Carlos Bonfil
Paraíso: fe (Paradies: Glaube),
segundo capítulo de una trilogía del austriaco Ulrich Seidl, es una
irreverente comedia sobre las flagelaciones de la carne y el fanatismo
religioso. La protagonista, la muy devota misionera cristiana Anna
María (María Hofstatter), es hermana de la desafortunada turista sexual
Teresa en Paraíso: amor, capítulo inicial del conjunto de cintas que habrá de concluir con Paraíso: esperanza, interpretado por la hija de Teresa, una joven poco agraciada que buscará la felicidad en un campamento para personas obesas.
Como se puede suponer, Seidl no es precisamente un maestro de la
sugerencia ni tampoco es muy sutil al abordar sus temas. Semeja una
variante teutona del muy ácido Todd Solondz (Felicidad, Palindromas), afecto como él a la provocación y al humor negro.Las primeras escenas de su nueva cinta son impactantes. Muestran a Anna María, mujer madura y solitaria, desnudándose cintura para arriba e imponiéndose una breve pero implacable sesión de azotes en la espalda. Toda su casa está tapizada con imágenes religiosas, vírgenes, crucifijos, una del papa Benedicto XVI, y suele atravesarla toda de rodillas, con un cilicio en la cintura, rezando y expiando siempre más los pecados ajenos que los propios. Pertenece a una pequeña congregación, la Legión del Sagrado Corazón, que se reúne en su hogar para cantar y alabar al Señor.
La cinta informa brevemente de su trabajo de asistente médica y de sus vacaciones, que aprovecha para llevar la palabra divina a las casas de inmigrantes o de austriacos pobres en los suburbios de Viena, donde es recibida o rechazada con resignación, hostilidad o simple indolencia. El realizador describe estas faenas de manera morosa y repetitiva, como si deseara transmitir el ritmo mismo de las rutinas de una mujer obsesionada, de igual modo, por la limpieza de su hogar y por la pureza de su alma.
Lo
que viene a romper este ritmo cansino es la sorpresiva llegada de su
esposo, Nabil Saleh (actor no profesional), musulmán que se ha
ausentado del hogar dos años, luego de un accidente que lo ha dejado
parapléjico, y que ahora regresa en silla de ruedas para exigir a su
mujer, volcada ya al misticismo y la castidad, el cumplimiento de sus
deberes conyugales. Esta situación está plagada de escenas tan
hilarantes como patéticas.
El hombre, cansado de los rechazos de su mujer, derriba, como puede, los iconos religiosos, incluida la imagen papal; Anna María prosigue, por su parte, su misión de convertir, casa por casa, con una virgen a cuestas, a todos los infieles a la fe verdadera y hacer que toda Austria regrese con mayor brío al catolicismo. Sus esfuerzos fallidos con una joven alcohólica, refugiada soviética, culminan en un disparatado acoso sexual de aquélla, y el consuelo que desesperadamente busca en la religión alcanza proporciones de blasfemia al tomar muy al pie de la letra a Cristo como un hombre seductor y a un crucifijo como un instrumento de placer solitario.
Con toda su sucesión de imágenes y alusiones extremas, la cinta del austriaco no muestra hostilidad en su exhibición del fanatismo ni se complace en un sarcasmo fácil. Como en su cinta anterior, Paraíso: amor, una nota de ternura se insinúa en esta nueva crónica de las tristes mortificaciones de la carne. Del turismo sexual el realizador transita ahora a una devoción religiosa circunscrita a un ámbito estrictamente privado. No hay aquí oficios religiosos ni figuras eclesiásticas, sólo la obsesión y las manías de una mujer solitaria que vive la fe y la abstinencia sexual como las dos caras de una misma patología.
Además de la Cineteca Nacional, la Muestra prosigue su recorrido en salas de Cinemex, Cinépolis, Lumière Reforma y sala Julio Bracho del Centro Cultural Universitario.
El hombre, cansado de los rechazos de su mujer, derriba, como puede, los iconos religiosos, incluida la imagen papal; Anna María prosigue, por su parte, su misión de convertir, casa por casa, con una virgen a cuestas, a todos los infieles a la fe verdadera y hacer que toda Austria regrese con mayor brío al catolicismo. Sus esfuerzos fallidos con una joven alcohólica, refugiada soviética, culminan en un disparatado acoso sexual de aquélla, y el consuelo que desesperadamente busca en la religión alcanza proporciones de blasfemia al tomar muy al pie de la letra a Cristo como un hombre seductor y a un crucifijo como un instrumento de placer solitario.
Con toda su sucesión de imágenes y alusiones extremas, la cinta del austriaco no muestra hostilidad en su exhibición del fanatismo ni se complace en un sarcasmo fácil. Como en su cinta anterior, Paraíso: amor, una nota de ternura se insinúa en esta nueva crónica de las tristes mortificaciones de la carne. Del turismo sexual el realizador transita ahora a una devoción religiosa circunscrita a un ámbito estrictamente privado. No hay aquí oficios religiosos ni figuras eclesiásticas, sólo la obsesión y las manías de una mujer solitaria que vive la fe y la abstinencia sexual como las dos caras de una misma patología.
Además de la Cineteca Nacional, la Muestra prosigue su recorrido en salas de Cinemex, Cinépolis, Lumière Reforma y sala Julio Bracho del Centro Cultural Universitario.
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