Carlos Bonfil
Emotion pictures. A
la manera de los notables recorridos por la historia del cine
estadunidense y el cine italiano que ha ofrecido el realizador Martin
Scorsese, el largo itinerario por cinco décadas del cine francés que
ahora propone el director Bertrand Tavernier en Un viaje a través del cine francés (Voyage à travers le cinéma français) es un compendio muy personal, con fuerte acento autobiográfico, de sus gustos y entusiasmos de cinéfilo.
Evidentemente, la evocación minuciosa de sus cineastas preferidos
(Jacques Becker, Jean Renoir, Jean Vigo, Julien Duvivier, Jean-Pierre
Melville, François Truffaut y Claude Sautet, entre otros) no pretende
ser exhaustiva ni tampoco presentarse como una clase magistral sobre las
técnicas de la realización cinematográfica. Scorsese sigue siendo
insuperable en esa vocación didáctica. Tavernier se planta frente al
espectador como un cinéfilo cómplice, desprovisto de prejuicios mayores,
rebosante de entusiasmos, dignificado por una humildad sincera, y tal
vez por ello, ajeno por completo a los sectarismos y a las estériles
rivalidades de las revistas de cine y de muchos de sus críticos. Su
lenguaje es, sobre todo, la emoción frente al vértigo de la pantalla,
una emoción viva, siempre en movimiento. Como pedía Wim Wenders, el
registro y la experiencia de una emotion picture.
Tavernier define a su documental como un trabajo de
ciudadano y espía, de explorador y pintor, de cronista y aventurero. Cabría añadir que es sobre todo una invitación para que el público cinéfilo complete una información necesariamente fragmentada y descubra las filiaciones y vasos comunicantes entre las obras seleccionadas; también para que conozca de ese personaje casi mítico que fue Jean Renoir algo más que sus zonas luminosas, y del emblemático Jean Gabin –gran proletario francés, perfecta encarnación del espíritu del Frente Popular– toda su versatilidad y sus imperiosos métodos de trabajo. Y, finalmente, para despertar su curiosidad por cineastas relegados al olvido, como Edmond T. Gréville o Jean Sacha, o mal conocidos, como el estupendo Jacques Rozier, o por un actor tan proteico como Eddie Constantine. También para deleitarse con anécdotas sobre los rodajes de Hotel del Norte o Los niños del paraíso, de Marcel Carné, o con el malicioso cortejo que le hacía Jean-Luc Godard a sus críticos más acérrimos. A Bertrand Tavernier, director de Un domingo en el campo, difícilmente se le podrá acusar de petulancia o de soberbia. Narra su infancia y su juventud de cinéfilo en salas de proyección hoy desaparecidas u olvidadas, y de su relación con sus compañeros de oficio, con un candor inusitado, tal vez con demasiada inocencia, sin asomo de sarcasmo o ironía hacia los demás; sólo reserva esa ironía para sí mismo, como cuando refiere los consejos de su mentor Melville:
Es usted un horrible ayudante de dirección. Dedíquese a ser jefe de prensa o a escribir de cine, y así podrá defender mejor las películas. Un personaje en efecto singular este Tavernier, realizador y cronista aventurero, enorme defensor del cine.
Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional a las 12 y 18 horas.
Twitter: @CarlosBonfil1
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