Sus compañeros de la fábrica que estaban aquel día en la mesa le dieron vueltas al tema durante semanas, hasta que Renato terminó por tragarse el cuento de que sería campeón. Allí cambió su vida. Me han dicho que de los 45 minutos que le dan para comer Renato dedica diez a ejercitarse haciendo lagartijas en plena banqueta. No falta algún pelado que le grite: Ya se te fue la vieja, güey
, pero él no se molesta y sigue trabajando. Cuando termina se levanta y se pone a correr l5 minutos alrededor de la manzana. Ya hasta tiene un cronómetro para medir el tiempo que le lleva dar cada vuelta.
Sudoroso, entra en mi fonda y me enseña el reloj. Mientras cocino acostumbro quitarme los lentes para que no se empañen con el vapor de las ollas, así que no veo los números, pero de todas formas le digo a Renato que ha mejorado mucho. Feliz por mi respuesta, se acerca a sus amigos y les muestra el cronómetro. Ellos se lo pasan de mano en mano, ponen cara de asombro, aplauden y le hacen lugar en alguna mesa. Allí siguen con su burla. Hay días en que no dejan que Renato coma tortillas o que beba de mi agua fresca. Eso te hace daño. Acuérdate: debes estar en forma para los guantes de oro y de allí ¡a la gloria!
El pobre se los cree todo.
II
Si existe un santo patrono de los boxeadores voy a pedirle ayuda para que Renato consiga al menos una pelea formal, aunque sea en alguna arena chica. Lo merece. Nunca deja de entrenar. Me consta porque rentamos en la misma vecindad. Mi departamentito da a la calle (gracias a eso pude montar en lo que era la sala esta fondita. Aquí vienen a comer obreros de la fábrica que está a dos cuadras). En cambio, la vivienda de Renato mira a los lavaderos.
No ha tenido tiempo para ir al gimnasio. Pero los domingos en que podría descansar el muchacho se levanta a las cinco de la mañana, cuelga su costal en algún tendedero y se pone a darle con todas sus ganas. Me platicó que cuando se fatiga le salen nuevas fuerzas imaginando que sigue dándole de trompadas al Mondongo.
Así le dicen a Sandro, un buscapleitos que vive en el 87. Siempre ha habido pique entre los muchachos de esa vecindad y los de la mía que, como ve, está en el 73. A cada rato se insultan y acaban a golpes. En una de esas a Renato le cayó encima El Mondongo. No sé cómo le haría, pero logró tirarlo al suelo. Para Renato, que es más bien flaquito y siempre había salido perdiendo, eso significó un gran logro.
Como en la fonda el triunfo ya era su único tema de conversación de Renato, acabó por aburrir a sus compañeros. Se habrán puesto de acuerdo, no sé, el caso es que una vez que Renato iba a repetirnos su hazaña, Fortino lo interrumpió.
Le dijo que él siempre le había notado condición de boxeador, pero que después de su victoria sobre El Mondongo ya no le quedaba ninguna duda.
Me di cuenta de que Fortino estaba aprovechándose de que Renato es como un niñote y le pedí que dejara de hacerle bromas pesadas. Fortino se ofendió: “¿Qué le pasa? Estoy hablando en serio. Este chavo tiene aptitudes. Si las desaprovecha será un desperdicio muy grande y la prueba de que está satisfecho con pasarse el resto de su vida recortando lámina y con su sueldito miserable. En cambio, si le entra al guante en serio…”
De la emoción, a Renato se le iluminaron los ojos. Yo mejor me fui a la cocina para seguir cuidando las mojarras. Quién sabe qué tanto más le habrán dicho para entusiasmarlo, el caso es que Renato acabo creyéndoselas. Desde entonces ha estado entrenando y a veces no le da tiempo de comer. Me preocupa: lo veo cada vez más flaco.
Como le dije, los domingos se levanta temprano a pegarle al costal una media hora. Antes también boxeaba un rato con los muchachos de la vecindad, pero ya se aburrieron y ni los niños aceptan entrenar con él, ni siquiera porque les compra refrescos y les promete que, cuando sea figura, les conseguirá pases para sus funciones. Por eso Renato ha tenido que conformarse con hacer puro boxeo de sombra.
III
Sus padres andan muy entusiasmados con que su hijo llegue a ser alguien, y se la pasan dándole alas. Gastan lo que no tienen en comprarle guantes, pants, tenis y quién sabe cuánto más. Es lógico, en su lugar yo haría lo mismo, sobre todo si no me diera cuenta de que Renato ha cambiado y empieza a correr peligro. Se ha vuelto peleonero. Dice que lo hace por jugar, pero no es cierto. Si le parece que alguien que pasa por la calle lo mira feo, enseguida lo reta a darse de golpes. Gracias a Dios lo toman por loco y siguen de largo. Ojalá que no vaya a encontrarse con la horma de su zapato.
Llevo días preocupada por Renato pero desde anoche estoy más inquieta porque lo vi hacer algo muy feo. Le marcó la parada a un taxi al mismo tiempo que un señor ya grande. Éste no se dio cuenta de la coincidencia y abrió la portezuela. Renato, en vez de permitir que se subiera al coche, se puso a decirle que era un viejo cabrón y a golpearlo en el pecho. El pobre hombre retrocedió asustadísimo y cubriéndose la cara con las manos, gritaba: Le doy lo que traigo, pero por favor no me vaya a romper los lentes.
El chofer se bajó, le dio un empujón a Renato, protegió al hombre con su cuerpo, corrió con él al taxi y se fue. Renato se quedó temblando de furia. Lo llamé abusivo y le dije que si tan aguerrido andaba fuera a picarles la cresta a los del 83. Me contestó casi llorando: Es que ya ni ellos quieren pelearse conmigo
. ¿Qué iba a decirle? ¡Nada! Volví a la fonda y él quedó en la calle, esperando.
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