3/22/2012

¿A dónde? ¿Cómo? ¿Cuándo?


AMLO, EPN y JVM. Foto: G. Canseco, O. Gómez y E. Miranda
AMLO, EPN y JVM.
Foto: G. Canseco, O. Gómez y E. Miranda

MÉXICO, D.F. (Proceso).- Este mes de marzo los candidatos a la Presidencia de la República y a la Jefatura de Gobierno de la capital guardan silencio. Más bien, ese era el supuesto, según la nueva ley electoral. Por lo menos han aparecido menos en los medios y los ciudadanos lo agradecemos: disfrutamos la tregua de su escasez. En tanto, atrincherados el más del tiempo en sus casas de campaña, los candidatos y sus equipos preparan la venganza, la gran invasión de nuestras calles y nuestras conciencias.

Afinan sus lemas, graban anuncios para la televisión y radio, memorizan frases diseñadas para volverse virales en las redes sociales, se sabe de una candidata que prepara una cumbia para autoensalsarse en la radio, siete veces los sietes días de la semana, de un equipo que revisa las campañas de miedo que tuvieron éxito recién en Rusia, de una candidata que afina su finta para colarse a besar la mano del Papa en todas las primeras planas de los diarios. La ciudadana que esto escribe quiere usar la tregua de su omnipresencia para relatar al amable lector un suceso ocurrido el año del 2005.

En el año del 2005 una prestigiosa editorial se propuso publicar el relato de La Transición Mexicana. La transición del Viejo Régimen al Nuevo Régimen. La transición del autoritarismo a la democracia. La transición del siglo XX al siglo XXI dada en nuestro país. Ese relato que la editorial sospechaba épico. Para lograrlo envío a periodistas con cada uno de los secretarios de Estado de ese primer gobierno no priista. Cada periodista se sentó ante un Secretario y le hizo tres simples preguntas. Al tomar el cargo, ¿a dónde se había propuesto llevar a su Secretaría? ¿Cómo lo había logrado? ¿Cuándo lo había cumplido?

La idea era reunir los relatos de cada Secretaría en un gran relato de la Transición Mexicana, pero el resultado no lo permitió. Ningún Secretario fue capaz de responder a las tres preguntas con brevedad y claridad. Ninguno pudo enunciar el propósito que tuvo al iniciar su mandato. Menos pudo enunciar cómo logró llegar a esa meta que no se propuso. Menos aún cuándo lo logró.

El mismo Vicente Fox habría tenido dificultad en responder esas preguntas. Si hacemos memoria, Fox como candidato sí enunció sus propósitos durante la contienda electoral. Sacar al PRI de Los Pinos. Hacer crecer la economía del país al 7.5% anual. Y hacer “una revolución educativa”. Pero si los enunció como candidato, como Presidente saliente no habría podido hacerlo, excepto por el primer propósito. En efecto, sacó al PRI de Los Pinos y ahí se fue a vivir él y su familia, pero de los otros dos propósitos acaso ni él mismo se acordaría. Se esfumaron como palabras dichas al viento. Se evaporaron en el trajinar de la política cotidiana, los arreglos coyunturales, las negociaciones, y en la difícil administración cotidiana de las enormes instituciones del Estado mexicano.

Durante los últimos tres años, yo me he sentado ante varios de los Secretarios del actual gobierno y les he preguntado las tres preguntas, siempre al final de una entrevista de 45 minutos. ¿A dónde te propusiste llegar al tomar el cargo? ¿Cómo lo lograste? ¿Cuándo lo lograste? A menudo el Secretario se ha desviado a la retórica de altos vuelos y amplia ambición, para referirse al país entero y sus problemas históricos. O ha confundido la Secretaría con su persona, creyendo que le pregunto sobre dónde él o ella querían llegar. No, por favor no, suelo intervenir, dime tres propósitos para tu Secretaría, tres cómos y tres cuándos. O en su defecto, dime un propósito para tu Secretaría, un cómo y un cuándo. Reporto mi estupefacción: ningún Secretario de la presente administración me ha contestado con brevedad y claridad este ABC.

Reporto otra estupefacción no menor: en el último año también he tenido la oportunidad de preguntarles ese ABC a los ahora candidatos oficiales a la Presidencia de la República y a la Jefatura de Gobierno de la capital del país, (corrijo, a todos no: a cinco de los seis candidatos sí), y ni uno solo me ha respondido con claridad y presteza qué se propone lograr si asume el puesto, ¿cómo?, ¿y cuándo? Si acaso me han respondido una miscelánea de asuntos menores y mayores, sin distinguir entre proyectos amplios y programas cortos, entre buenas intenciones y resultados netos, entre estados de ánimo (lograr que la gente tenga esperanza u optimismo) o asuntos de gobierno o de disposición personal (que reine el amor), ni distinguir prioridades, ya no digamos métodos y tiempos para ejecutarlos.

Si no se piensa, no se hace, esta es una verdad del maestro Perogrullo. Si no decido ir a La Meca, no emprendo el camino a La Meca y por tanto nunca llegaré a La Meca. No se llega sin premeditarlo a La Meca, por azar, sino en sueños. Y los sueños, sueños son, nos avisó Calderón de la Barca.

La ciudadana que esto escribe se teme que el 1 de abril, cuando suene el silbato que dé comienzo a la carrera presidencial, nos diluviarán encima lemas de eufonías afortunadas, jingles que envidiarían las papas fritas, anuncios de televisión con calidad de primer mundo, y muchas descalificaciones tremendas de los contrincantes de quien lanza la bomba, repletas de evidencias estruendosas, que nos dejarán los tímpanos zumbando.

La ciudadana que esto escribe invita a quien esto lee a que no lo permita. Que no se distraiga en los jingles de campaña ni se distraiga en las razones por las que cualquiera de los candidatos sería ya en el poder Hugo Chávez o Hitler o el mismo Satán encarnado. Lo que debiéramos preguntar, una y otra vez, es: ¿qué propósito le darías a las instituciones del Estado mexicano a cuyo mando estarías si ganaras?, ¿cómo lograrías alcanzar ese propósito?, ¿cuándo lo lograrías? Así o en plural: un propósito o dos o tres. Y a lo que deberíamos atender, como electores, es a las respuestas de estas tres preguntas, para considerar su viabilidad y el tamaño de sus consecuencias para el país.

Suena simple. Pero resulta que no lo es. Nuestra historia reciente demuestra que a la generación de políticos de la así llamada Transición les ha sido imposible articular luego de 12 años y hasta el día de hoy un para qué usar el Poder que les otorgamos los ciudadanos. Por eso el tren de la Transición no ha transitado a otro México bien distinto al del siglo XX: porque nadie ha tendido las rieles hacia un futuro. No es casual entonces que a muchos, según las encuestas a cada cinco de 10 ciudadanos, les parezca más promisorio dar reversa y deslizarse al pasado. Al México del PRI.

Esta ciudadana reporta otra vez su estupefacción.

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