Palabra de Antígona
“La crítica feminista muy desarrollada en el mundo respecto de los medios, en México no ha significado una preocupación ordenada, profunda y científica desde el movimiento feminista”
México
D.F. 23 mar. 13. AmecoPress.- La reforma que se discute en la Cámara de
Diputados para construir un nuevo cuerpo normativo a las
telecomunicaciones es una oportunidad para darle una visión de género,
más allá de la queja recurrente de que no fuimos tomadas en cuenta.
Podrían hoy, si supiéramos cómo, incluir propuestas fundadas en
diagnósticos científicos y bien cimentados.
Hasta
ahora sólo acompañará la discusión el sentido común y una actitud
reactiva, sabiendo que los medios reproducen viejos esquemas sobre lo
que somos los hombres y las mujeres. Serán peticiones generales, porque
no se sabe cómo se construye el producto, por qué vías aparece ni
podemos hacer un mapa de intereses que no sean la vulgaridad muy
conocida: los monopolios. ¿Y qué más? El lenguaje excluyente ¿y qué
más?.
Nada sabemos
de la distribución del acceso a las nuevas tecnologías ni de las leyes
que desde hace años regulan el otorgamiento de concesiones, ni de cómo
los grupos que controlan y funcionan los más de 50 canales regionales;
tampoco podemos argumentar sobre el carácter y visión de esos
concesionarios.
La crítica
feminista muy desarrollada en el mundo respecto de los medios, en
México no ha significado una preocupación ordenada, profunda y
científica desde el movimiento feminista. El tema tratado
superficialmente se ha reducido a criticar esporádicamente el lenguaje
sexista y la invisibilidad de las mujeres en los productos y contenidos
de los medios.
Paralelamente
se desarrolló una tendencia también limitada y sin conocimiento de
causa, respecto del uso instrumental de los medios. O sea estrategias
para la búsqueda de espacios de difusión para las acciones feministas,
para la difusión de sus programas, sin participar en las discusiones de
la tenencia de los medios, su regulación y normatividad que comenzó en
1977 en forma sistemática, dominada por grupos y asociaciones poco
sensibles a lo que hoy conocemos como visión de género.
No existe un
acumulado de conocimientos del entramado muy especializado respecto al
papel político de las concesiones de radio y televisión; la cuestión
del sistema radioeléctrico no ha importado. No contamos con un
diagnóstico desde la perspectiva feminista de la concentración de los
medios y los daños que podría ocasionar a la mitad de la población. No
tenemos un observatorio científico sobre el tratamiento mediático de la
condición femenina.
Los estudios
de contenido, por ejemplo de las telenovelas, la publicidad, son
escasos y antiguos. Ni siquiera contamos con un panorama de cómo y
desde qué óptica los concesionarios de los medios definen a sus
auditorios a partir de la concepción de lo que es ser hombre y ser
mujer. Los estudios feministas tampoco han entrado con su visión a
revisar qué ha significado el desarrollo de las nuevas tecnologías. En
suma la nueva reforma encuentra a las mujeres sin instrumentos
científicos de discusión.
Pensar en
incluir la demanda de un lenguaje inclusivo, o demandar mayor
visibilidad, no alcanza para el análisis que se necesita. Hoy las y los
legisladores acordarán un cambio trascendente sin que sepamos de qué se
trata. ¿Qué significa para las mujeres la competencia y la
descentralización? ¿Cuántas mujeres son dueñas de medios? ¿Cuáles son
las reglas de operación de la televisión pública o estatal? ¿Cómo
operará la propuesta del Instituto Federal de Telecomunicaciones?, por
ejemplo. Lo común es pedir que haya igual número de hombres y de
mujeres en su operación.
Todo ello a
pesar de que hace al menos 22 años distintas iniciativas han trabajado
en la formación de redes de periodistas para que se hagan sensibles a
la condición de las mujeres. No se conoce cuándo o dónde las feministas
hayan establecido mesas de trabajo al respecto. En sus reuniones y
congresos, el tema jamás ha sido considerado, y hace muy poco tiempo
desde la academia se han hecho intentos iniciales.
