3/19/2012

OSCURIDAD, CALLES Y MISOGINIA, CÓMPLICES DE “EL COQUETO”

Por: - marzo 19 de 2012 - 0:00

A César Armando Librado Legorreta no le decían “Coqueto” por una supuesta galanura acompañada de vestimenta dandy, de la que desistió para paliar la burla en los paraderos de microbuses donde trabajó desde los 19. Ese fue un rumor. Desatado por su supuesta declaración ante un Ministerio Público de Tlalnepantla.

El apodo tampoco se lo debe a los ultrajes cometidos en contra de siete mujeres y el asesinato de seis de ellas de junio de 2010 a la noche vieja de 2011. Esas sólo fueron palabras del procurador Alfredo Castillo, cuando intentó explicar quién era el autor de tanta desgracia.

El alias con el que lo ficharon en la Subprocuraduría de Justicia del Estado de México, fue por el microbús 066 de la Ruta 2, ese que condujo durante dos años, por los 14 kilómetros de tierra asfaltada, puentes levantados de concreto, entre Chapultepec en el Distrito Federal y Valle Dorado en el estado de México.

Mucho antes de que ese microbús le fuera dado, alguien le colocó cerca del parabrisas una calcomanía en letras rojas, hoy casi naranja por las embestidas de lluvia. En realidad, el que se llamaba “Coqueto” era el microbús.

-Ahí va a salir “El Coqueto” –decían en Chapultepec. Ya vuelve “El Coqueto”.

Pero César Armando Librado Legorreta, con la espalda hacia esa palabra, tuvo el ímpetu para violar y estrangular a siete mujeres.

Lo abrazaba un entorno. Porque la ruta 2 de microbuses tiene un entorno. Uno que no ha cambiado.

Es probable que hace tres meses cuando el hombre llamado “Coqueto” actuaba, la radio repitiera –como ahora- el anuncio propagandístico del Instituto Federal Electoral en invitación al voto: “En esa época, las mujeres no votaban… Lo que hace grande a un país es la participación de su gente”.

Es también probable que en los días criminales de “El Coqueto” las cosas fueran las mismas que ahora. En marzo de 2012, en la bifurcación de La Herradura y Lomas de Sotelo, el ambiente dentro del microbús es amenizado con un tono fugaz de la banda Los Recoditos: “Ando bien pedo, bien loco…” El conductor la interrumpe. Su sintonía tropieza con otra melodía, “El tierno se fue”, que populariza el grupo Calibre 50. Permanece ahí, mientras Reforma ha pasado el Auditorio Nacional y ya anuncia la salida a Toluca:

“… Que en la intimidad, soy un animal que no sabe entendeeer… Si no tienes ganas te voy a meter… La idea de lo que te quiero hacer… Ponerte la mano donde sabes bien…. Ahorita te aclaro que el tierno se fue, pienso desnudarte y te la voy a pasar por tu pecho y espalda… Seré una bestia que sin respetar, tomaré tu cintura y te daré por detrás… De tu cuello, volverte hasta hacerte llorar… Que te duela hasta el alma, que no puedes más, mientras grabo un video así, con mi celular”.

Centro Comercial Pericentro. Luego, el Viaducto Bicentenario. A la derecha, en el Periférico, la vista se topa con un cartel gigante de la Chevrolet: “Robusta aventurera busca quien la pueda manejar”.

Las mujeres abordan. Peinadas con colita de caballo, vestidas en mezclilla o mallones. Tenis converse. Tinis. Botas. Los oídos tapados con audífonos en conexión con gadgets. Son decenas. Entre los 16 y 30 años. También más allá de los 40. Reúnen sus cuerpos con hombres que en el pasillo forman una fila apretada: 20 personas en un largo de ocho metros y un ancho de dos. El tópico del viaje en microbús en el valle de México.

Aquí dentro siete tragedias ocurrieron en cascada.

MISOGINIA, EL PARAGUAS

Patricia Valladares, coordinadora del Programa de Investigación sobre Violencia de Género en la FES Iztacala UNAM, expone que el ambiente es uno de los factores para que las mujeres sean agredidas por los hombres. Los otros son ciertas características de los agresores y ciertas características de las víctimas.

El ambiente, cargado de elementos permisivos para considerar como “cosa” a la mujer, influye en la mente de un feminicida. “Librado Legorreta no era un sociópata, sabía lo que hacía. Supo entender que se encontraba en un escenario en el que las mujeres podían ser ultrajadas sin que nadie lo condenara. Incluso, asumía las señales de su entorno”.

Para esta doctora en Psicología, hay un paraguas de la conjunción de ambiente- victimarios- víctimas: la misoginia. El sentimiento de odio hacia las mujeres y la idea que pueden ser utilizadas genera su cosificación, incluso con el lenguaje. Un escenario de esta conducta humana es el transporte público del valle de México. La experta dice que en menor grado, está el acoso sexual a través de las palabras, las nalgadas y los pellizcos; y en el último, el feminicidio. Entre un extremo y otro, hay una gama de agresiones.

