Presenta su libro Periodismo incómodo: la entrevista reveladora
Por Nancy Betán Santana
México DF, 8 junio 09 (CIMAC).- El cuerpo menudo de Elena Poniatowska se hizo denso, indestructible cuando levantó sus notas entre las manos y emitió ecos que reventaron el silencio: “¿Qué pasa cuando tres mujeres se ponen a denunciar la vida crapulosa de un país?”.
Son discriminadas, vetadas, censuradas, despedidas, amenazadas, golpeadas, secuestradas, violadas o asesinadas. Es “el mal del periodista”, dijo Elena la noche del 2 de junio. El que, supuestamente, “se busca ella o él solito”, dicen en tono de condena las autoridades, los sectores de la sociedad desinformados y desinteresados.
“Tres”, consigna Poniatowska, no por simple capricho, sino por ser esos tres nombres los que actualmente constituyen casos emblemáticos de violencia y censura contra mujeres periodistas: Carmen Aristegui, Lydia Cacho y Sanjuana Martínez.
De esta última mujer es el libro que presentó Elena: Periodismo incómodo: la entrevista reveladora, en el Centro de Educación Continua del Instituto Politécnico Nacional, cuyo contenido son testimonios que no pierden vigencia.
“Las mujeres periodistas, dice Sanjuana a una reportera que la interroga, somos las que seguimos librando las batallas más duras en este momento…” y en el ambiente flota la memoria de las voces de los desaparecidos forzosamente por militares a lo largo de 30 años, las frases de los menores de edad abusados sexualmente por empresarios, por curas.
También, se vuelcan a la memoria las declaraciones que obtuvo por teléfono del sacerdote pederasta Nicolás Aguilar, quien fue acusado de violar a más de 90 menores durante su ejercicio clerical en México y Estados Unidos, pero que dijo: “Exageran, no fueron 90 niños”.
Sin embargo, Sanjuana conserva unas cuantas esperanzas, porque el libro, que habla de la impunidad, ilustra no únicamente la injusticia --con las respuestas de Carlos Salinas de Gortari desde Dublín, el cinismo con la maestra Gordillo hablando en la sala de su residencia de lujo en Estados Unidos—, también habla de dichas.
Una de ellas, la del recién fallecido poeta uruguayo Mario Benedetti, entrevistado por Martínez nueve años atrás, donde relata dos anécdotas que seguramente lo acompañaron hasta la tumba, ambas vividas en Guadalajara: la primera, lo convirtió en testigo del reencuentro de una pareja divorciada que se volvió a casar, convencidos por los poemas de Inventario, y la otra, cuando prestó oídos a un joven que le dijo: “Leí Inventario, y como resultado, no me suicidé”.
O la del escritor portugués José Saramago, quien le aseguró a Sanjuana haberse enamorado en el instante adecuado: “La conocí a los 64 años, en un momento en que ya no esperaba nada, no esperaba mucho, pero de pronto te llega algo de lo que nunca has tenido durante esos 64 años”.
Y Sanjuana abriga su dicha en la de ellos. Quien lee los testimonios que a lo largo de las 31 entrevistas de Periodismo incómodo: la entrevista reveladora, da cuenta de ello. Cada personaje, simboliza una estrategia distinta, un lugar diferente pisado durante su etapa como corresponsal de Proceso en España.
Sanjuana sabe de la dicha que, a veces de manera absurda, para cualquier periodista significa un intercambio de negativas, o en un mejor caso, una conversación de apenas cinco minutos. Para ella, cualquier periodismo que no sea incómodo, es mera propaganda.
Y Sanjuana sonríe, atrapa el año 1992 en la garganta para narrar: “Cuando Fidel Castro terminó de hablar en la II Cumbre Iberoamericana, me le acerqué rápidamente, me identifiqué y le dije que quería entrevistarlo. Dos guardaespaldas me tomaron de los brazos para alejarme. Grité: “comandante, comandante. No me dejan llegar a usted”. El presidente cubano reaccionó y les dijo con tono de autoridad: “Dejen a la chiquita”.
