El año pasado el desempeño de esta economía fue pésimo. Eso sí, el banco central consiguió que la inflación fuera de 3.57 por ciento. Pero no faltaba más, si el consumo y la inversión se desplomaron y el dólar se mantuvo bajo, siendo un ancla más para prevenir el crecimiento de los precios. Además las tasas de interés fueron mucho mayores que en Estados Unidos. Y, no obstante, le costó la chamba al anterior gobernador del Banco de México.
En todo caso no debe olvidarse que aun con esa cifra se perdieron, en general, 3.57 centavos de cada peso que se obtuvo. Por supuesto que ese castigo al ingreso no fue parejo. Le pegó más a quienes perdieron el empleo o no recibieron remesas.
La política económica no tiene en verdad mucho de qué vanagloriarse por los resultados de 2009 y, además, pinta mal para 2010. El alza de impuestos y de precios de productos como la gasolina y el gas, junto con la visión que se ha implantado en el gabinete de gobierno y en el Congreso de cómo administrar la economía en medio de una fuerte recesión y con un alto grado de dependencia externa, podría ser motivo de un caso de estudio de un tipo desfasado de gestión política y técnica.
Los precios en una economía suben cuando hay un exceso de demanda sobre la oferta disponible, cosa que por supuesto no está pasando aquí. Suben también cuando se elevan los costos, lo que puede ocurrir por diversas razones, y en nuestro caso lo hacen provocados precisamente por la política económica. Finalmente, se elevan cuando los productores y los comerciantes se adelantan a la inflación esperada y tratan de proteger sus ingresos aumentando los precios, la retroalimentan. Esto pasa con las medidas fiscales que se han tomado y las expectativas que generan.
Una vez que el proceso de alza de los precios se inicia, sobre todo en los dos últimos casos, la inflación adquiere su propia dinámica pues no se relaciona con un estímulo para que crezca la producción, es decir, no se articula con la generación de ganancias de largo plazo y con la creación de riqueza mediante la inversión, la mayor productividad y la competencia en el mercado.
Así que cuando en Hacienda o el Banco de México se minimiza el efecto del impacto de la política fiscal en la inflación (será de una sola vez, o bien, sólo impactará en un punto porcentual) se parte de una verdad a medias o de plano de dogmas económicos que hoy están en pleno cuestionamiento por todas partes.
El nuevo gobernador del Banco de México dejó bien armada la Secretaría de Hacienda para sostener esa visión y esa práctica de política económica. Así quedó en evidencia en las presentaciones que ambos funcionarios, que recién inician sus nuevas funciones, hicieron hace unos días en un seminario ampliamente cubierto por la prensa. Nada nuevo que oriente un mínimo cambio en la gestión de la economía, al contrario.
La inflación en 2010 se estima hoy que estará por encima de 5 por ciento. Será por lo tanto mayor que cualquier estimación optimista que hay para el aumento del producto y de los ingresos de la mayoría de las familias. El tipo de cambio del peso con el dólar se seguirá usando como instrumento de control, junto con las tasas de interés. Con esto se estirará aún más la liga con la que se intenta frenar el aumento de los precios. ¿Resistirá? Es probable que no y con ello también que la economía se quede estancada por más tiempo.
En medio de todo esto hay cuestiones de tipo institucional que no son irrelevantes y que siguen sin quedar suficientemente bien establecidas. Una de ellas se refiere precisamente al banco central.
Según la ley esa institución tiene un carácter independiente frente al gobierno federal, y se establece que su función primordial es mantener el valor de la moneda, dicho en castizo, debe prevenir la inflación. Un asunto es si así debe definirse el papel del banco y otra es lo que dice la ley y el arreglo que hoy prevalece.
El nuevo gobernador no ha sido muy afortunado en sus declaraciones con respecto a la estrecha relación que mantiene con el presidente, y ahora tiene una gran influencia en el terreno de la administración de las finanzas públicas. Esa concentración no favorece ni los términos de la independencia formal del Banco de México ni la división del trabajo en esa área de gobierno. Es parte del grupo que durante mucho tiempo ha mantenido un férreo control sobre el sector financiero en el gobierno; demasiado tiempo.
Actualmente, y como consecuencia de la crisis, hay un fuerte cuestionamiento sobre el papel de los bancos centrales tanto en la gestión de la política monetaria como en sus tareas de regulación del sistema financiero. El caso reciente del conflicto frontal entre el gobernador del banco central y el gobierno en Argentina sobre el uso de las reservas internacionales es una manifestación de cómo se puede provocar un fragilidad institucional con efectos muy costosos.
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