Juan Carlos Ruiz Guadalajara*
Con un gasto de casi 2 millones de pesos, hace unos días los 500 diputados y diputadas federales recibieron un pin
de seis gramos de oro con el escudo nacional y la referencia a la 62
Legislatura. El asunto bien podría quedar como una anécdota más sobre
los múltiples rostros que tiene el abuso de poder en México, mas no es
así. El pin de oro muestra no sólo la frivolidad de quienes
lo aceptaron, sino también la ignorancia de casi todo el Legislativo
respecto al expolio y destrucción al que ha estado sometido el
territorio nacional desde hace 20 años a través del actual modelo
extractivista impuesto por el inefable Salinas. Un solo dato oficial
sirve como indicador de lo anterior: entre 1521 y 1830, periodo que
abarca el virreinato y los primeros años de México, se extrajeron 191
toneladas de oro y 33 mil 465 de plata; entre 2000 y 2010, es decir, en
sólo una década, se extrajeron del subsuelo nacional 419 toneladas de
oro y 56 mil 144 de plata.
Las condiciones que posibilitaron esta inédita situación de entrega del país se encuentran en la ley minera de 1992, reglamentaria del artículo 27 constitucional, el cual fue modificado ese mismo año para favorecer los intereses empresariales, acabar con el régimen de propiedad social de la tierra y hacer de ésta una mercancía. Bajo la eufemística expresión de
dar certeza jurídica a las inversionescon miras al Tratado de Libre Comercio de América del Norte, en el caso minero se llegó a la aberración de declarar la extracción de minerales como causa de utilidad pública y actividad preferente por sobre cualquier otro uso del suelo, a lo que se agregó una reforma a la ley de inversión extranjera para permitir la entrada de empresas extractivistas con 100 por ciento de capital foráneo. Con ello los intereses de las grandes corporaciones mineras nacionales y trasnacionales fueron inconstitucionalmente declarados
causa de utilidad pública, dándoles tácitamente patentes de corso para adueñarse del territorio y extraer las reservas minerales del país, principalmente los metales preciosos.
A dos
décadas de haber sido impuesto este modelo, el daño para el país es
incalculable, sobre todo a sus ecosistemas, sus reservas hídricas, sus
comunidades, su patrimonio cultural y a la soberanía nacional. En
algunas regiones las trasnacionales, a través de redes mexicanas de
corrupción, operan ilegalmente con toda impunidad, como New Gold-Minera
San Xavier y ahora Peñasquito Goldcorp, a la cual se le acaba de
demostrar el despojo de tierras del ejido Cerro Gordo en Mazapil,
Zacatecas. Con 30 por ciento del país concesionado y con la amenaza de
más de 800 proyectos en puerta, diversas organizaciones han trabajado
por más de un año en una propuesta ciudadana de reforma a la ley
minera, con el fin de eliminar el estatuto de utilidad pública
concedido a la extracción de minerales y dar un giro radical al modelo
extractivista. Se pretende, entre otros objetivos, que la minería no
responda al interés de lucro de los corporativos, sino a las
necesidades de crecimiento del país, a la impostergable protección de
los ecosistemas, a la prohibición de métodos de extracción
depredadores, a la generación de riqueza para la nación y a la mejora
de las condiciones laborales de los verdaderos trabajadores mineros.
Sin embargo, ignorando la iniciativa ciudadana, los diputados que ahora lucen su pin de oro han elaborado una minuta de supuesta reforma a la ley minera, la cual se reduce a establecer para las empresas un nuevo impuesto de 5 por ciento sobre sus ganancias. El modelo extractivista sería preservado con todas sus consecuencias; simplemente el saqueo sería un poco menos barato, por lo que estamos ante una simulación impulsada por los actores políticos aliados en el cupular Pacto por México, y apoyada por la cámara minera y los corporativos trasnacionales encabezados por los canadienses. Al igual que el discurso peñanietista, la supuesta reforma es una farsa y, de imponerse, la soberanía del país entraría en una fase terminal y los diversos sectores de la sociedad civil enfrentarían el difícil dilema entre aceptar la cancelación del futuro ambiental de nuestro territorio o iniciar, como sería deseable, la urgente y decidida movilización para revertir nuestro subdesarrollo político y moral y rescatar al país de sus depredadores. El tiempo se acaba.
* Investigador de El Colegio de San Luis AC
Sin embargo, ignorando la iniciativa ciudadana, los diputados que ahora lucen su pin de oro han elaborado una minuta de supuesta reforma a la ley minera, la cual se reduce a establecer para las empresas un nuevo impuesto de 5 por ciento sobre sus ganancias. El modelo extractivista sería preservado con todas sus consecuencias; simplemente el saqueo sería un poco menos barato, por lo que estamos ante una simulación impulsada por los actores políticos aliados en el cupular Pacto por México, y apoyada por la cámara minera y los corporativos trasnacionales encabezados por los canadienses. Al igual que el discurso peñanietista, la supuesta reforma es una farsa y, de imponerse, la soberanía del país entraría en una fase terminal y los diversos sectores de la sociedad civil enfrentarían el difícil dilema entre aceptar la cancelación del futuro ambiental de nuestro territorio o iniciar, como sería deseable, la urgente y decidida movilización para revertir nuestro subdesarrollo político y moral y rescatar al país de sus depredadores. El tiempo se acaba.
* Investigador de El Colegio de San Luis AC
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