Está
de regreso el diazordacismo y esta vez la represión, que inicia con un
muerto y un ojo perdido para otro y casi un ciento de presos políticos,
será a lo bestia.
Estoy en casa de mi hijo mayor desde el sábado pasado que fue a buscarme. Luego del Party Time televisado el día 1º, con unos dentro celebrando, mientras las fuerzas brutas de “el orden” reprimían a los otros que protestaban fuera en representación de lo que sentimos muchos millones de mexicanos.
El domingo por la mañana mi cerebro se desconectó un rato del que no recuerdo nada. Y hoy al abrir el Facebook pensé que el detonante había sido la portada del Proceso que decía lo mismo que el día anterior yo había visto. Pero me dicen que no, que realmente no llegó el domingo y ayer no lo compraron al traer los otros diarios.
Y, justo el domingo, antes del problema que sufrió mi cerebro, después de leer los diarios, de haber enviado mi artículo y de haberme bañado, cogí del cuarto de mi nieto mayor, donde suelo dormir cuando paso unos días con ellos, una pequeña novela titulada “Marranadas”, de una autora francesa que no conocía, publicada en la colección Quinteto de Anagrama, que era lo que leía sentada en la sala tomándome un café cuando sufrí la desconexión que, entre otras cosas, me ocasionó no recordar que estaba leyendo ese libro del que les comparto unas líneas de la contraportada —pero el que les recomiendo que lean, por supuesto—, relacionadas con lo que se representa por la obra de teatro del dramaturgo Harold Pinter, titulada Party Time, a la que mencioné ayer, porque creo que son ejemplificativas de lo que ocurre hoy en México.
“La insólita metamorfosis de una bonita dependienta de perfumería es la peripecia a través de la cual Marie Darriesussecq compone está fábula a un tiempo cándida y violenta, esta alegoría apenas futurista (la publicación data de 1996) en cualquier gran ciudad europea, esta parodia sangrienta y desternillante del ansioso consumismo que a todos arrastra, este despiadado retrato robot de políticos lujuriosos, neonazis aburridos y presentadores de carroña televisiva…”.
A los que yo añado, lo que es obvio, que son los lumpenes a los que Marx se refería como los sin cultura, los que desde su Party Time acusan mientras reprimen a los otros que fuera se manifiestan en contra de sus condenas. A veces infiltrados por los mismos que reprimen, pero la mayor parte de las veces desfogando la ira acumulada a lo largo incluso de generaciones condenadas con los rescates bancarios y carreteros a sobrevivir, los que no sean asesinados, sin el derecho ni siquiera a soñar que podrán alcanzar, mientras exista alguien de su descendencia, una vida medianamente digna.
Convertidos otros en presos políticos acusados de vandalismo, de momento, tan sólo hace hoy cinco días que tomó el poder Peña, pero quienes no tardarán, como la crónica anuncia, en ser acusados de ser terroristas, como en el diazordacismo y durante el echeverrismo se les acusaba de ser comunistas, por los mismos que mientras se lo reparten todo y viven su Party Time permanente firman pactos de pacotilla que pretenden comparar con el de La Moncloa; pactos de los que está excluido el pueblo, mientras la televisión embrutece a la clase media proletaria que se sueña pequeño burguesa, pactos contra el pueblo condenado con Peña a pagar las deudas contraídas por alcaldes y gobernadores para enriquecerse y luego, si las protestas son demasiadas y no pueden ocultarse las pruebas que a la vista saltan de sus pactos y vinculaciones con los jugosos negocios del capitalismo, se le dejará ir a vivir a soleados paraísos para ricos. Enriquecidos con el narcotráfico y el secuestro, la trata de blancas y los niños achicharrados en las guarderías convertidas en negocio de los familiares favorecidos también por los mismos que el poder se reparten. Guarderías convertidas en negocio de los mismos que su Party Time permanente disfrutan y donde las madres trabajadoras se ven obligadas a dejar a sus hijos, ahora con la reforma priísta, aunque la iniciativa la haya enviado el usurpador genocida y se haya aprobado al final de la era panista, la reforma es de Peña, a cambio de impunidad garantizada, por su aprobación, con la que se convierte a los trabajadores en esclavos obligados para poder llevar aunque sea tortillas a la mesa; reformas legales negociadas en los sótanos avaladas por los mismos firmantes de falsos pactos mientras se divierten en su Party Time con sus “Marranadas”.
Está de regreso el diazordacismo y esta vez la represión, que inicia con un muerto y un ojo perdido para otro y casi un ciento de presos políticos, será a lo bestia.
Pero todos, que nadie lo dude, incluidos los que viven en esa franja social que se conoce como clase media y que se sueña pequeño burguesa, que hoy se congratula de la firma del excluyente falso pacto, van a verse obligados, más temprano que tarde, a tener que tomar partido.
María Teresa Jardí - Opinión EMET
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