Carlos Bonfil
Fotograma de César debe morir
La
ilusión teatral. Los cineastas Paolo y Vittorio Taviani se permiten a
sus más de 80 años el lujo que otros grandes colegas veteranos, Alain
Resnais, a los 90 años con Ustedes aún no han visto nada o Manoel de Oliveira, a los 104, con Gebo y la sombra, no
dejan de reivindicar y disfrutar: hacer del cine un espacio de libertad
capaz de difuminar las barreras entre ficción y documental,
confundiendo en un solo impulso creador lenguaje teatral y expresión
cinematográfica. Los Taviani no se limitan, sin embargo, a la
fantasiosa recreación fílmica de una obra teatral ni a presentar con
elegancia académica un teatro filmado, sino que saltando las barreras
de la representación proponen el registro de la puesta en escena de una
tragedia de Shakespeare, Julio César, a cargo de Fabio
Cavalli, en el interior del penal de alta seguridad de Rebibbia, en las
afueras de Roma, interpretada por un grupo de reos que purgan largas
penas por crímenes diversos.
El proceso de selección de los prisioneros es fascinante. Cada uno
corresponde por sus características físicas o por su temperamento a
alguno de los personajes clave (Brutus, Casius, Octavio, Marco Antonio,
y naturalmente Julio César), pero en el momento de las audiciones debe
también actuar como el contrario exacto de su personaje. El resultado
es un estupendo despliegue humorístico poco común en el cine de los
Taviani. El documental César debe morir, propone en su
brevedad de 76 minutos dos momentos a color de la escenificación final,
y entre esos fragmentos una minuciosa exploración en blanco y negro de
los ensayos de los reos. El trabajo de fotografía de Simone Zampagni es
magistral. El espectador participa de la vida cotidiana de los
prisioneros mientras memorizan sus tiradas en los lugares más
inverosímiles del penal, en los pasillos y los patios, y en el interior
de sus celdas, confundiendo sus propias vidas y experiencias delictivas
con las de los personajes de la tragedia, trasladando así en su
imaginario las vivencias de una Roma antigua, donde el complot
parricida, las traiciones y el magnicidio buscaban frenar una tentación
totalitaria, hasta una actualidad política plagada también de
escándalos y abusos autoritarios.
César debe morir es
una experiencia muy original, donde los Taviani exploran las
posibilidades de la representación escénica y su poder de sugerir
niveles diversos de interpretación. Pero es sobre todo una reflexión
sobre el poder liberador del arte en una sociedad pasiva y adocenada,
avasallada por la publicidad y la mercadotecnia, y la lógica y los
imperativos de consumo, que en ocasiones semeja un inmenso penal de
alta seguridad, con ciudadanos tan herméticamente confinados en ella
como estos improvisados actores de la tragedia shakesperiana. La
riqueza del filme de los Taviani radica no sólo en su habilidad para
confundir la realidad y la ficción, sino también para sugerir, mediante
una sugerencia muy sutil, todo lo que en nuestros días vuelve tan
parecido a un mundo presuntamente libre del universo carcelario aquí
descrito.
Una vez concluido el tiempo de la representación teatral en el penal
de Rebibbia, terminado ese momento de libertad y exaltación bajo la
mirada y aplausos de los demás presos, y la aprobación entusiasta de
espectadores venidos del exterior, los reos comediantes deben regresar
a sus crujías y retomar la existencia de siempre. Es entonces cuando
uno de ellos pronuncia la frase que de algún modo resume el propósito
crítico de la película:
Desde que conocí el arte, esta celda se volvió una prisión. César debe morir conquistó merecidamente el máximo galardón, Oso de Oro, en el pasado Festival Internacional de Cine de Berlín.
Además de la Cineteca Nacional, la Muestra prosigue este mes su
recorrido en salas de Cinemex, Cinépolis, Lumière Reforma y sala Julio
Bracho del Centro Cultural Universitario.
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