Así
es como la izquierda mexicana se ha ido corriendo hacia el centro, pero
en algunos casos incluso cargada a la derecha, como el caso
paradigmático de Los Chuchos
Es
natural que la tentación por no salirse del marco del conservadurismo
esté presente en un régimen como el mexicano, caracterizado por el
dominio hegemónico de intereses minoritarios. Durante décadas, en
diferentes periodos históricos, las clases populares han sido víctimas
del control que tienen sobre ellas grupos conservadores. Así ha sido de
manera por demás evidente los últimos treinta años, al grado de que se
antoja revolucionario pugnar por simples cambios democráticos, incluso
superficiales. De ahí que la izquierda se haya desdibujado tanto, a
extremos que rayan con las posiciones de sus enemigos de clase.
Han quedado muy lejanos los tiempos en que la izquierda en México tenía que ser consecuente con sus principios, ideología y proyecto progresista, pues no hacerlo era visto como vil traición. Eran tiempos heroicos en los que militar en la izquierda era una decisión que cambiaba el rumbo de la existencia personal. Los comunistas estaban obligados a llevar una doble vida, porque militar en esa corriente ideológica era un acto subversivo, castigado con cárcel bajo la acusación de disolución social. Nada cambió, en lo esencial, cuando entró en vigor la reforma política diseñada por Jesús Reyes Heroles. Los comunistas dejaron a un lado la vida clandestina, pero también los principios, paulatina pero firmemente.
En la actualidad, ser de izquierda es apenas ser socialdemócrata, pues ir más allá es visto como signo de anarquismo, o algo peor. Así es como la izquierda mexicana se ha ido corriendo hacia el centro, pero en algunos casos incluso cargada a la derecha, como el caso paradigmático de Los Chuchos. En las últimas tres décadas, la carga se ladeó aún más, en detrimento de los intereses de las clases mayoritarias, que se han quedado indefensas ante el peso hegemónico de una oligarquía que desearía la instauración de un régimen ya no digamos bonapartista, sino monárquico.
Por eso es muy preocupante el temor que gobiernos que se definen de izquierda, como el de la Ciudad de México desde hace dos décadas, demuestran a las reacciones de la derecha si se atreven a ser consecuentes con sus principios. Está bien, que duda cabe, que se quiera demostrar madurez política, dando cabida a funcionarios de militancia en la derecha, pero sin que ello vaya en detrimento de los programas progresistas que se tiene la obligación de impulsar. En este sentido, no se entiende el nombramiento de Lucía García Noriega como titular de la Secretaría de Cultura del nuevo gobierno capitalino, un área desde la cual se puede hacer mucho en favor de la democratización de la vida social y política de una gran urbe como la capital del país.
De acuerdo con su currículum, entre 1986 y 1997 fungió como coordinadora de investigación, publicaciones, difusión, prensa y relaciones públicas del extinto Centro Cultural Arte Contemporáneo de la Fundación Cultural Televisa. Esto la describe como una intelectual al servicio de un poder fáctico que mucho ha contribuido al estancamiento no sólo de la cultura en México, sino a su deformación conforme a lineamientos provenientes del extranjero. Los hechos demuestran que Televisa no tiene entre sus prioridades apoyar el desarrollo de la educación, sino frenarlo a efecto de tener mayor control sobre las familias, mediante una programación orientada a la enajenación de las mentes poco informadas.
Tal forma de ver la cultura la demostró en el año 2010, cuando fue la asesora principal del espectáculo “Yo, México”, que presentó el gobierno federal como parte de los actos conmemorativos del centenario de la Revolución Mexicana. Esto es lo verdaderamente preocupante, independientemente de su trayectoria académica, sin duda importante, pues estudió en la Escuela de Bellas Artes de París y tiene estudios de Literatura y Gestión Cultural.
Tal parece que este nombramiento obedece al interés del nuevo jefe de Gobierno de ser bien visto por Televisa y por la oligarquía, aunque en realidad lo que demuestra es un absurdo temor a la democratización de la vida cultural metropolitana, entendida como el acceso a la cultura de grandes grupos de población que no lo tienen por carecer de medios. Proporcionárselos es obligación de un estado progresista, sin ataduras ideológicas, sino de manera abierta a todas las corrientes del arte y la cultura, como así fue en los años dorados del gran despertar de México durante el gobierno de Álvaro Obregón, cuando fue creada la Secretaría de Educación por el ilustre promotor cultural que fue José Vasconcelos.