Profesor investigador del Instituto Nacional de Ciencias Penales (Inacipe), Martín Barrón, esboza un perfil criminológico de “El Coqueto”. Este observador de los crímenes en la República, expone que no puede entenderse la mente de Librado Legorreta sin el trabajo en el microbús. “Los agresores sexuales realizan sus actos a partir de ser merodeadores o periféricos. Esto se relaciona con la actividad que realizan, ya sea su trabajo o bien el lugar de diversión. Librado Legorreta es merodeador pues empleaba su trabajo para seleccionar a sus víctimas y aprovechaba un momento de vulnerabilidad para realizar sus actos”. Barrón abunda: los agresores sexuales no se identifican con facilidad. Pasan inadvertidos porque se mimetizan con su entorno.

LAS NOCHES DE “EL COQUETO”

Muchas noches de El Coqueto fueron así: la oscuridad le caía sobre los hombros y seguía con velocidad inmoderada por esas calles de su tramo. Muchas veces le aventó el microbús a sus colegas de la Ruta 2. Otras veces vieron cómo detenía el micro, a capricho, a voluntad de una necesidad que no lograban identificar.

De su actuar, no hay un solo video. Al Coqueto no lo persiguieron los sofisticados sistemas de videovigilancia que el exgobernador Enrique Peña Nieto aseguró tener sobre las calles del estado de México, en sus últimos tres informes.

Por el contrario, lo siguió siempre la oscuridad. Con ese lenguaje, trazó su geografía. Es la misma que José Francisco Monroy Gaytán, investigador de tiempo completo en la Facultad de Geografía de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM), ha propuesto como base para la creación de un sistema de información geográfica sobre el feminicidio.
De acuerdo con este estudioso, los puntos utilizados por “El Coqueto” pueden servir para conocer qué define a las calles. Si todas carecen de luminarias y antecedentes de violencia, son cómplices en el mapa del feminicidio.

A su primera víctima, Librado Legorreta la agredió el 21 de junio de 2010 en San Lucas, una colonia popular cercana a Mundo E. Sólo hay lámparas en las esquinas. Se fue a Rincón Verde, por Avenida López Portillo, y la violó otra vez. En una calle oscura, la estranguló y la aventó sobre un montón de tierra. La dejó viva, pero no se dio cuenta.

La mujer que siguió fue encontrada cerca de la estación del metro Cuatro Caminos, en los linderos del Distrito Federal con Naucalpan. La policía del estado de México la llama “muerta” porque apenas llega la media noche y la actividad se acaba, y todo se vuelve oscuro. La tercera es la única que encontró una calle fuera de su recorrido habitual: General Primm, en la colonia Juárez, en el perímetro de la Secretaría de Gobernación. La misma que en los ochenta tuvo auge de vida nocturna (muy cerca el centro de espectáculos El Patio construía su época de oro). La oscuridad reina. El cuerpo de la cuarta víctima fue encontrado en la colonia Ejido de San Isidro, de Tultitlán, entre calles de terracería sin luz. La quinta es una mujer de la cual, la PGJEM ha reservado su identidad y el sitio de su hallazgo. El cuerpo delgado, muy cerca de la avenida Constitución, significó la sexta víctima. El mismo perímetro tuvo a la séptima: amanecía. Sólo esa luz pudo iluminar el cuerpo en posición de mariposa y el cuello en púrpura. El tráfico rumbo a la autopista México-Querétaro era incesante.

Él -dibuja Martín Barrón del Inacipe- pudo creer que no las encontrarían porque estas calles oscuras fueron sus principales cómplices. Fue en esos días confusos cuando se le ocurrió que ellas podían perderse en el anonimato de esa misma oscuridad. Que todo, podía seguir igual. Así podía volver a su derrotero en Chapultepec, después de haber dormido, enfundado en el personaje que era: un chofer de microbús.

LA GEOGRAFÍA DEL FEMINICIDIO ES MÁS EXTENSA

Los puntos que utilizó El Coqueto no son de su exclusividad de feminicida. Su última víctima fue encontrada en la avenida Constitución rumbo a la Autopista México-Querétaro el 1 de enero de 2012. De acuerdo con informes de la Policía Municipal de Cuautitlán Izcalli, este perímetro ha arrojado otros cadáveres. Todos de mujer.

El 27 de diciembre, paseantes anónimos denunciaron que ahí estaba una mujer. Y el 26 de febrero –El Coqueto estaba esposado y a punto de su fuga- apareció una muerta más en ese mismo sitio.

Ese mismo día de febrero, al Servicio Médico Forense (Semefo) del Centro de Justicia de Tlalnepantla llegó el cuerpo de otra con el cabello muy negro en una longitud de 1.50 metros. Tenía entre 30 y 35 años. Había sido encontrada en Tecámac, entre cerros de tierra y oscuridad.