Por ende no
hay intervención feminista en la construcción de mensaje de publicidad,
cuál es el catálogo de escritoras y escritores de series de televisión,
cuáles son y cómo se construyen las imágenes femeninas. Cómo se forma
al personal que produce la programación de un medio.
En 1995,
durante la Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer, feministas de otros
lares, discutieron a fondo el contenido y proyección de una sección
llamada Capítulo J, que ya previó desde entonces la brecha digital
entre mujeres y hombres, y delineó estrategias, incluso de carácter
legislativo, para reordenar la normativa que urgía ante los rápidos
cambios que derivarían en el uso de voz y datos, vía las carreteras de
la información que van de la computadora al teléfono celular, donde,
por supuesto, circulan ideas, mensajes, lenguaje e imágenes sexistas,
discriminatorias y excluyentes para la mitad de la población.
La discusión
que determinará el rumbo de las telecomunicaciones es crucial. Los
nuevos instrumentos de la comunicación ya forman parte de la revolución
educativa en el mundo. Ahí no estamos con nuestra palabra nacional e
informada. La carencia de referentes es muy grave. No sabemos casi
nada. Sólo hay un estudio muy trascendente, hecho por Gabriela Delgado
y Rosario Novoa sobre la telesecundaria; el seguimiento del contenido
de telenovelas, ya antiguo, realizado por Guillermo Orozco de la
Universidad de Guadalajara y algunas escasas y esporádicas reacciones
al desmedido uso del cuerpo de las mujeres para la publicidad,
inconexos y sin diagnósticos.
Este tremendo
descuido nos coloca en las márgenes de estas importantes discusiones.
No tenemos datos duros, muestras científicas, catálogos de contenidos
que pudiéramos mostrar en la discusión de la manera en que el discurso
mediático refuerza el papel tradicional de mujeres y hombres. Ni
tenemos propuestas globales para enfrentar el contenido de la reforma
en telecomunicaciones. Esta desgracia será elocuente en los resultados
por venir, que según todos los indicios, entre hombres, operarán el
nuevo reparto, pero no podemos construir la crítica urgente, más allá
de la queja, la descalificación sin conocimiento y esa sí, nuestra
ansia porque los medios, sabemos, no hacen justicia a las mujeres.
Los datos
duros permitirían sustentar la recomendación que hizo recientemente el
comité de la CEDAW, es decir, el comité internacional que busca hacer
efectiva en todo el mundo la Convención contra todas las formas de
discriminación contra la mujer, ese comité recomendó “que México
aplique una estrategia global que incluya iniciativas de prevención en
las que participen los medios de comunicación y programas de educación
pública destinados a modificar las actitudes sociales, culturales y
tradicionales que se hallan en el origen de la violencia contra la
mujer y que la perpetúan”, ¿cómo se puede demostrar esto?, sólo con que
se incluya la frase visión de género. Me temo que es muy elemental.
Otra cosa
sería mostrar un catálogo analítico que pudiera dar luces para hacer
esta recomendación algo viable y sustentado. No lo tenemos. Esta
situación coloca a las mujeres en una condición de marginalidad
autoimpuesta en el período más importante de los cambios que ya se han
prefigurado por un conjunto de personas expertas, asociaciones y
legisladores que están por aprobar una reforma de “gran calado”.
En otros
países, como Chile, por ejemplo, las mujeres feministas han estado en
las mesas de trabajo de cada una de las reformas, visiones y análisis
del significado del cambio tecnológico en los instrumentos de los
medios de comunicación.
La demanda de
equidad o igualdad a secas me parece, no trascenderá en esta discusión
que ya está aquí y ahora. Preparar reservas para evitar la violencia y
la discriminación contra las mujeres en los medios, es una frase vacía.
Por ejemplo se excluyó del estudio del feminicidio en 2005, el análisis
de cómo los medios trataban el problema. No tenemos ese referente
elaborado por investigadoras en 10 entidades del país. Y
lamentablemente este desconocimiento se nos cobrará ahora. Las campañas
realizadas no tienen un estudio de impacto, por tanto tampoco sabemos
cómo mostrar la tremenda ayuda que los medios podrían aportar para
mitigar la discriminación femenina.
Pero nunca es tarde para comenzar. Con autocrítica podríamos hacerlo.
Veremos.
Foto: Archivo AmecoPress.
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