Cinco años después, en Calcuta se halló de rodillas, orando junto a una madre Teresa de Calcuta pequeña y encorvada, quien le mostró de la forma más simple, el valor de la calma, olvidado por casi todos el mundo hoy en día. “La oración ensancha los corazones hasta darles la capacidad de contener el don mismo de Dios”, le dijo. Un día después, la monja pereció.
El cabello de Sanjuana ya no es rizado como entonces. Se mueve con mayor facilidad cuando expresa su agradecimiento a los asistentes y comentaristas; cuando se une en un gesto de complicidad con un amigo sentado en la segunda fila improvisada del recinto; cuando vira su rostro a la izquierda y mira a Julia, quien a los nueve años fue víctima de un sacerdote pederasta y brindó su testimonio a la periodista.
Sembrada en el suelo adoquinado, la mujer de 50 años que hoy es Julia, sostiene con ambas manos la manta por la cual agotó su quincena completa sin vacilar, la misma donde pidió a los impresores apareciera con inmensas letras rojas la frase, “¡Gracias Sanjuana!”.
Emilio Álvarez Icaza, presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, expone las razones por las cuales a Sanjuana le fue otorgado por dos años consecutivos el Premio Nacional de Periodismo: “Rompió el silencio hasta escribir su par de libros donde denuncia por primera vez a sacerdotes violadores de niños”.
Además, prosigue, optó por escribir en su natal Monterrey de la sociedad de los excluidos, los diferentes: enfermos mentales, niños en situación de calle, homosexuales. “Le apostó a todo eso y ganó. Continúa apostándole, y aún sigue ganando”, asegura.
Elena inicia ya: “¿Qué pasa cuando tres mujeres se ponen a denunciar la vida crapulosa de un país? Volvemos la vista en alto como lo hacemos para ver al Ángel de la Independencia cuyas alas brillan bajo el sol.
Sanjuana aguarda sentada con el público a quienes comentarán su libro, mientras le indica a su amigo que Carmen Aristegui no asistirá por una sola razón: exceso de trabajo. También, le confiesa el motivo por el cual usa un anillo adornado con una piedra rosa: “Atrae el amor.”, explica.
-- Tú ya tienes mucho amor Sanjuana. ¿Para qué te lo pones?
-- Para que el de mis dos hijos me dure para siempre.
Por Nancy Betán Santana
México DF, 8 junio 09 (CIMAC).- El cuerpo menudo de Elena Poniatowska se hizo denso, indestructible cuando levantó sus notas entre las manos y emitió ecos que reventaron el silencio: “¿Qué pasa cuando tres mujeres se ponen a denunciar la vida crapulosa de un país?”.
Son discriminadas, vetadas, censuradas, despedidas, amenazadas, golpeadas, secuestradas, violadas o asesinadas. Es “el mal del periodista”, dijo Elena la noche del 2 de junio. El que, supuestamente, “se busca ella o él solito”, dicen en tono de condena las autoridades, los sectores de la sociedad desinformados y desinteresados.
“Tres”, consigna Poniatowska, no por simple capricho, sino por ser esos tres nombres los que actualmente constituyen casos emblemáticos de violencia y censura contra mujeres periodistas: Carmen Aristegui, Lydia Cacho y Sanjuana Martínez.
De esta última mujer es el libro que presentó Elena: Periodismo incómodo: la entrevista reveladora, en el Centro de Educación Continua del Instituto Politécnico Nacional, cuyo contenido son testimonios que no pierden vigencia.
“Las mujeres periodistas, dice Sanjuana a una reportera que la interroga, somos las que seguimos librando las batallas más duras en este momento…” y en el ambiente flota la memoria de las voces de los desaparecidos forzosamente por militares a lo largo de 30 años, las frases de los menores de edad abusados sexualmente por empresarios, por curas.
También, se vuelcan a la memoria las declaraciones que obtuvo por teléfono del sacerdote pederasta Nicolás Aguilar, quien fue acusado de violar a más de 90 menores durante su ejercicio clerical en México y Estados Unidos, pero que dijo: “Exageran, no fueron 90 niños”.
Sin embargo, Sanjuana conserva unas cuantas esperanzas, porque el libro, que habla de la impunidad, ilustra no únicamente la injusticia --con las respuestas de Carlos Salinas de Gortari desde Dublín, el cinismo con la maestra Gordillo hablando en la sala de su residencia de lujo en Estados Unidos—, también habla de dichas.
