. La competencia sería un incentivo para que los políticos tuvieran que moderar sus excesos y sus abusos. Los supuestos no se cumplieron, en su lugar empezaron a crecer poderes locales al estilo feudal. Los gobernadores lograron controlar las incipientes instituciones que serían las encargadas de hacer los contrapesos y los equilibrios. Se puede apostar doble contra sencillo que la solitaria voz del gobernador Moreira era la que definía políticas públicas, finanzas, deudas, inversiones, prácticamente sin contrapesos y con una débil oposición. ¿Dónde estaban los diputados locales de Coahuila cuando el gobernador Moreira endeudaba las finanzas del estado? ¿En qué situación están las instituciones de Coahuila que tutelan los derechos democráticos (elecciones, transparencia, derechos humanos)? ¿Qué hizo la prensa local para presentar información alternativa y creíble?


El modelo electoral que se ha construido en estos años tiene, además de las posibilidades de elegir gobernantes, una serie de problemas graves: la competencia electoral y las carreras de los políticos se hacen a través de políticas clientelares; el manejo de los recursos públicos se procesa en estructuras que borran las fronteras entre gobierno y partido, al más puro estilo del PRI de hace tres décadas. Este modelo político-electoral necesita de una enorme cantidad de recursos para poder mantenerse en operación.

El político populista, el que regala dinero público, es el rey de la popularidad. Sólo hay que ver los altos porcentajes del PRI en Coahuila, en 2009 fue uno de los estados en donde el tricolor se llevó el carro completo. Dos años más tarde, Humberto dejó a su hermano Rubén como el candidato que logró casi un 59% de los sufragios, con una oposición que quedó más de veinte puntos abajo, es decir, el regreso del partido dominante. Muy lejana se ve hoy aquella noche del 3 de julio pasado cuando el flamante jefe del PRI festejaba sus triunfos en Coahuila, Estado de México y Nayarit. Muy cercano está el próximo domingo en Michoacán, en donde el candidato Fausto Vallejo trata de convencer a sus electores de que el moreirazo no le va a afectar para conseguir un improbable triunfo.


Los excesos del poder de los gobernantes los pagan los ciudadanos. Este presupuesto que puede sonar a consigna política, es hoy una realidad para los hombres y mujeres de Coahuila, que tendrán que pagar más impuestos para pagar la fiesta de su ex gobernador. Moreira es hoy la cara más visible de un PRI que no ha modificado sus viejas prácticas políticas.

La única diferencia es que ahora, a pesar del desencanto democrático, la crítica y la presión social que ya piden juicio político, pueden hacer que los pragmáticos y los cínicos piensen dos veces si los costos de seguir así son menores, o si ha llegado el momento de cambiar de líder.
Investigador del CIESAS

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