Juan Carlos Ruiz Guadalajara*
En 1943 el británico George Orwell escribió su célebre novela Animal farm, conocida en español como Rebelión en la granja,
relato satírico que sintetizó el proceso de transformación de la
originalmente esperanzadora revolución rusa encabezada por Lenin en el
totalitarismo soviético encarnado por Joseph Stalin. Por encima de los
particularismos históricos que la inspiraron, la novela se ha convertido
en una metáfora de las universales perversiones que produce el
ejercicio autoritario, corrupto y antidemocrático del poder por minorías
políticas que se promueven como salvadoras de los gobernados cuando en
realidad son sus verdugos. Orwell utilizó el recurso de la fábula para
contarnos la historia de los animales de una granja inglesa, quienes
seducidos por un respetable y majestuoso cerdo verraco llamado el Viejo
Comandante, deciden terminar con la vida miserable a que estaban
condenados los hombres.
Poco antes de morir, el Viejo Comandante congregó a perros, cerdos,
gallinas, palomas, gansos, ovejas, vacas, cabras, equinos, un gato y un
cuervo, para convencerlos del sinsentido de sus vidas, marcadas por la
desgracia, la explotación, la esclavitud y el postrero sacrificio
generalmente a cuchillo cruel. El Viejo Comandante concluyó su discurso
con la revelación del sueño premonitorio que había tenido la noche
anterior, por el cual vislumbró cómo sería la tierra de los animales
tras la desaparición de la tiranía de los humanos: sería un mundo de
libertad, sin torturas, con aguas cristalinas, alimentos abundantes y
con los animales dueños de los frutos del campo y su trabajo. Tras la
muerte del Viejo Comandante los habitantes de la granja comenzaron a
preparar el advenimiento de la rebelión. A la cabeza se colocaron los
cerdos bajo el liderazgo de Bola de Nieve y Napoleón, dos jóvenes
verracos de aspecto feroz y buena raza, y de otro cerdo común llamado
Chillón, vocero y pieza clave de la propaganda gracias a sus habilidades
persuasivas.
Los tres cerdos líderes desarrollaron las doctrinas del animalismo
revolucionario con base en las enseñanzas del Viejo Comandante,
transmitiendo a los demás animales sus principios, entre los cuales
destacaba el de vencer al hombre explotador y jamás adoptar sus vicios. A
la vuelta de tres meses y como respuesta al maltrato que una noche
recibieron del dueño de la granja, los animales consumaron su
liberación, expulsaron a los humanos y se alzaron como dueños del
terreno, iniciando una primera etapa de optimista y alegre organización
animal, siempre bajo la dirección de los cerdos, quienes en un muy breve
lapso terminaron por convertirse en los nuevos dominadores gracias a la
efectividad de las mentiras que utilizaron para mantener engañados y
obedientes a los otros animales. Tras eliminar de la competencia
política al cerdo Bola de Nieve, el cerdo Napoleón asumió el poder
absoluto de la granja, traicionando los principios y mandamientos de la
emancipación animalista al adoptar todos los vicios del hombre.
Para lograr un estado de perfecta y gozosa sumisión de la
comunidad animal, Napoleón y su camarilla de cerdos se valieron de
cuatro poderosas herramientas: la traición, la corrupción, la propaganda
y la corta memoria de los otros animales. Juntas permitieron una eficaz
estrategia de control con el cerdo Chillón como principal ejecutor.
Cada vez que los animales caían en la cuenta de que los cerdos
acaparaban los productos de la granja, o de que el trabajo aumentaba
mientras disminuían los beneficios para la comunidad, o de que los
cerdos sólo acumulaban privilegios sin trabajar, Chillón los abrumaba
con emotivos discursos, informes y cifras manipuladas para persuadirlos
de que las cosas en la granja marchaban mejor que nunca, de que el
trabajo aumentaba para gloria de la revolución animalista, o de que
Napoleón y su gabinete de cerdos hacían enormes sacrificios dictando
provisiones y medidas por el bien de todos y de las futuras
generaciones. Una y otra vez los animales eran convencidos por Chillón y
se entregaban con mayor fuerza a la dominación de los cerdos, haciendo
más y más profunda su miseria. Al final, la fábula de Orwell narra cómo
Napoleón y sus cerdos terminaron por aliarse con los hombres dueños de
granjas vecinas para acrecentar su poder y privilegios, ante la mirada
atónita de los animales, quienes ya no entendían nada porque no lograban
distinguir la diferencia entre los cerdos y los humanos.
La moraleja de esta fábula para el México neoliberal de los últimos
30 años es brutal y denigrante. En ese periodo hemos vivido los atracos
más escandalosos de la historia mexicana, los engaños más perversos y
las mayores desilusiones generacionales con el fracaso de la mal llamada
transición democrática. También hemos visto el surgimiento de un
violento régimen de privilegios basado en corrupción y pactos de
impunidad que han borrado la distinción entre la delincuencia organizada
del sector privado y la del sector público, disminuyendo las
capacidades de reacción de una sociedad acostumbrada a la humillación.
En el contexto de los últimos acontecimientos, escuchar a José Antonio
Meade decir que con el gasolinazo ganan nuestros hijos y gana
el país tan sólo confirma que a los mexicanos hace mucho que los grupos
que detentan el poder nos perdieron el respeto. Todo indica que Enrique
Peña Nieto y sus más cercanos colaboradores están conv
encidos de gobernar sobre una granja como la descrita por Orwell. Falta, por supuesto, lo que tengamos que decir los ciudadanos.
* Investigador de El Colegio de San Luis
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