Hablamos de “tejido social desgarrado”, y es un hecho. Desgarrado hasta los altos índices de criminalidad, homicidios, feminicidios que nos marcan la piel.
lasillarota.com
Cuando una lee los testimonios de personas sometidas a
circunstancias de crueldad extrema, hay una constante en medio de
horror: la esperanza de salvar la vida y de que una vida más humana– tal
vez- es posible. Sobrevivir, testimoniar (como un acto de memoria, de
liberación y de justicia) y quizá, ser capaces de crear un futuro en el
que el amor (con sus claroscuros y su luminosidad) venzan a los
caudillos de la violencia. No es una cursilería hablar de amor, si
entendemos que la capacidad de amar y de sentir empatía, la capacidad
–verdadera- de sentir con los otros, son principios básicos de la salud
emocional y la única manera de construir familias, culturas, sociedades
inscritas en los derechos, la equidad y la búsqueda de lo que es justo.
Foto de Adriana Bernal |
No nos tiene que caer bien un vecino, pero la mínima empatía nos
podría permitir entender, que el hecho de que su personalidad nos
desagrade, no implica que tengamos el derecho a arrojarle la basura en
su puerta, ni el de mantener la música a todo volumen, para que no
duerma. La empatía nos lleva a llamar una ambulancia, cuando hay una
emergencia en la carretera. A detenernos. A hacer lo que esté en
nuestras manos para apoyar a las personas que en ese momento viven una
desgracia. La empatía es el más hondo y humano de los vínculos: “No te
hago a ti, lo que no quiero que me hagan a mí. No te lo hago porque sé
que duele, que es una falta de respeto, porque la calidad de tu
cotidianidad de vida importa, como importa la mía”. Y esperemos:
viceversa. Hablamos de “tejido social desgarrado”, y es un hecho.
Desgarrado hasta los altos índices de criminalidad, homicidios,
feminicidios que nos marcan la piel todos los días.
El tejido se desgarra y la escalada comienza. ¿Quién se arriesga a
abrir su puerta porque le solicitan un vaso de agua? El ejemplo resulta
ya tan disparatado, tan absurdo, ¿cómo semejante cosa puede ya siquiera
mencionarse? No estoy cantando “De colores”, pero alguna vez vivimos un
país en el que esa escena era posible. En el que era posible tomar el
fresco con las puertas abiertas y ofrecer ese vaso de agua de limón. Hay
países, en donde esa calidad de vida cotidiana existe. Hay países que
han logrado no convertir sus territorios en la geografía de las fosas
clandestinas, los secuestros, los abusos y los cuerpos mutilados.
Adriana Bernal |
Lo que siento no es una nostalgia por el pasado (que había que
transformar de tantas, tantas formas), sino una profunda convicción de
lo que puede ser el futuro en una democracia que erradique la violencia y
el sistemático despojo que la provoca. ¿En qué momento se desgarra el
tejido social? Quizá en el momento en que la impunidad ocupa el lugar
que la ley deja vacío. En el momento en el que la mentira, el despojo y
la impostura toman el poder. En el momento en el que las instituciones
no responden y las palabras se convierten en la escalada de la burla más
pública. En el momento en el que cada vez más y más personas pierden
por completo la esperanza de que otra vida más humana y más justa es
posible para ellos. En el momento en que cada vez más personas viven en
el: “a mí ya me o arrebataron todo, yo ya no tengo nada que perder”.
Foto de Adriana Bernal |
Cada vez pienso en los pequeños sicarios que encuentran en las bandas
criminales su única posibilidad de “pertenecer” en algún lado, de tener
“un lugar”. Me refiero a aquellos que se unen de manera “voluntaria”.
Esas/os jóvenes para quienes “la empatía” es una noción inexistente,
porque la empatía se aprende. Alguien, alguna vez temprano en la vida,
tendría que haberles tendido una mano. Consistente. ¿Quién protege a esa
cada vez más inmensa tribu de desprotegidos en este país? ¿Ninguna vida
mejor es imaginable? No hay nada imaginable sino ese abandono, esa
soledad, ese infinito desamparo, esa infinita injusticia, ese evadirse
en un bote de resistol o la atroz “promesa” de ser mirados, ¿y quizá
tantito amados? Si logran obtener unos tenis Nike.
