Antonio Malacara
Nuevos
discos y nuevos rostros se asoman y refuerzan el entramado. Desde hace
11 o 12 años Hugo Fernández andaba dando guerra contra la infamia. Con
su guitarra, su cuarteto y sus arrebatos beboperos se presentaba en los
pequeños foros del Distrito Federal o en los grandes espacios del
Centro Nacional de las Artes. Previamente había egresado de Berklee
(uno más), y para principios de milenio daba clases en la Academia
Fermatta.
De buenas a primeras –y aunque el trabajo no faltaba y el grupo
sonaba cada vez mejor– Hugo decidió emigrar a España. Allá formó un
primer cuarteto con Celia Mur en la voz, Ander García al contrabajo y
Mariano Steimberg en batería. A mediados de 2012 anunciaron su primer
disco y en septiembre apareció en el mercado bajo el título de Orígenes. El esquema sonoro era ya netamente contemporáneo.No sabemos los porqués, pero en lugar de la voz de Celia, en Orígenes aparecen los impresionantes saxofones de Ariel Brínguez, alientos que elevan el jazz contemporáneo de Hugo Fernández a niveles de excelencia, administrando (Ariel) cada una de sus notas, sin malgastar una sola, en un alegato de trazos definitivos, definitorios e impecables.
Por su lado, el maestro Fernández es el responsable de todas las composiciones y la producción misma del cedé. Con su guitarra de siete cuerdas sostiene el discurso del cuarteto por medio de líneas delgadas y amables, cautelosas, que intermitentemente llegan a durezas admirables en temas como Ollín. Aunque por momentos –habrá que decirlo–, las atmósferas parecen colapsar y caer a pedazos, como en el caso de 15 minutos, una pieza que al final pareciera tomar nuevos impulsos en fuertes planos cubistas, pero ni el tempo ni el tiempo le dan para más.
En su conjunto, Orígenes es un buen disco; sobre todo en sus eventuales desprendimientos al vacío, cuando el riesgo y la espesura toman la batuta.
Pablo
Reyes es un estupendo trovador que jazzea correctamente, y, esto,
digamos que no se da con mucha frecuencia. Jazz y trova en contubernio.
He ahí su primer gran atractivo. Reyes, como los juglares de ayer, de
hoy y de pasado mañana, pulsa la guitarra y canta; pero además el joven
maestro improvisa en las cuerdas de la lira (valga el anacronismo) y lo
hace bien. Su voz no recurre a los grandes registros ni a las cabriolas
multicolores; se desprende con naturalidad, con sencillez, sin
apremios, pero sin perder un solo instante ni la expresividad ni la
integridad del cantor y del artista.
Todo esto (y más) lo puede encontrar en el disco debut de este trovador con sangre de jazzista Hojarasca (Discos Intolerancia, 2012), que fue presentado el 30 de noviembre en el Pólak Fórum, con la turca y sabrosa elocuencia de Ulas Aksunger en las percusiones y el Bam Bam Rodríguez al contrabajo.
Otro buen hallazgo en Hojarasca es la inclusión de un tema de David Haro (Aguamarina) y otro de Marcial Alejandro (El gavilán), dos clásicos de la nueva canción mexicana… si se hubiera agregado alguna rola de Rafael Mendoza, el célebre triunvirato de la bohemia nacional hubiera reaparecido.
Aunque pareciera que estoy trazando el retrato de un cantautor que de repente quiso entrar al mundo del jazz, no es así. Pablo Reyes ha recorrido ampliamente los terrenos de la síncopa mexicana desde hace un buen rato, tocando la guitarra al lado de Eugenio Toussaint, Héctor Infanzón, Iraida Noriega, Édgar Dorantes y otros iconos por el estilo. Pero hoy Pablo quiso mostrar sus propios conceptos como compositor y arreglista. Bienvenido.
Una veta tan amplia, tan abundante en posibilidades y matices, bien vale la pena una vida… o dos. Y bien valdría también la pena que la posproducción y las mezclas se hicieran con más cuidado. Ya se habla de un segundo disco. A ver.
Todo esto (y más) lo puede encontrar en el disco debut de este trovador con sangre de jazzista Hojarasca (Discos Intolerancia, 2012), que fue presentado el 30 de noviembre en el Pólak Fórum, con la turca y sabrosa elocuencia de Ulas Aksunger en las percusiones y el Bam Bam Rodríguez al contrabajo.
Otro buen hallazgo en Hojarasca es la inclusión de un tema de David Haro (Aguamarina) y otro de Marcial Alejandro (El gavilán), dos clásicos de la nueva canción mexicana… si se hubiera agregado alguna rola de Rafael Mendoza, el célebre triunvirato de la bohemia nacional hubiera reaparecido.
Aunque pareciera que estoy trazando el retrato de un cantautor que de repente quiso entrar al mundo del jazz, no es así. Pablo Reyes ha recorrido ampliamente los terrenos de la síncopa mexicana desde hace un buen rato, tocando la guitarra al lado de Eugenio Toussaint, Héctor Infanzón, Iraida Noriega, Édgar Dorantes y otros iconos por el estilo. Pero hoy Pablo quiso mostrar sus propios conceptos como compositor y arreglista. Bienvenido.
Una veta tan amplia, tan abundante en posibilidades y matices, bien vale la pena una vida… o dos. Y bien valdría también la pena que la posproducción y las mezclas se hicieran con más cuidado. Ya se habla de un segundo disco. A ver.
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