jueves, 6 de diciembre de 2012
Gerardo Fernández Casanova (especial para ARGENPRESS.info)
Comienza el sexenio Peña Nieto inmerso en un mar de señales contradictorias, unas en busca de la legitimación discursiva y otras en refrendo del talante autoritario y represivo que le es característico. Por lo pronto habrá que reconocer que, independientemente de cuestiones de orden moral, los priístas saben su oficio y lo ejercen con gran soltura. En el gabinete presidencial el más tullido es alambrista; no hay comparación con la ramplona mediocridad de los panistas que acompañaron a Fox y a Calderón.
Del talante autoritario y represivo dieron cuenta los operativos policiacos realizados en torno al recinto del Congreso. El fantasma de Atenco se mostró sin mayor recato y acompañado de su colega, el del Jueves de Corpus, con lujo de huestes de vándalos de corte paramilitar. El objetivo no fue la protección de las instalaciones en que se desarrollarían los actos del protocolo, sino provocar la violencia y el repudio de la opinión pública (la de los teleadictos) a los actos vandálicos y dirigir los reflectores hacia la juventud indignada y protestante pacífica, en especial al #Yo soy 132. El dinosaurio aplastando las flores del jardín. Viejas mañas en nuevos tiempos y con gasolina para apagar el fuego del descontento juvenil. La libertad del ciberespacio propaga los videos en que la realidad se decanta y la indignación podrá escalar la magnitud y la trascendencia de la protesta de los jóvenes, mas no aplacarla.
Del afán de legitimación el Pacto por México es una muestra plausible a la que creo se le debe otorgar el beneficio de la duda. Es un añejo postulado de la izquierda la institución de un consejo económico y social que facilite la concertación de la política de estado, más allá de los intereses partidistas y de los poderes fácticos. El discurso de presentación del pacto parece encaminarlo hacia una figura de este tipo y, atinadamente, comienza por la concertación de las principales fuerzas políticas para luego incorporar representaciones de la sociedad civil. El énfasis discursivo en el combate a los monopolios y en el sometimiento de los poderes fácticos al poder soberano del estado me significó una alentadora sorpresa, sin por ello caer en la finta de una credulidad acrítica. El proyecto me merece una aprobación en lo general, con la reserva de algunos de sus puntos en lo particular, específicamente los relativos a la apertura de PEMEX, la unificación de códigos penales y el de la competitividad en telecomunicaciones. El resto de los temas parecieran una simple copia del programa de gobierno postulado por AMLO en sus dos campañas electorales.
El tema sustantivo del sometimiento de los poderes fácticos amerita que lo asumamos quienes militamos en el progresismo. Hay plena coincidencia en el hecho de que en la exacerbación de tales poderes radica el mayor obstáculo al progreso nacional; es la mafia tan insistentemente señalada por Andrés Manuel. No me pregunto si Peña es honesto o no al momento de plantearlo, pero le tomo la palabra y en ella cifro la contribución y la exigencia para hacerla realidad, no me importa si al conseguirse tuviera que admitir la legitimación del régimen surgido de la compra del voto. Tampoco me afecta que, a falta de poder de convocatoria personal, Peña Nieto la reemplace con una temática que sí convoca, finalmente lo que realmente importa es que México logre progresar. Habrá que mantener una crítica afirmativa muy celosa de observar la congruencia entre el postulado y la acción.
El punto verdaderamente crítico del asunto radica en la emancipación respecto del más vigoroso de los poderes fácticos, el que da cobijo a todos los demás: el del gran capital internacional expresado en la imposición de recetas por parte del FMI y del Banco Mundial. Los tecnócratas podrán negarlo y decir que, en pleno ejercicio de su soberanía, el gobierno adopta las “recomendaciones” por así convenir a los intereses nacionales, en cuyo caso todo lo demás servirá para lo mismo que se le unta al queso. Dicen que Peña intenta emular a Lula; de ser así, tendría que dotarse los grados de libertad que en esta materia se dio el brasileño, sin demasiado ruido pero con efectividad absoluta.
Por lo pronto, retiro el lema que caracterizó estos artículos durante los seis años del espuriato de Calderón. Ojalá no me vea en la necesidad de recordar el fraude electoral.
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