Foto de Adriana Bernal |
¿Qué es “la vida” desde la más completa precariedad emociona y
material? Bombardeados por un ciego llamado al consumismo desde el cual
la persona no existe, si no compra y exhibe. Un espacio deshabitado de
amor en donde todo es comprable y todo es vendible: las personas
también, por supuesto. Si la vida de una persona no ha valido nada para
nadie, ¿qué pueden valer – para ella- las vidas de los demás? Si una
mujer es asesinada a puñaladas frente a su hijo y lo único que el hijo
de la víctima escucha es: “¿en qué andaría metida?” Y salvo su
devastación, no pasa más nada. ¿Cuál es el valor de una vida en esa
escalada sin límites de la violencia y a inhumanidad? Entonces
escuchamos: “mejor vivir pocos años, pero con mucho billete”. En el
narco. Y sentimos horror. Escuchamos las descripciones de los asesinos, y
sentimos horror. Tenemos miedo en este país en donde la violencia
estalla y nos pertrechamos en la “esperanza de que no nos toque”.
Hemos ido bajando los brazos, porque no sabemos qué hacer. Porque la
impotencia nos gana. Porque desconfiamos de todos los partidos, de casi
todos los liderazgos. Porque ya nos resignamos a que nunca podremos
abrir la puerta y ofrecer ese vaso de agua de limón. Porque ya nos
resignamos a que cada mañana el periódico sea una larga y dolorosa “nota
roja”. Porque decir “empatía”, nos parece de lo más ridículo y de lo
más cursi. Sólo que si leemos la descripción de la personalidad de
quienes son capaces de secuestrar a una jovencita a la salida de su
escuela para destrozarla, cada vez, nos encontramos con el mismo rasgo
de personalidad del asesino: “Imposibilidad de sentir empatía”. Quien no
siente empatía es, por supuesto, incapaz de vivir ni la más remota
forma de amor o de respeto por la integridad de otra persona. Pero la
empatía, se aprende, se vive, se expande.
A esas conclusiones no llegan las novelitas rosas, sino los
psiquiatras, los psicoanalistas, los “perfiladores” de los Institutos
de Ciencias Penales que estudian las personalidades criminales. Una
sociedad en donde se pierde la empatía, una sociedad en las que miles y
miles de personas se dicen cada mañana (y cada vez más): “yo ya no tengo
que perder”, es una sociedad alienada, ¿hasta cuándo? ¿hasta dónde? En
el desamparo, la injusticia, el dolor y la violencia. El, “yo no corro
sino por mí y que el mundo ruede”. Y nos complicamos a vida os unos a
los otros, hasta en o más evidente: la manera de manejar aventando
hojalata.
Foto Adriana Bernal |
No permitamos que las palabras (y los contenidos de esas palabras)
que construyen los principios básicos de una sociedad civilizada, nos
sean arrebatadas. Las llevan y las traen desde sus tribunas impostoras
de tan baja manera. Una los escucha decir: “Se hará justicia”, “el
crimen no quedará impune”, “la educación es nuestra principal
preocupación”, y una tiembla de impotencia. Una cierra el periódico.
Apaga la tele. Pero esas palabras y sus contenidos “justicia”, por
ejemplo, con todo lo que ese elemental anhelo humano implica, son
nuestras, de cada mexicana/o que esté dispuesta/o a honrarlas. Leo
constantemente testimonios de personas que sobrevivieron en
circunstancias extremas que no podemos ni imaginar, ni asimilar, cuando
no las hemos vivido. Observo la lucha sin tregua de las/os familiares de
las/os desaparecidos y/o asesinadas/os. Y allí encuentro lo que estamos
perdiendo: la fuerza y la esperanza de que otra vida, otro país es
posible. Podemos reconstruir la empatía. Claro que podemos. Recuperar el
valor de cada singularidad, de cada infancia, de cada adolescencia, de
cada vida adulta. Podemos recuperarnos. Poco a poco: justicia, equidad,
empatía, derechos. Confianza. Esperanzas.
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