La Otra Ruta Migratoria
Compensan ingresos familiares con labores en campo sinaloense
Por: Citlalli López, corresponsal
Cimacnoticias | Coatecas Altas, Ejutla de Crespo, Oax.- Las
precarias viviendas van quedando desiertas. Pronto se habrá ido a la
zafra de tomate en Culiacán, Sinaloa, al menos 5 por ciento de sus 4
mil 882 pobladores.Unos 40 jornaleros aún no rebasan la mayoría de edad y al menos un 50 por ciento son niñas que dejaron los estudios para irse a los campos de cultivo.
Y es que aquí en Coatecas se nace para migrar. La primera vez que Martha Ríos Vázquez vivió en un campo agrícola fue cuando tenía apenas tres semanas de nacida.
Enrebozada a la espalda de su madre, Martha creció entre el viento zumbando en los surcos y el rojo vivo del sol sobre los tomatales en el norte del país.
A los ocho años de edad se incorporó de lleno como jornalera agrícola para completar los ingresos familiares. Debido a su agilidad en las manos, su labor era desyerbar los campos de tomate.
Tal como un adulto, Martha cumplía con una jornada de trabajo de ocho horas. Y antes de llegar a los 12 años ya realizaba ella sola “la tarea” que consiste en recolectar 150 baldes de tomate. En ese entonces ganaba lo equivalente a 100 pesos.
Hoy Martha tiene 20 años y la ilusión de que un día la migración llegue a su fin. Cada año, a finales de noviembre, ella se va en un viaje especial que realizan los contratistas que se anuncian por perifoneo en las calles de Coatecas.
Martha no es la única joven que se aventura en el viaje. Otras como Paula Martínez Monjaráz, de 17 años; Santa Santiago Monjaráz, de 16, y Guadalupe Santiago Antonio, de 17, también viajan al menos una vez al año a los campos agrícolas donde viven en fríos cuartos y duermen a ras del piso.
Ninguna de ellas ha pensado en regresar a la escuela, pues su prioridad es mantener el hogar con lo poco que lleguen a ahorrar durante la jornada de trabajo.
SIN OPCIONES
Coatecas Altas es una localidad casi desierta ubicada en el municipio de Ejutla de Crespo, en la región de Valles Centrales de Oaxaca.
En esta comunidad, 303 menores de edad (144 niños y 159 niñas) están en alta vulnerabilidad de incorporarse al trabajo infantil, y al menos un 10 por ciento de ellas y ellos ya trabajan como jornaleros debido a que forman parte de familias jornaleras agrícolas con una tradición migratoria de más de 20 años.
Por lo que el futuro de estas niñas y niños puede ser similar al de Martha: esperar cada año para irse a la pisca de tomate para reunir algo de dinero y tener el sustento para su familia.
Lo anterior lo revela el diagnóstico elaborado para el programa “Sueños y sonrisas, construyendo arraigo y desarrollo local”, auspiciado por el Programa Internacional para la Erradicación del Trabajo Infantil (IPEC), adscrito a la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
“Sueños y sonrisas…” se desarrolla en los distritos de Ejutla, Ocotlán y Miahuatlán, en los municipios de mayor tradición migratoria como son San Miguel Tilquiapam, La P Ejutla, Coatecas Altas, Monjas y San José Lachiguiri.
Antonio Manuel López Morales, representante legal de la organización civil Lubitzha, que trabaja en el proyecto, señala que también las niñas que no migran a los campos agrícolas son altamente vulnerables al trabajo infantil porque se quedan al cuidado de los hermanos menores, los abuelos y los enfermos, y son ellas quienes realizan el trabajo de cuidadoras de los que se quedan en casa.
Desde los 13 años, Paula Martínez Monjaráz asumió el rol de madre al frente de la familia. Cuando los gastos empezaron a superar los ingresos y la abuela Julia enfermó, sus padres decidieron dividir los turnos para ir a la zafra en Sinaloa.
Paula, de 17 años, y su hermano Felipe, de 16, regresaron a Coatecas a inicios de noviembre para continuar con la cosecha del maíz para autoconsumo; sus padres se fueron hace un par de días a los campos agrícolas en el norte del país.
La migración es principalmente familiar con destino a Sinaloa, posteriormente a Sonora y Baja California. A este tipo de migración se le denomina “golondrina y pendular”, porque salen en la época de trabajo y una vez concluida regresan a su comunidad.
Cada familia vive la migración de diferentes maneras, algunas viajan papás, hijos y abuelos. Otras primeros los padres y después los hijos. En otra sólo los padres y dejan a las y los niños al cuidado de amigos, familiares cercanos o al cuidado de la hija mayor, quien muchas veces no rebasa los 14 años, refiere Itxel López Pacheco, promotora de Lubitzha.
JORNADAS EXTENUANTES
En la casa de adobe de la abuela Julia, Paula se apresura a desgranar el maíz para cocer el nixtamal. Muy temprano tiene que hacer las tortillas para el almuerzo y continuar con las demás labores que en Coatecas realizan las mujeres en el hogar, mientras que su hermano se va al campo a cuidar chivos.
Ninguno muestra interés por ir a la escuela porque no le ven una utilidad más allá de las habilidades aprendidas para leer, contar y restar.
A dos casas de Paula vive Santa Santiago Monjaráz, ella tiene 17 años y a inicios de año viajó por primera vez a la zafra en Sinaloa. Santa explica que en casa no existe necesidad de que trabaje. Se fue porque “quería conocer, simplemente”. El trabajo no le resultó ajeno, acostumbrada que está a las labores en la parcela familiar.
En su primera experiencia como jornalera llegó a ganar mil pesos semanales de los cuales le quedaban libres entre 200 o 300 pesos, pues el resto los utilizaba para el pago de alimentos, servicios como gas, agua, luz, el “raite” (transporte), y artículos personales.
Guadalupe Santiago Antonio tiene 17. Desde los 10 años trabaja en los campos agrícolas de Sinaloa para poder ayudar a solventar los gastos del hogar de una familia integrada por siete personas.
Lupita, como le dicen de cariño, terminó sólo el quinto grado de primaria y no tiene interés de regresar a la escuela a pesar de que se destacaba como una buena estudiante. Combinar el estudio con el trabajo resulta difícil porque significa dejar de ir a la zafra todo un año y eso se refleja en la economía de las familias.
En los campos de Sinaloa las jornaleras inician el día a las 3 de la mañana. A esa hora prepara su desayuno y los alimentos para el almuerzo y la comida. Luego se traslada al campo de trabajo para iniciar con su tarea antes de que comience a clarear.
Sobre cada uno de sus hombros colocan un balde de 20 litros completamente lleno de tomates, pepino, cebolla, chile o berenjena, según corresponda. Por cada 200 cubetas al día ganan 120 pesos.
De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), en Oaxaca hay 158 mil 340 niñas, niños y adolescentes inmersos en el trabajo, de los cuales 110 mil 294 son niños y 48 mil 45 son niñas.
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