Cabe señalar que sin congruencia no hay credibilidad. En estos momentos tan decisivos para los mexicanos, es vital que quienes tienen la responsabilidad de fomentar el progreso integral de la sociedad, lo hagan sin temor al qué dirán la oligarquía y sus voceros. Es urgente fomentar una vida cultural con visión progresista, democrática, que influya en un devenir más promisorio para las clases mayoritarias.
Han quedado muy lejanos los tiempos en que la izquierda en México tenía que ser consecuente con sus principios, ideología y proyecto progresista, pues no hacerlo era visto como vil traición. Eran tiempos heroicos en los que militar en la izquierda era una decisión que cambiaba el rumbo de la existencia personal. Los comunistas estaban obligados a llevar una doble vida, porque militar en esa corriente ideológica era un acto subversivo, castigado con cárcel bajo la acusación de disolución social. Nada cambió, en lo esencial, cuando entró en vigor la reforma política diseñada por Jesús Reyes Heroles. Los comunistas dejaron a un lado la vida clandestina, pero también los principios, paulatina pero firmemente.
En la actualidad, ser de izquierda es apenas ser socialdemócrata, pues ir más allá es visto como signo de anarquismo, o algo peor. Así es como la izquierda mexicana se ha ido corriendo hacia el centro, pero en algunos casos incluso cargada a la derecha, como el caso paradigmático de Los Chuchos. En las últimas tres décadas, la carga se ladeó aún más, en detrimento de los intereses de las clases mayoritarias, que se han quedado indefensas ante el peso hegemónico de una oligarquía que desearía la instauración de un régimen ya no digamos bonapartista, sino monárquico.
Por eso es muy preocupante el temor que gobiernos que se definen de izquierda, como el de la Ciudad de México desde hace dos décadas, demuestran a las reacciones de la derecha si se atreven a ser consecuentes con sus principios. Está bien, que duda cabe, que se quiera demostrar madurez política, dando cabida a funcionarios de militancia en la derecha, pero sin que ello vaya en detrimento de los programas progresistas que se tiene la obligación de impulsar. En este sentido, no se entiende el nombramiento de Lucía García Noriega como titular de la Secretaría de Cultura del nuevo gobierno capitalino, un área desde la cual se puede hacer mucho en favor de la democratización de la vida social y política de una gran urbe como la capital del país.
De acuerdo con su currículum, entre 1986 y 1997 fungió como coordinadora de investigación, publicaciones, difusión, prensa y relaciones públicas del extinto Centro Cultural Arte Contemporáneo de la Fundación Cultural Televisa. Esto la describe como una intelectual al servicio de un poder fáctico que mucho ha contribuido al estancamiento no sólo de la cultura en México, sino a su deformación conforme a lineamientos provenientes del extranjero. Los hechos demuestran que Televisa no tiene entre sus prioridades apoyar el desarrollo de la educación, sino frenarlo a efecto de tener mayor control sobre las familias, mediante una programación orientada a la enajenación de las mentes poco informadas.
Tal forma de ver la cultura la demostró en el año 2010, cuando fue la asesora principal del espectáculo “Yo, México”, que presentó el gobierno federal como parte de los actos conmemorativos del centenario de la Revolución Mexicana. Esto es lo verdaderamente preocupante, independientemente de su trayectoria académica, sin duda importante, pues estudió en la Escuela de Bellas Artes de París y tiene estudios de Literatura y Gestión Cultural.
Tal parece que este nombramiento obedece al interés del nuevo jefe de Gobierno de ser bien visto por Televisa y por la oligarquía, aunque en realidad lo que demuestra es un absurdo temor a la democratización de la vida cultural metropolitana, entendida como el acceso a la cultura de grandes grupos de población que no lo tienen por carecer de medios. Proporcionárselos es obligación de un estado progresista, sin ataduras ideológicas, sino de manera abierta a todas las corrientes del arte y la cultura, como así fue en los años dorados del gran despertar de México durante el gobierno de Álvaro Obregón, cuando fue creada la Secretaría de Educación por el ilustre promotor cultural que fue José Vasconcelos.
Cabe señalar que sin congruencia no hay credibilidad. En estos momentos tan decisivos para los mexicanos, es vital que quienes tienen la responsabilidad de fomentar el progreso integral de la sociedad, lo hagan sin temor al qué dirán la oligarquía y sus voceros. Es urgente fomentar una vida cultural con visión progresista, democrática, que influya en un devenir más promisorio para las clases mayoritarias.
Guillermo Fabela - Opinión EMET
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