Álvaro Delgado
La oposición, la que mira las próximas elecciones, sabe que sólo tendrá oportunidad si fracasa el Presidente
Desde el origen de la democracia, en el Estado moderno y en México, el deber mínimo de la oposición es uno: Oponerse.
Al gobierno le corresponde resolver problemas, que para eso pidió a los electores que le confirieran poder, y la oposición tiene el deber de verificar que lo haga.
La oposición es escrutinio, vigilancia, contrapeso, límite al poder de la autoridad y, si es el caso, resistencia y aun desobediencia ante disposiciones arbitrarias.
En el México que poco sabe de democracia, no es ocioso recordarlo: Los habitantes —naturalmente los opositores— pueden hacer todo lo que no prohíba la Constitución y las leyes, pero los servidores públicos, empezando por el jefe del Estado, sólo deben hacer lo que éstas expresamente les facultan. Andrés Manuel López Obrador fue un implacable opositor a los que ahora se le oponen como cabeza de la coalición de gobierno y que buscan exactamente lo mismo que él logró de ellos: Su fracaso.
Lo que está en curso en México, después de las elecciones en las que triunfaron abrumadoramente López Obrador y Morena, sigue siendo una tremenda disputa por la nación con dos proyectos contrapuestos, más allá de los partidos políticos —organizaciones, gremios y hasta medios de comunicación— que los encarnan y reivindican.
Por eso no cesa la hostilidad recíproca y el papel que está jugando la oposición ante un gobierno que, con toda su inédita legitimidad y su respaldo popular que también se expresa públicamente, está siendo cuestionado por no dar, a cinco meses de iniciado, los resultados prometidos. Con el tema de la inseguridad y la violencia, la oposición olisquea sangre y hace lo obvio: Si López Obrador repudió la militarización, la oposición se lo reprocha y si ofreció resultados a los 100 días y ahora dice que será en seis meses, naturalmente le reclaman el incumplimiento.
Con la misma lógica con la que se enjuició a Felipe Calderón —que orquesta a la oposición— y a Enrique Peña Nieto, ahora se le atribuyen a López Obrador las perturbadoras cifras de mexicanos, niños incluidos, y se le atribuye insensibilidad y desdén ante las víctimas, como las de Minatitlán.
La intensidad de la confrontación la explica la contundente derrota que padeció la coalición que gobernó Méxicolas recientes tres décadas, el PRIAN, y el afán del nuevo grupo gobernante de instaurar una transformación histórica.
Y la oposición en México, la que mira las próximas elecciones, sabe que sólo tendrá oportunidad si fracasa López Obrador, cuyo éxito, en contraparte, es sinónimo de su derrota. Aunque la oposición también colabora con el gobierno, lo hace sólo cuando algo gana, cuando sabe que son mayores las pérdidas por oponerse y cuando está de por medio su sobrevivencia.
Pero a la oposición le urgen las malas noticias, porque son las armas de su revancha. Difunde, infla, potencia las desgracias, porque de ellas lucra. Su futuro depende de hacer añicos la esperanza. La oposición tiene derecho a criticar a López Obrador, aun en la desmesura del #AMLORenuncia, y él está obligado a cumplir.
Por ÁLVARO DELGADO
@ALVARO_DELGADO
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