11/06/2011

Maneras de vivir la realidad

Sara Sefchovich

La semana pasada me referí aquí a las tan distintas realidades que vivimos en México. Dije que “nuestra realidad no es una sino muchas: incluye por igual a los estudiosos que a los desamparados; a los jóvenes que ganan medallas en los Panamericanos que a los muchachos que se enredan con el narco; a los ricos con sus fiestas, que a quienes año tras año tienen el agua a media pierna metida en sus pobres casas; a los que autorizan aumentar el presupuesto para institutos electorales, tribunales, consejos y comisiones y se asignan bonos y prebendas, que a los que se lo rebajan a las universidades públicas y a los programas sociales; a los que sólo piensan en la próxima elección y qué sacar de ella y a los que militan a favor del respeto a los derechos humanos para todos; a los que hacen programas de televisión para dar otra versión de la historia o para discutir sobre México, que a los asesinados por cualquier motivo en cualquier esquina”.

Hoy quiero abundar sobre el tema, porque me parece importante señalar que lo impresionante de esto es que, de todos modos, seguimos viviendo como si nada. Escribe John Carlin: “Lo que más llama la atención en México, es que la gran mayoría de sus ciudadanos se despiertan en sus camas por las mañanas, se lavan los dientes, desayunan, se van al trabajo en coche o en autobús o en metro o a pie, comen su lunch a mediodía, vuelven a casa, cenan, ven televisión y a dormir, que mañana se repite la historia. La vida de los mexicanos es, en la mayor parte de los casos, de una rutinaria normalidad. Lo cual no sólo es sorprendente, es digno de admiración. Habla extraordinariamente bien de la capacidad de convivencia civilizada del mexicano”.

Esta disquisición del periodista británico, y buen conocedor de nuestro país, viene a cuento porque le es difícil entender que a pesar de lo que llama “el contexto de ultraviolencia que ha generado el narcotráfico” y de que “los policías y las fiscalías y los jueces son ineficaces y/o corruptos, de que no hay Estado de derecho y de que rige la ley de la selva”, En México “no reina la anarquía sino que es una sociedad que funciona. La gente en general se porta con decente moderación”.

También la escritora Margo Glantz se sorprendió, cuando recientemente asistió a la Feria del Libro en Saltillo, de verla “muy frecuentada por jóvenes y niños, dato estimulante y que en medio de la desolación en que vivimos permite cierto optimismo”. En su relato se refiere también a cómo se hacen obras de infraestructura, incluso una nueva carretera, en zonas en las que día a día hay levantados y muertos.

Quizá ningún testimonio de esto es mejor que lo que sucedió cuando fue incendiado el casino Royale en Monterrey: las casas de apuestas y centros de juego siguieron llenos y funcionando como si nada. El siguiente relato apareció en un diario de circulación nacional:“¿Aquí sí está todo seguro?”, preguntó una mujer al llegar a un casino. “¿Por qué?”, le contestó el guardia sorprendido. “Ya ve lo que pasó acá”, dice la mujer. “No se preocupe, adelante”, la invita cortés.

Esta escena tuvo lugar apenas unas horas después del ataque, cuando aún se observaba la columna de humo que se levantaba del edificio quemado. En todos los casinos de la zona la gente siguió llegando como si nada, “sin inmutarse por lo sucedido”, según los autores de la nota.

Así las cosas. A algunos les sorprende, a otros les parece admirable, a unos más incomprensible. Pero la realidad es que en México seguimos como si nada. Y a lo mucho algunos tratan de justificarlo, como Pilar Montenegro, quien se retrató desnuda para una revista y explicó: “Ante la actual situación de inseguridad del país, cada vez es más importante ver algo bello”; o la actriz Raquel Pankowsky, quien para publicitar su obra de teatro dijo que “la situación que se vive en México es propicia para optar por llevar alegría a la gente”.

sarasef@prodigy.net.mx www.sarasefchovich.com
Escritora e investigadora en la UNAM

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