11/27/2016

Los hámsters



Carlos Bonfil
La Jornada 
Foto
Fotograma de la película dirigida por Gilberto González Penilla


Una familia de tantas. Para su trabajo de tesis en el Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC), el realizador Gilberto González Penilla ha elegido, con un guión suyo y de Carlos Rodríguez, desarrollar en Los hámsters un relato conciso y sencillo, una comedia familiar agridulce, de duración muy breve (poco más de una hora), filmada totalmente en Tijuana, que relata las rutinas y tribulaciones de una familia de clase media a lo largo de un día. Sus primeras escenas remiten a la exploración doméstica  que hiciera Alejandro Galindo en Una familia de tantas (1948), con la cámara registrando las primeras horas de la mañana en un hogar donde los hijos le disputan la prioridad para entrar al baño único, mientras la madre prepara el desayuno e interviene con resignación y desgano como un elemento conciliador en los anodinos pleitos domésticos.
A diferencia del núcleo familiar presentado por Galindo, donde la figura paterna era una autoridad incuestionable, en Los hámsters, el cincuentón Rodolfo (Ángel Norzagaray) es un hombre apocado y gris que ha quedado desempleado y no consigue confesar su condición a su familia, menos aún procurarse, a su edad, un nuevo empleo. Tampoco es capaz de imponer disciplina en la mesa, mientras sus dos hijos adolescentes, Juan (Hoze Meléndez) y Jessica (Montsarrat Minor) viven sus vidas como mejor les parece sin tomarlo en cuenta. Por su parte, Beatriz, la madre (Gisela Madrigal), divide su rutina diaria entre el hogar y el gimnasio, obsesionándose con su apariencia física y con la amenaza de los primeros signos de vejez, sin permitirse sucumbir al cortejo erótico de su instructor de natación.
Esta historia de frustraciones y actos fallidos tiene momentos humorísticos notables. La confusión sexual de la joven Jessica le hace alternar en la computadora un chateo sentimental con su novio y también con su mejor amiga y pretendiente amorosa, sin resolverse del todo a tomar partido. El mediocre estudiante que es Juan se enfrenta al embarazo de su novia con un súbito sentido de responsabilidad paterna, encontrando en la nueva situación la forma ideal de interrumpir sus estudios, buscarse un empleo fácil, y sentirse importante imaginando ya su vida a lado de su chamaco.
La imagen metafórica de las mascotas hámsters alude justamente a la condición de estos seres solitarios, casi autistas, pegados al celular o a la tableta, encerrados en sus rutinas, ensimismados y ariscos, que rehúyen todo tipo de comunicación o sociabilidad susceptible de cuestionarlos. Una imagen contundente: Rodolfo solicitando empleo con portafolio en la mano mientras dos jóvenes absortos en sus laptops le disputan ventajosamente el lugar. O también la de la madre rebasada por completo por la orientación sexual de su hija, sin saber adónde ha ido a parar la suya, carente ya de sentido. (Jessica a su amiga: Yo nunca he escuchado a mis papás coger, creo que no cogen).
Los hámsters capturan de modo muy certero a la vez las frustraciones de una generación adulta frente a la crisis económica y al estigma de la vejez que merma las oportunidades, y el desasosiego de los jóvenes que no advierten estímulo alguno en un modelo familiar desgastado o en una educación formal como antesala para el desempleo, y en consecuencia optan por la evasión o por el repliegue en sí mismos con el celular en mano como mejor compañía. De la cinta mencionada de Alejandro Galindo a Familia tortuga, de Rubén Imaz, pasando por la estupenda crónica intimista que fue Intimidades de un cuarto de baño, de Jaime Humberto Hermosillo, la exploración del universo familiar y sus valores en crisis ha sido una constante del melodrama y de la comedia en México.
En una época dominada por la comunicación instantánea y el culto a las redes sociales, no es una ironía menor que el aislamiento voluntario de los personajes de Los hámsters, con su imposibilidad o renuencia a un diálogo franco (formidable secuencia final en las penumbras), anticipe o acelere la desintegración de la familia entendida como un modelo monolítico virtualmente obsoleto.
Se exhibe en la Cineteca Nacional y en salas comerciales.
Twitter: @Carlos.Bonfil1

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