Y el 15 de marzo, cinco días después de la audiencia de El Coqueto y su vinculación a siete violaciones y seis asesinatos, elementos de Secretaría de Seguridad Ciudadana (SSC) descubrieron el cadáver de una mujer, de unos 40 años, con múltiples heridas en la cabeza, en la oscuridad de un lote baldío de Metepec. Fue el segundo hallazgo en menos de una semana; apenas el martes 13 había sido encontrado otro en una barranca en la colonia Guadalupe Coatzochico, en Ecatepec.

LA RUTA 2: EL CAOS DESDE SU ORIGEN

-Oh, qué felicidad cuando uno podía agarrarse a chingadazos. Uno podía saber quién era hombre. Ya no. Por eso yo no confío en los que se ponen tatuajes o aretillos. Creen en ellos mismos, pero no se bajan a los chingadazos. Y el güey era de esos –habla Heriberto, nombre que elige uno de los conductores más antiguos de la Ruta 2.

Acepta hacer el perfil de “El Coqueto”, desde la autoridad que le brindan 30 años entre Chapultepec y Valle Dorado y el uniforme de camisa blanca con el holograma: Ruta 2. “¿Qué confianza dan los que enseñan los sobacos?” –le pregunta al aire.

Un tono de vergüenza le cruza las palabras. Lo de “El Coqueto” es un caso de un “malo” que empañó el trabajo de los demás. El caso de “un mamón prepotente” que se coló entre “viejos” sin ninguna necesidad de hacer “eso”. “Tan imbécil –dice- que todo le salió mal. Ahí está cómo las cosas se pagan en la tierra, se va andar arrastrando de ahora en adelante, el pendejo”.

Narra Heriberto, con su cabello cano a rape: “Un día me lo encontré sin camisa, lavando el micro, y le dije: sólo así puedes mostrar los tatuajes, ¿no? No. El tipo no era rival. Era un cobarde. Un hijo de puta. Un mal nacido. Criado en otro lado, en la Ruta 27 que es toda del estado (de México). Ahí es donde uno con cincuenta pesos para los polis, uno puede hacer de todo. Apenas es cruzar el Periférico y todo, de veras, todo puede pasar”.

Chapultepec es el derrotero más antiguo de los microbuses del Distrito Federal. Se formó en los sesenta, con combis Volkswaguen y taxis colectivos. En noviembre de 1985, la Dirección General de Autotransporte Urbano promovió aquí el primer programa piloto para la introducción de microbuses. Sin manuales técnicos, sin normas para la conducción ni portación de uniformes en los choferes, los microbuses empezaron a circular por todo el Distrito Federal y los linderos del Estado de México. Varios de los vehículos que entraron en operación a mediados de los ochenta fueron armados en talleres clandestinos: un chasis de carga se adaptaba a una carrocería y se montaban los asientos, de acuerdo con estudios de la UNAM.

“Ya han pasado muchos años. Pero nosotros no hemos pasado de recórrase, recórrase. O ver a las mujeres, que eso es así en todos lados. Sí, ya estamos viejos. También los micros. Así han sido las cosas siempre”, dice Anselmo, otro chofer de la Ruta 2 que cuando oye la palabra “Coqueto”, sólo suelta el sonido: “tzzzzzzzzzzzzzz”.

Para la doctora Patricia Valladares, de la UNAM, el caos en el transporte público contribuye con la misoginia. “No hay una mirada que censure tales actitudes. No hay autoridad. El caos del transporte público brinda permisividad. Cabe la posibilidad de ser violentada sólo por subir con cuerpo de mujer. Sólo por ello los hombres, en un escenario caótico, se sienten con derecho a molestarte. A ninguna mujer se nos entrena para ser mujer y subir a un microbús”, exclama la experta.

Anselmo, un chofer de la Ruta 2, ratifica, sin cesar la negación de cabeza: “Chapultepec ya es normal. Ya las muertas están muertas. El preso ya está preso. Y las broncas de aquí siguen siendo las broncas de aquí”.

“DÉJAME MÁS ADELANTE, AHÍ ESTÁ MUY OSCURO”

Ella se me sube en Valle Dorado. 5:15 de la mañana… cinco de la mañana.

-¿El camión iba solo?

Sí.

La levanto y me paga al Auditorio con uno de a cien. Para esto yo me paro en la clínica 58 del Seguro Social sobre el Periférico y le digo, permíteme tantito, déjame checar mi gas y veo que la aguja otra vez está mal, me regreso y me subo al micro, y le digo, toma otro porque mi carro sigue fallando.

Me dice que sí, que está bien, pero que la deje más adelante porque ahí está muy oscuro. Me arranco de ahí mismo y ya no la bajo. Pasando el hotel Parque Satélite, me meto en una calle a las orillas y la de San Lucas, apago el microbús, me le acerco a ella y le digo:

-Ya valió madres, hija de tu pinche madre, no te pongas al pedo

A lo que ella me contesta

-¿Por qué?

Porque te voy a violar.

(Primera audiencia de César Armando Librado Legorreta, alias El Coqueto, en la narración de la primera agresión cometida en contra de una mujer, la misma que lo denunció. Tras su queja, violó y asesinó a las otras seis).

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