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« Es que la guerra es bestial: el hambre, los piojos, el lodo,
todos esos ruidos dementes. Es completamente otra cosa. Miren, antes de
mis primeros cuadros, tuve la impresión que todo un aspecto de la
realidad no había sido pintado todavía: lo espantoso”.
“He estudiado muy bien la guerra. Es necesario representarla de una
manera realista para que sea comprendida. El artista trabajará para que
los otros vean cómo una cosa parecida pudo haber existido. Representé
sobre todo las secuelas terroríficas de la guerra. Creo que nadie vio
esa realidad como yo. Los desgarramientos, las heridas, el dolor”. Otto
Dix.
Las vastas salas del Museo Nacional de Arte
se convierten en un laberinto de muros y divisiones que albergan
figuras espectrales. Máscaras anti-gases. Cuerpos tendidos en trincheras
que imaginamos heladas y lodosas. Cadáveres con los rostros
distorsionados. El horror. El infinito desastre de dos guerras
mundiales. Dix se enroló como soldado en el ejército - de manera
voluntaria - durante la primera guerra mundial. Pidió estar en primera
línea, con su papel y su lápiz. Combatió en Francia, en Flandres y en
Rusia y fue herido en varias ocasiones. Una gira en el laberinto y se
confronta con los cráneos, los fragmentos esparcidos de cuerpos. Ese
lenguaje feroz y anti-bélico. La denuncia.
La exposición es una experiencia dolorosa y
larga, quizá para ser vivida en dos visitas distintas, dado la cantidad
de etapas y estilos que abarca. Dada la crudeza de la confrontación
emocional a la que nos obliga. Otto Dix comenzó a dibujar durante su
infancia. En 1910 ingresó a la Escuela de Artes Decorativas en Dresde,
fue en esa época de su vida en la que comenzó su lectura de Nietzche,
una de las influencias importantes en su vida. Y Van Gogh. Por supuesto.
Esos trazos fuertes, retadores, salvajes. Dix es minucioso: “los
desgarramientos, las heridas, el dolor”. Los espacios en el laberinto
están llenos. Nos tropezamos los unos con los otros. Entre el
acercamiento a la obra y un cierto deseo como un murmullo: huir de ella.
El expresionismo de Otto Dix no nos ahorra casi nada, en esa su
vehemencia de aprehender y exponer la condición humana.
En 1916 una parte de la obra de Dix
trabajada en las trincheras (y que hace llegar por carta) participa en
la exposición: “Artistas de Dresde llamados al frente”. Terminada la
guerra regresa a la ciudad y comienza a trabajar en la Academia de
Bellas Artes. Participa brevemente en el movimiento Dadaísta, comienza a
descubrir el grabado y la litografía. Busca a sus personajes en la
marginalidad y en las noches, pinta a las trabajadoras sexuales. Los
crímenes cometidos contra las mujeres. Un cuerpo ensangrentado, sin
vida, yace sobre una cama. “La pintura no es un alivio. La razón por la
que yo pinto es el deseo de crear. ¡Tengo que hacerlo! Vi lo que vi,
todavía puedo recordarlo. Tengo que pintarlo”.
“La nueva objetividad”, que buscaba en cada
trazo, era esa minuciosidad de la que hablé antes: representar la
realidad de la manera más descarnada, sin decoraciones, maquillajes,
matices. En dos ocasiones Dix fue sometido a procesos judiciales por lo
que se consideró: “la brutalidad de su obra”. Pero nada lo preparaba
para lo que vendría: la subida al poder de Adolf Hitler. En 1927 era ya
considerado como uno de los mejores profesores de arte y había sido
nombrado integrante de la Academia de Bellas Artes de Dresde. Siguieron
la Bienal de Venecia, la Exposición Internacional de Arte Moderno en
Nueva York, la Biblioteca Nacional de París.
En 1933 con la subida de los nazis al poder
es despedido de Bellas Artes y de la Academia. Ese año, el nazismo
organizó la exposición “Reflejos de la decadencia” en donde se exponía
obra de pintores considerados, según ellos “decadentes”, es decir,
antagónicos a los ideales del III Reich. Incluyeron a Dix. Cuatro años
después su obra fue retirada de todos los museos de Alemania y una
selección de ellas incluidas en la exposición: “Arte degenerado”. Es
decir, el arte que a partir de ese momento se prohibiría por no
corresponder a los “principios” con los cuales la “raza aria” construía
su imperio.
Tras recibir amenazas de deportación, Dix y
su familia se refugiaron en una casa frente al lago de Constanza. La
exposición incluye hermosísimos paisajes de esa etapa de su vida y de su
trabajo. Para 1944 es reclutado y obligado a participar en la segunda
guerra mundial. Él, artista perseguido por el régimen, y después enviado
como soldado a defenderlo, fue encarcelado por los franceses. Cantidad
de sus obras fueron destruidas por los nazis. Dix murió el 25 de julio
de 1969.
La exposición permanecerá en el Museo Nacional de Arte hasta éste
quince de enero. Incluye también la pintura impresionante de las noches
de Jazz. Esos personajes suyos: alargados, distorsionados. La
confrontación continua: un hombre mutilado y un vestido que flota en la
danza. Y el más feliz de sus cuadros: la bailarina sobre un caballo en
el circo. Una se queda allí frente a ella un largo rato en medio de esa
confusión que les digo: el deseo de acercarse a la obra que mantiene en
vilo, y una tentación de huir, de no ver, de no saber más. La condición
humana, eso. En una de sus versiones más descarnadas.
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