Una de ellas, la del recién fallecido poeta uruguayo Mario Benedetti, entrevistado por Martínez nueve años atrás, donde relata dos anécdotas que seguramente lo acompañaron hasta la tumba, ambas vividas en Guadalajara: la primera, lo convirtió en testigo del reencuentro de una pareja divorciada que se volvió a casar, convencidos por los poemas de Inventario, y la otra, cuando prestó oídos a un joven que le dijo: “Leí Inventario, y como resultado, no me suicidé”.
O la del escritor portugués José Saramago, quien le aseguró a Sanjuana haberse enamorado en el instante adecuado: “La conocí a los 64 años, en un momento en que ya no esperaba nada, no esperaba mucho, pero de pronto te llega algo de lo que nunca has tenido durante esos 64 años”.
Y Sanjuana abriga su dicha en la de ellos. Quien lee los testimonios que a lo largo de las 31 entrevistas de Periodismo incómodo: la entrevista reveladora, da cuenta de ello. Cada personaje, simboliza una estrategia distinta, un lugar diferente pisado durante su etapa como corresponsal de Proceso en España.
Sanjuana sabe de la dicha que, a veces de manera absurda, para cualquier periodista significa un intercambio de negativas, o en un mejor caso, una conversación de apenas cinco minutos. Para ella, cualquier periodismo que no sea incómodo, es mera propaganda.
Y Sanjuana sonríe, atrapa el año 1992 en la garganta para narrar: “Cuando Fidel Castro terminó de hablar en la II Cumbre Iberoamericana, me le acerqué rápidamente, me identifiqué y le dije que quería entrevistarlo. Dos guardaespaldas me tomaron de los brazos para alejarme. Grité: “comandante, comandante. No me dejan llegar a usted”. El presidente cubano reaccionó y les dijo con tono de autoridad: “Dejen a la chiquita”.
Cinco años después, en Calcuta se halló de rodillas, orando junto a una madre Teresa de Calcuta pequeña y encorvada, quien le mostró de la forma más simple, el valor de la calma, olvidado por casi todos el mundo hoy en día. “La oración ensancha los corazones hasta darles la capacidad de contener el don mismo de Dios”, le dijo. Un día después, la monja pereció.
El cabello de Sanjuana ya no es rizado como entonces. Se mueve con mayor facilidad cuando expresa su agradecimiento a los asistentes y comentaristas; cuando se une en un gesto de complicidad con un amigo sentado en la segunda fila improvisada del recinto; cuando vira su rostro a la izquierda y mira a Julia, quien a los nueve años fue víctima de un sacerdote pederasta y brindó su testimonio a la periodista.
Sembrada en el suelo adoquinado, la mujer de 50 años que hoy es Julia, sostiene con ambas manos la manta por la cual agotó su quincena completa sin vacilar, la misma donde pidió a los impresores apareciera con inmensas letras rojas la frase, “¡Gracias Sanjuana!”.
Emilio Álvarez Icaza, presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, expone las razones por las cuales a Sanjuana le fue otorgado por dos años consecutivos el Premio Nacional de Periodismo: “Rompió el silencio hasta escribir su par de libros donde denuncia por primera vez a sacerdotes violadores de niños”.
Además, prosigue, optó por escribir en su natal Monterrey de la sociedad de los excluidos, los diferentes: enfermos mentales, niños en situación de calle, homosexuales. “Le apostó a todo eso y ganó. Continúa apostándole, y aún sigue ganando”, asegura.
Elena inicia ya: “¿Qué pasa cuando tres mujeres se ponen a denunciar la vida crapulosa de un país? Volvemos la vista en alto como lo hacemos para ver al Ángel de la Independencia cuyas alas brillan bajo el sol.
Sanjuana aguarda sentada con el público a quienes comentarán su libro, mientras le indica a su amigo que Carmen Aristegui no asistirá por una sola razón: exceso de trabajo. También, le confiesa el motivo por el cual usa un anillo adornado con una piedra rosa: “Atrae el amor.”, explica.
-- Tú ya tienes mucho amor Sanjuana. ¿Para qué te lo pones?
-- Para que el de mis dos hijos me dure para siempre.
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