un estado de cosas demasiado injusto y antidemocrático.
Son muchos los factores que obligan a los mexicanos a replantearse qué país queremos construir en las próximas décadas, pues sólo una minoría privilegiada de menos de cien grandes capitalistas, estará de acuerdo en que “vamos por el camino correcto”, como gusta decir, cuantas veces tiene oportunidad, Felipe Calderón. Con más de la mitad de la población en situación de pobreza galopante, con millones de jóvenes sin futuro, con una creciente dependencia de los designios del gobierno estadounidense, resulta absurda tal afirmación.
México va muy mal, y no verlo así es hacerle el juego a quienes se benefician de un estado de cosas demasiado injusto y antidemocrático. Por eso es conveniente dejar en claro que, en circunstancias como las que estamos viviendo, gobiernos de coalición no serían la panacea que suponen Manlio Fabio Beltrones, Marcelo Ebrard y Cuauhtémoc Cárdenas, entre otros conspicuos protagonistas de la vida política nacional. Es preciso subrayarlo, porque el problema de fondo en el sistema político no es la forma de gobierno, sino la gravísima descomposición estructural del andamiaje que lo sostiene.
Suponiendo que se lograra conformar tal proyecto, no por eso la crisis política que caracteriza al país se iba a terminar. El riesgo es que podrían surgir problemas de mayor amplitud, debido a que los partidos, las organizaciones políticas, obedecen a intereses muy concretos y diversos, donde las divergencias son mayores que las posibles coincidencias. Antes que pensar en un modelo de coaliciones en el gobierno, es preciso sanear la vida pública en su totalidad, empezando por sacar del poder al grupo de interés dominante, que en la actualidad está claramente al servicio de los menos de cien capitalistas que detentan el poder real en la nación.
Esto sólo se podrá hacer mediante la conformación de una gran fuerza política que sea capaz de enfrentar con éxito las acechanzas de ese grupo oligárquico en contra de un proyecto nacional democrático e incluyente. Negarse a reconocerlo es un modo de prestarse a los designios de dicho grupo, el cual no pondría ningún reparo en apoyar tal modelo si no hay otra forma de continuar ejerciendo un poder hegemónico sobre el Estado mexicano. Luego pondría en marcha su poder y sus enormes recursos económicos y mediáticos, para lograr que la coalición naufragara y se prestara sin más a obedecer sus instrucciones.
Sobre todo cuando México, en estos momentos, no tiene una mínima autonomía política, como lo demuestran los hechos. Haberle ofrecido a Calderón la presidencia del Grupo de los 20, significó el reconocimiento a su obediencia a las órdenes de la Casa Blanca, su disciplina y colaboracionismo sin atenuantes. El inquilino de Los Pinos ha actuado con eficacia y diligencia, pero no para cumplir su compromiso constitucional, sino para servir a los grandes intereses trasnacionales. Así queda demostrado de manera contundente, con las declaraciones del general brigadier Daniel R. Hokanson, subdirector de Estrategia, Políticas y Planes del Comando Norte del ejército estadounidense.
Puntualizó que “específicamente, a petición del gobierno de México”, dicho cuerpo militar está apoyando a las fuerzas armadas mexicanas. La finalidad ha sido “asociarse con el Ejército mexicano para afrontar la amenaza de seguridad nacional mutua del crimen organizado trasnacional”. Reconoció que la relación entre ambos ejércitos “es más fuerte que nunca”, y que ahora “se ven uno al otro como socios estratégicos auténticos”. He aquí la verdadera causa del crecimiento del crimen organizado en nuestro país: se trata de un propósito estratégico de Washington para justificar una más descarada intervención en nuestro país, y justificar, llegado el momento, el envío de tropas estadounidenses, dizque a combatir la “amenaza” que representa el crimen organizado.
Debe ser mera coincidencia, seguramente, que la Casa Blanca tiene tal preocupación ahora que los soldados gringos están regresando de Irak y Afganistán. Una prioridad en estos momentos es encontrar un sitio donde seguirlos utilizando, y nada más práctico que hacerlo en su apetecido traspatio, ahora que el Estado mexicano está descabezado y al borde del naufragio.
Ante tal realidad, es inviable un gobierno de coalición, porque lo que hace falta en la compleja coyuntura actual, es que la sociedad nacional cierre filas en torno a un proyecto de país incluyente y democrático. Sólo así podrán sortearse los gravísimos peligros que representa la dependencia del Estado mexicano de la Casa Blanca, a extremos inéditos, como podría esperarse de un “gobierno” de extrema derecha que carece de un elemental sentido de patria y de un proyecto político mínimamente democrático.
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