Ricardo Raphael
En
lo que llevo de vida adulta las campañas presidenciales en México se
han hecho siempre desde la oferta y no desde la demanda. La primera que
recuerdo fue la de José López Portillo, emblema contundente de este
estilo. Cual pregonero en el mercado, el candidato salía a gritar sus
propuestas, recorriendo a su entera voluntad plazas, foros, mítines o
mesas de trabajo. Nadie fuera de su equipo cercano influía en la agenda
del abanderado, entonces libre de adversarios. En revancha, la sociedad
miraba incrédula, mientras delante de su puerta se paseaba la profecía
irrefutable del aspirante presidencial. Poco era lo que podía decir,
proponer, influir o interpelar el ciudadano de a pie.
Todavía
en el 2000, cuando la sociedad organizó uno que otro foro para escuchar
los argumentos de los presidenciables, hubo quien se dio el lujo de
ignorar la invitación para dialogar con los votantes.
Hoy,
sin embargo, tal forma de hacer campaña está siendo rebasada. No
importa cuánto se hayan preparado los contendientes para evitar la
improvisación, ahora se impone la fuerza que viene desde la sociedad
para que los candidatos se definan frente a tal o cual tema. Esta
campaña podría ser la primera en nuestra larga historia donde la demanda
jugó un papel más potente que la oferta política.
La
exigencia que los jóvenes de la Universidad Iberoamericana le
impusieron al candidato priísta, Peña Nieto, para que rindiera cuentas a
propósito de la violación de derechos humanos en Atenco, o sobre la
elevada tasa de feminicidios en el Estado de México, se ha vuelto muy
notorio de esta contienda pero lejos está de ser el único en su tipo.
Vale
la pena revisar la agenda de eventos que traen a cuestas los cuatro
aspirantes para constatar tal realidad. Por cada acto orquestado por los
equipos de campaña hay otro al que los candidatos son invitados por una
organización o red social con el objeto de que se expliquen y explayen
sobre los asuntos que realmente importan.
Aun
más interesante es que antes de escucharles, los anfitriones están
presentando a cada presidenciable diagnósticos y propuestas bien
formulados.
Pareciera
que la sociedad civil mexicana llegó mejor preparada a este momento
público que los contendientes a ocupar la silla principal de Los Pinos.
Las
organizaciones empresariales, los maestros, las universidades, los
colegios de profesionales, y uno que otro foro periodístico, están
siendo el escenario por excelencia para medir a los contendientes. La
lista de asociaciones es larga y cada cual quiere discutir su propia
preocupación con quien podría ser el jefe del Estado mexicano: entre
tantas otras, destacan aquellas vinculadas a la seguridad, la justicia o
a los derechos de las víctimas, las que defienden a la educación o las
que exigen transparencia o mayor rendición de cuentas.
Se
equivocó de país quien, en su ignorancia, hubiese soñado con controlar
el ambiente. Quizá como producto de la crisis violenta que hoy nos
sacude o porque la ciudadanía ha ido adquiriendo experiencia para
incidir en la futura agenda gubernamental, lo cierto es que se hace
notable la intensidad con que distintos segmentos, no partidistas de
nuestra comunidad, están participando en esta ocasión.
Acaso
sólo los medios andan despistados respecto a este hecho. Replicando lo
que acostumbran, han tomado el discurso del orador en turno sin prestar
atención a las preguntas que se están haciendo desde gayola. Y, sin
embargo, lo segundo está siendo tanto o más relevante que lo primero.
Cuando
Josefina Vázquez Mota acudió con las organizaciones que defienden los
derechos de las personas con discapacidad, se vio forzada a poner de
lado su propia plataforma para retomar al pie de la letra las propuestas
que en esa reunión se le presentaron. Cuando los jóvenes salieron a
marchar con ánimo democrático para exigir información y transparencia,
Enrique Peña Nieto se vio obligado a presentar un decálogo de
compromisos para con la libertad. Hasta Andrés Manuel López Obrador ha
tenido que responder cuestionamientos fuertes en los mítines que realiza
cotidianamente dentro de los aviones comerciales que lo transportan.
Sin
duda, los modos de la política han cambiado en nuestro país y acaso
porque esta transformación nos está pasando bajo las narices es que no
alcanzamos a dimensionarla en toda su estatura: en México la demanda
ciudadana probablemente no volverá a ser menos intensa que la oferta de
la política; de ser así, estamos presenciando un muy celebrable paso de
nuestra evolución civilizatoria.
Analista político
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