Alejandro Encinas Rodríguez
El “huevo de la serpiente” es una película recreada en el Berlín de los años veinte, donde Ingmar Bergman hace una alegoría del nacimiento del nazismo. Habla del miedo y la diferencia, donde la xenofobia, el genocidio y la locura desatada son los huevos a punto de eclosionar.
Toda proporción guardada, tal riesgo de eclosión se ha venido manifestando en torno al conflicto magisterial. La campaña de satanización en los medios; la subordinación, expediente en mano, de los dirigentes del SNTE que regresan al redil, así como la detención de dirigentes sociales en distintos estados del país y la provocación que alcanza hoy a la UNAM, son signos de un entorno que crea condiciones para justificar la represión.
A ello se suma la frivolidad de algunos políticos como Graco Ramírez, quien plantea aplicar la ley, igual que a Elba Esther Gordillo, a los maestros disidentes “para que se mantenga el Estado de derecho”, y Germán Martínez del PAN, quien clama por desaparecer los poderes en Guerrero y reprimir a los maestros: “Ninguna ‘comprensión’ merecen los profesores radicales; ni una ayuda del gobierno local inexistente... En Guerrero el orden institucional está roto y el principio de autoridad burlado”.
Es absurdo equiparar a los maestros inconformes con la señora Gordillo. Se trata de fenómenos políticos diametralmente opuestos. Una es resultado de la complicidad, la corrupción oficial y del sistema de control corporativo de los trabajadores, los otros, son resultado de la marginación y el abandono al sistema educativo que viven las entidades más pobres del país. Como absurdo lo es intentar homologar las políticas educativas entre regiones y condiciones sociales, laborales y de infraestructura tan disímbolas.
Es comprensible la irritación que ha causado la movilización del magisterio, como son condenables las provocaciones y el vandalismo. Sin embargo, debe hacerse un esfuerzo para evitar que se escale el conflicto y se conduzca, de manera irreversible, a un callejón sin salida.
Es urgente que los poderes públicos, en especial el gobierno federal, ofrezcan al magisterio disidente un espacio institucional para dirimir sus diferencias y para definir un discurso de concordia. Debe aclararse la percepción de que la reforma educativa pondrá en riego su permanencia en el empleo, el carácter público de la educación o que se desconocerán las diferencias sociales y pedagógicas que subsisten en las distintas regiones del país.
Es por la vía de la persuasión y la negociación, y no de la amenaza como se puede reconducir el proceso y asegurar una reforma educativa consensada, efectiva, incluyente y plural. Para resolver el conflicto y reconducir la reforma educativa, es necesario frenar la acción persecutoria del Estado y la intención de intervenir en la vida interna de los maestros. Por el contrario, debe dejarse de lado el control gubernamental del SNTE y facilitar su democratización, abrir la discusión en la elaboración de la Ley General de Educación y construir una ley que reconozca las desigualdades del sistema y la necesidad de establecer políticas diferenciadas para el desarrollo educativo nacional.
Pero también es necesario desmontar la intransigencia y la provocación de las partes, ninguna de las cuales puede pretender doblegar o someter a la otra. Es necesario abrir la vía del entendimiento, lo que implica para la disidencia magisterial, replantear su relación con los ciudadanos, y lejos de alentar la animadversión que fomentan los medios, convencer de la legitimidad de sus demandas para encontrar aliados y no rechazo.
Senador de la República
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