Pedro Miguel
El
Pacto por México es como una carta a Santa Claus redactada por un
Estado que quiere parecerse al de Dinamarca, o algo así, y en esa
medida es difícil no estar de acuerdo –al menos, en la situación actual
de México– con la mayor parte de su letra. Quién sabe si los dirigentes
panistas y perredistas recibieron el texto ya listo para firma o si
realmente fue producto de un acuerdo negociado entre esos partidos y
Los Pinos. El panismo, demolido por dos desastrosos ejercicios
sucesivos de la Presidencia, podía firmar casi cualquier cosa; el
perredismo, amputado del movimiento político más relevante en la
historia de la izquierda mexicana, también. Y si uno y otro realmente
aportaron algo al documento, peor para ellos, porque, con conocimiento
de causa, se volvían, de esa forma, coautores de una obra de ficción:
el
En uno u otro caso, es razonable pensar que las principales fuerzas Pacto por México–no hay cómo no darse cuenta– viene siendo lo opuesto al programa real de Peña Nieto.
opositorasrenunciaron ya no a serlo, sino incluso a parecerlo, no con el propósito de impulsar propuestas, sino con el objetivo de obtener prebendas.
En los cálculos del régimen –que es, desde hace mucho, el instrumento principal con el que gobierna la oligarquía– el tal pacto podría aportar a Peña algo de la legitimidad democrática corroída por las pruebas de una elección comprada y, sobre todo, un soporte para armar una mayoría legislativa capaz de tramitar sin contratiempos las adulteraciones legales de signo antipopular, antidemocrático, privatizador, entreguista y monopólico que son parte medular de lo que sí quiere hacer, y está haciendo, el actual gobierno.
El problema surge cuando los cofirmantes
descubren, por ejemplo, que la llamada reforma educativa es en los hechos el capítulo II de la contrarreforma laboral aprobada en los últimos días del calderonato, o que el
sistema nacional de programas de combate a la pobrezaes un entramado electorero priísta operado por Rosario Robles en activa colaboración con desgobernadores como Javier Duarte. Ave María Purísima. ¿En serio no lo sabían? Pues al parecer todavía no caen en la cuenta (o será que aún no quieren darse por desengañados) que la
reforma de telecomunicacioneses un enésimo regalote a los grandes intereses corporativos del sector, en detrimento de instancias públicas y expresiones sociales organizadas que aspiran, legítimamente, a poseer y operar medios y canales de difusión independientes y distintos a lo que hay, que es una lisa y llana dictadura del empresariado.
Ahora
los cofirmantes del Pacto por México se inconforman, hacen berrinche y
se dicen defraudados. Podría ser que tras esos aspavientos haya una
auténtica ingenuidad mancillada. Si ese fuera el caso, tendrían que
salirse del convenio, denunciarlo y dedicarse a algo distinto que dar
cobertura política a una presidencia comprada. De otra manera, si pese
a todo se mantienen fieles al engendro, habrá que sospechar que no los
mueve ningún compromiso por el país sino un propósito de renegociar al
alza (y tal vez en forma prematura) las prebendas que acaso les
ofrecieron en diciembre pasado, tal vez porque se han dado cuenta que
el costo político de su adhesión al acuerdo las supera con mucho: ha de
ser monumental el desgaste, la pérdida de credibilidad y el
desprestigio de quienes se hacen corresponsables por lo que haga o deje
de hacer el gobierno que encabeza Peña. En cualquiera de los dos
escenarios –el de la candidez y el del interés–, les aplica la
expresión con la que se flagelaba el recluso de un monasterio
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