4/24/2019

Erradicar el ecocidio

La Jornada
Claudio Lomnitz


El domingo pasado murió Polly Higgins con apenas 50 años, pero le bastaron para fundar un movimiento político y social de alcance mundial. Hija de una artista y un meteorólogo, criada en los lagos de Escocia, Polly estudió leyes para poder abocarse a defender el ambiente. Se dio cuenta de que la naturaleza necesita defensores, e inauguró un movimiento social potente, que procura la criminalización del ecocidio.

La conocí hace seis años. Me habían invitado a dar unas conferencias en la Universidad de Oslo, y mis anfitriones nos presentaron. Polly Higgins era una mujer brillante y carismática. En cosa de minutos me dio a entender la importancia del movimiento que había inventado. Comenzó de jovencita emplazando juicios simbólicos a compañías ecocidas en la ONU. Luego, ya con la fuerza de la opinión pública europea, comenzó a incidir como fiscal y jurista para ir formando una jurisprudencia internacional contra el ecocidio. Los humanos, decía, somos custodios de nuestro planeta. Quienes atenten contra él son criminales que deben ser perseguidos.


El trabajo de Eradicating Ecocide se puede ver en la página https://eradicatingecocide.com/, donde se dan informes de los casos judiciales y protestas que se organizan para responsabilizar a corporativos de compañías como la Shell Oil, por ejemplo. La organización de Polly se dedicó, además y muy en especial, a desarrollar una definición jurídica del ecocidio, y a explicar por qué importa perseguirlo.

Ha muerto Polly Higgins, custodia de nuestro planeta. Pero esta primavera ha habido protestas masivas a diario en Londres, justamente contra del ecocidio. Una performance en el Museo de Historia Natural acerca de la extinción (llamada un die-in), por ejemplo; la colocación de esculturas monumentales de basura de plático frente a las oficinas corporativas de grandes contaminadores, como Nestlé; protestas con derrame de simulado de sangre frente a las oficinas de la primer ministra... Muere Polly Higgins, pero el ambientalismo ruge como nunca.

El verano pasado Greta Thunberg, una niña de 15 años de aspecto tímido e introvertido, inició una huelga escolar en defensa del clima frente al parlamento sueco. Hoy Greta liderea un movimiento mundial y hay paros en defensa del clima en unos 70 países como parte de un movimiento llamado Extinction Rebellion (la revuelta contra la extinción). Necesitamos que México ingrese de lleno a ese movimiento. La tradición de los políticos de contraponer el llamado progreso al cuidado del clima y del ambiente debe terminarse ya.
El mes pasado, La Jornada reportó que en México se han asesinado 15 activistas ambientales en lo que va del sexenio. Quince, en apenas cuatro meses. En 2018 el número de ambientales asesinados fue 21 y en 2017 fueron 15. Cada año son más muertos. Hoy México es uno de los países más peligrosos para los ambientalistas. El Estado mexicano ha faltado a su responsabilidad como protector del ambiente. Uno tras de otro, nuestros gobiernos se han sumado alegremente al ecocidio, sea ya por omisión o comisión, haciendo suyos proyectos extractivos cortoplacistas, extendiendo licencias de construcción donde no debería, haciendo la vista gorda ante contaminación de costas, ríos y mantos freáticos, e ignorando los efectos del cambio climático. Las causas ambientales de los problemas sociales rara vez se mencionan, porque el gobierno no quiere encararlas. Ejemplo: el papel del cambio climático en la migración centroamericana no se menciona.

El Estado debe hacerse cargo de oficio de los atentados contra del ambiente y, ante todo, que el propio Estado deje de perpetuar el ecocidio en sus políticas de desarrollo. El gobierno mexicano se ha desembarazado de su responsabilidad y ha cargado todo el peso de la defensa del ambiente a activistas. A la hora de los cocolazos, los ha dejado solos. Eso cuando no los ha visto de plano como francos enemigos. Vulnerables a la persecución, muchos han sido asesinados, como sucedió hace poco con Samir Flores, muerto por protestar contra una planta termoeléctrica. Hoy, una militancia ambientalista en México resulta tan peligrosa como practicar el periodismo. Mientras, la depredación ambiental continúa.

Hace dos semanas viajé de Nueva York a la Ciudad de México. Me tocó ventanilla. La mañana estaba muy despejada, y cuando sobrevolamos Tampico pude ver desde aquellas alturas a un buen pedazo de la Huasteca veracruzana, y la totalidad de las huastecas hidalguense y potosina. Conocí muy bien esa región exuberante y tropical hace unos 40 años. Ya no hay selva en la Huasteca, excepto algunas pocas cimas y uno que otro barranco. Todo lo chaparon para convertir la superficie entera en potreros y sembradíos. Desde el aire se entiende la extensión del ecocidio mexicano. En el caso específico de la Huasteca, el ecocidio tuvo entre sus protagonistas a Pemex, no sólo como contaminador directo en ciudades como Puerto Madero y Poza Rica o en los diversos pozos de la región, sino porque sus empleados participaron activamente en la destrucción de la selva para la fabricación de potreros. ¿Por qué se permitió una destrucción así de vasta, sin regulación alguna?

México necesita hoy un movimiento ambientalista potente y amplio, y un gobierno que se cuadre en la lucha contra el ecocidio. Si no lo hace, no faltará en el mundo quien lo vaya a llevar a cuentas. Polly Higgins tendrá sus sucesoras.

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