Carlos Bonfil
Pinturas, recuerdos y videos. Refiere el pintor catalán octogenario Nicolás Rubio:
Mi vida ha sido un lento proceso de adquisición de conocimientos para poder pintar a mis amigos y a los vecinos de mi pueblito. Ese pequeño pueblo adoptivo es Vielles, en la región francesa de Auvernia, lugar de exilio de los padres del niño Nicolás al momento de abandonar una España devastada por la guerra civil y los embates del fascismo. De ese pueblo, de sus casas y paisajes, el pintor se vuelve lúcida memoria viva y con 600 pinturas el único cronista, fiel a su apego rural décadas después cuando ya anciano vive y sigue pintando en Buenos Aires.
El realizador argentino Fernando Rodríguez acomete la tarea en 75 habitantes, 20 casa, 300 vacas, su
primer largometraje, de restituir en la pantalla buena parte del
proceso artístico de Rubio, memorialista de Vielles, con sus lugares y
su gente plasmados en viejos cuadros. O también en la pintura nueva que
ensaya con algunos recuerdos dispersos, o con ayuda del amigo cómplice
Claude, que desde Francia le informa sobre el estado actual de la casa
que el artista desea aún plasmar sobre un cuadro.
Nicolás Rubio evoca
ante algunas de sus telas a los personajes pintorescos que acompañaron
su niñez y adolescencia, desde los conductores de bueyes, co-mo
Mathurin, hasta sus vecinos, los Pani, con quienes compartiera el piso
inferior de su casa, o la maestra con un busto tan pronunciado que
parecía impulsado por un resorte. Y el pintor catalán muy laico,
prácticamente ateo, le reconoce al cura del pueblo un gran sentido del
humor cuando al escuchar un ruido extraño durante la misa, le oye
sentenciar:
Más vale echar un pedo en público que acabar la vida solo.
La
cinta de Rodríguez interviene con efectos de animación algunas de las
pinturas de Rubio, los personajes aparecen entonces temblorosos, ávidos
de una nueva vida.
El pueblito francés, perdido en el hexágono,
recupera también sus viejas calles y recodos, las casas con cuatro o
seis ventanas, impreciso el dato ya para la memoria, en una pintura de
siluetas difuminadas, casi fantasmales, que evocan un poco a Marc
Chagall y su bestiario, a Jean Giono y su literatura del terruño, o a Farrebique (1947), el documental de Georges Rouquier sobre las faenas en la campiña francesa.
75 habitantes, 20 casas, 300 vacas plasma el
trabajo de imaginación de un pintor empeñado en rescatar, con las
palabras y las telas, parcelas entrañables de ese microcosmos que por
largas décadas fue su exilio. El resultado, un documental a la medida
de la increíble sencillez del artista.
Se exhibe en la sala 7 de la Cineteca Nacional (15 y 19 horas).
Twitter: @CarlosBonfil1
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