Pedro Miguel
Hay
que pensarlo dos veces antes de afirmar que algo es de papel desde que
Mao Tse-Tung aseguró que el imperialismo estaba hecho de ese material
–una de las características simplificaciones alegóricas que tanto le
gustaban al líder chino– aunque, a juzgar por lo que siguió, las
supuestas fragilidad y caducidad histórica de las potencias
capitalistas fue una apreciación harto apresurada. Así que más vale
llamar victorias escenográficas –es decir, de cartón, cartón-piedra o
tabla roca– a los recientes avances políticos del régimen oligárquico
mexicano.
Los avances en sí son indudables: aun antes de hacerse con la
Presidencia, el grupo de Peña Nieto empezó por lograr la aprobación de
un paquete legislativo antilaboral, luego unció a los tres mayores
partidos con registro a un Pacto por México, acto seguido se deshizo de
la más incómoda de sus alianzas políticas –la que sostenía con Elba
Esther Gordillo– y ahora avanza en la aprobación de reformas legales
que, entre otras cosas, consagran el carácter empresarial y
mercantilista de las telecomunicaciones, restaura los poderes
arbitrales de la cúpula oligárquica sobre los poderes fácticos que la
sustentan y entregan, en forma antipatriótica, el mercado de la
telefonía a capitales foráneos. Asimismo, el régimen se apresta a
consumar el sueño neoliberal de poner en manos privadas los tramos más
rentables de la industria petrolera nacional, en una operación que
reduciría a Pemex a mera agencia de concesiones y licitaciones. Para
compensar la pérdida de recursos fiscales que significaría tal
privatización disfrazada, el grupo en el poder pretende, en forma
paralela, lograr la aprobación de una reforma fiscal que grave
alimentos, medicinas y libros y que extraiga de los bolsillos de las
clases medias y de los pobres los recursos que el Estado dejaría de
percibir por la merma de la renta petrolera, cuya mayor parte iría a
parar, de aprobarse las propuestas oficiales, a engrosar las utilidades
de corporativos energéticos trasnacionales y locales.No hay, pues, razones para dudar que el gobierno de Peña Nieto y de quienes van con él está decidido a aprovechar la descomposición de las oposiciones con registro –PAN y PRD– y a adelantar lo más que pueda su agenda antipopular y antinacional, montado en la atonía social causada por la imposición presidencial operada en julio del año pasado. En su mayor parte, los medios entregan la película de una ofensiva oligárquica a tambor batiente que arrasa sin contrapesos parlamentarios o sociales a la vista para restaurar una Presidencia imperial al viejo estilo.
Pero las
cosas no son tan simples. El equipo de Peña opera con un aparato de
control político al que, durante las décadas del neoliberalismo, se le
han mutilado muchas de sus funciones y potestades y se le ha hecho
abdicar a sus responsabilidades constitucionales. La oligarquía
gobernante contemporánea es igual de autoritaria que el priísmo de
antaño y mucho más ladrona pero, a diferencia del viejo régimen, no
brinda movilización social, no entrega bienestar, no garantiza ni un
remedo de paz pública, no arbitra entre los sectores de la sociedad
(porque proviene de, y sirve a, sólo a uno: el empresarial, legal o
delictivo), no está interesada en la educación ni en la cultura y
carece de capacidad par impulsar el crecimiento económico: lo suyo es
medrar con la recesión, la pobreza, los rezagos educativos y la
marginación social.
El año pasado la oligarquía consiguió mantener el control de las instituciones pero a un costo altísimo, para éstas, de descrédito y de pérdida de representatividad. Ejemplos: el IFE actual es la caricatura del que encabezaba Ugalde, el cual, a su vez, era ya un remedo corrompido del que presidió Woldenberg; un movimiento espontáneo como #YoSoy132 elaboró una propuesta de reordenamiento de las telecomunicaciones con mayor lucidez y sentido nacional que el gobierno peñista y sus diputados del Pacto por México; para hacer frente a la tragedia de la inseguridad, el actual gabinete no ha mostrado más imaginación ni más recursos políticos que la mafia calderonista, la cual veía la violencia como un asunto de
El régimen avanza en su ofensiva antinacional y antipopular, pero el avance tiene lugar sobre la delgada cáscara de instituciones vaciadas de contenido, representatividad y significación; cuenta con los dineros públicos, las corporaciones represivas y los corifeos de los medios. Y a falta un país que camine, por convencimiento y por consenso, en la misma dirección, se ha inventado un México escenográfico que, en los primeros 100 días de un nuevo gobierno, camina con paso firme en la solución de sus problemas.
navegaciones.blogspot.com
Twitter: @Navegaciones
El año pasado la oligarquía consiguió mantener el control de las instituciones pero a un costo altísimo, para éstas, de descrédito y de pérdida de representatividad. Ejemplos: el IFE actual es la caricatura del que encabezaba Ugalde, el cual, a su vez, era ya un remedo corrompido del que presidió Woldenberg; un movimiento espontáneo como #YoSoy132 elaboró una propuesta de reordenamiento de las telecomunicaciones con mayor lucidez y sentido nacional que el gobierno peñista y sus diputados del Pacto por México; para hacer frente a la tragedia de la inseguridad, el actual gabinete no ha mostrado más imaginación ni más recursos políticos que la mafia calderonista, la cual veía la violencia como un asunto de
percepcióny se empeñaba, en consecuencia, en minimizarlo con acuerdos y encuentros burocráticos, anuncios de victorias espectaculares y toneladas de dinero invertidas en publicidad mentirosa.
El régimen avanza en su ofensiva antinacional y antipopular, pero el avance tiene lugar sobre la delgada cáscara de instituciones vaciadas de contenido, representatividad y significación; cuenta con los dineros públicos, las corporaciones represivas y los corifeos de los medios. Y a falta un país que camine, por convencimiento y por consenso, en la misma dirección, se ha inventado un México escenográfico que, en los primeros 100 días de un nuevo gobierno, camina con paso firme en la solución de sus problemas.
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