Pedro Echeverría V.
1. Da gusto que los jóvenes estudiantes mexicanos que hicieron huelga de hambre, plantándose frente a la secretaría de Educación (SEP), ahora rían de felicidad porque lograron que las autoridades les firmen un compromiso de becas para escuelas particulares y les otorguen uno o dos mil lugares para estudiar, a pesar que los lugares que se requieren son de 500 mil a un millón. En artículo anterior adelanté que para la SEP era muy fácil arreglar esta huelga de hambre. El desastre educativo que vive el país no cambió ni un ápice. Todo seguirá exactamente igual: un desastre total en todos los niveles escolares, en investigación, en calidad de la enseñanza. México seguirá ocupando los últimos lugares en el mundo en presupuesto educativo, en investigación, en calidad de lectura, matemáticas, ciencias sociales.
2. En México la educación que estaba muy mal a fines de los años cincuenta, buscó curarse con el Plan de Once Años (1959/70); la educación que se subsanó en los setenta –para recuperar clientela perdida por el movimiento estudiantil- con la creación de varias instituciones universitarias, esa educación se comenzó a desplomar a partir de la crisis económica y el neoliberalismo que se impuso en los ochenta cuando el secretario de Educación (Reyes Heroles) denunció en 1984 que nuestra educación estaba al nivel de cuarto año de primaria. Desde entonces la educación no solo no se recuperó sino que cada año empeoró mucho más. Hoy varios millones de jóvenes en edad de estudiar están fuera de las instituciones educativas porque el presupuesto público se ha estancando o recortado y las instituciones no crecen.
3. Los jóvenes lograron sus objetivos porque su breve huelga de hambre despertó amplias simpatías y porque sus demandas eran tan limitadas que incluso les pudieron dar mucho menos. Otra cosa hubiese sido si entre sus demandas estuvieran exigir mayor presupuesto universitario, apertura de más instituciones educativas, no a los exámenes de selección, fuera el Ceneval, abajo la privatización en educación y defensa de la educación pública, gratuita y laica; pero para ello se requería un movimiento fuerte –con poderosos apoyos estudiantiles- que hoy no existen. Sólo ese tipo de demandas son las que pueden ayudar a cambiar de raíz la educación. Pero también esas demandas son las que el gobierno se niega a conceder porque tocan a fondo la estructura educativa y los intereses privatizadores en educación.
4. Así han sido todas las luchas gremiales, parciales, economicistas, concretas. De manera general no les hacen caso cuando los gobiernos son muy estúpidos, pero cuando tienen algún pelo de habilidad las resuelven con cualquier mendrugo que les sirva para presentarse como democráticos. Así han mantenido a la pobre población controlada, incluso agradecida. ¿Qué harán ahora los otros 500 mil rechazados? ¿Y los rechazados de años anteriores ya estarán trabajando ante tamaño desempleo? ¿Y en los próximos años la UNAM, el POLI, la UAM abrirán totalmente sus puertas a todos los que soliciten? Las escuelas particulares recibirán en forma de becas unos milloncitos de pesos extras de ganancias durante un año como premio a su consistencia, aunque es probable que sigan recibiendo esas jugosas compensaciones.
5. Cualquier triunfo obrero, campesino, estudiantil, ciudadano en la sociedad capitalista, de nada sirve, porque el sistema de injusticias y desigualdades siempre queda intacto. Veamos: una huelga obrera victoriosa obtiene un buen aumento salarial; una lucha campesina conquista una entrega de tierras y créditos; unos estudiantes en huelga de hambre logran lugares negados y becas temporales; ciudadanos con mítines logran el cambio de una ley electoral. De nada o muy poco sirven si a estas batallas no se le dan continuidad hasta lograr que los participantes adquieran conciencia (conocimiento) de que sólo luchando y organizándose se podrán obtener otras victorias; pero, lo más importante, es que comprendan que todos estos problemas que sufre la población se deben al sistema de explotación capitalista vigente.
6. Otorgar concesiones, brindar aperturas, sugerir salidas, responder a presiones, son medidas que el sistema de opresión adopta para evitar estallidos sociales. Muchas veces, a pesar de esas estrategias no puede frenar los movimientos y estallan, pero la mayoría de las veces el sistema de opresión aprovecha esas pequeñas protestas o movimientos para renovar o engrasar su sistema, su maquinaria de control, para ponerlo a andar con mayor efectividad. Así nos han dominado durante siglos, sobretodo en los últimos 100 años cuando sus estrategias de mediatización y control se han afinado. Ahora muchos viejos luchadores sociales viven de sus recuerdos, de los mejores momentos de sus luchas, de cuando fueron héroes anónimos, de cuentos a sus nietos. Pero el sistema de explotación sigue intacto, incluso renovado.
7. El sistema capitalista y su ideología absorben todo con mucha facilidad, más cuando se trata de demandas mínimas. Muchas veces las conquistas de estas demandas –en vez de ayudar a profundizar las batallas hacen que las gentes –la mayoría ilusas- regresen engañadas a sus casas alabando al gobierno y al sistema. No parecen tener capacidad para comprender que fue su fuerza y unidad la que logró arrancar la victoria. Y se debe a que no ligan las demandas inmediatas a otro tipo de demandas máximas o de transición que comprometan a todos a seguir luchando. Parece que todavía pasarán muchos años, muchas décadas, en las que éste tipo de batallas limitadas no produzcan más que “triunfos” muy inmediatos que la misma clase dominante festeja porque los resolvió con suma facilidad, concediendo cualquier cosa.
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