Leonardo Curzio
Hay pueblos, como el ruso y el nicaragüense, que después de sacudirse a los comunistas y a los sandinistas han decidido volver a los elementos formadores de un sistema político que concentra el poder en lugar de fortalecer el pluralismo, vigorizar los mecanismos de control y supervisión independientes y desarrollar las capacidades técnicas del Estado (que es lo que hacen las democracias que tienden a consolidarse).
La situación mexicana no admite una lectura lineal en el sentido de que vamos directo a la restauración del viejo régimen. Hay instituciones autónomas y una sociedad civil más desarrollada que ha ocupado sus espacios, tenemos una prensa independiente que no volverá a las viejas componendas. Dentro del PRI hay corrientes (como la de Beltrones) que tienen claro que sin un proyecto que modernice el país (y eso pasa por no poner reversa) las mayorías de hoy pueden esfumarse y poner a México en una situación insostenible. Además el candidato Peña ha hecho público un manifiesto (yo lo veo como una suerte de póliza de seguro) de que no restaurará la presidencia avasalladora e imperial. Muchos han criticado el contenido y han minimizado su impacto, yo me atengo a su literalidad y en caso de que ganara (como parece perfilarse) poder tener un asidero documental para exigírselo o reconocérselo. Francamente a estas alturas prefiero una promesa por escrito que una amenaza flotando en el ambiente de que la guadaña mayoritaria intentará sofocar toda discrepancia.
Dicho esto, no puedo ocultar mi simpatía por aquellos que advierten que la idea de regresar al México de las mayorías mecánicas y del sistema de partido hegemónico con promoción estelar integrada, es un escenario indeseable y además a mediano plazo ruinoso para el país. Me explico. Desde que existen gobiernos divididos la estabilidad macroeconómica y los controles presupuestales nos han dado el más largo periodo de estabilidad de los últimos años. Se podrá decir que la estabilidad no basta (y es verdad) pero no puede refutarse que el perderla sería catastrófico para la mayoría. Hemos tenido también el periodo más amplio de libertades de la historia e incluso la televisora que se asumió como la guardia pretoriana del presidente dio un amplio espacio para la crítica y las voces discrepantes. Que el modelo no es perfecto está claro, pero pocos podrán decir con seriedad que criticar al Presidente en estos años implica un riesgo para su estabilidad laboral (como ocurrió con frecuencia en el salinato) o para sus vidas.
Han pasado años, pero la experiencia sigue allí para quien quiera estudiarla. En 1988 el gobierno priísta enfrentó una Cámara con un enorme poder de las oposiciones y tuvo que operar (también reprimió) para establecer cambios importantes para la vida del país, entre ellos una tímida apertura de los medios y la edificación del IFE. En las intermedias de 1991 que en aquellos años se llamó “la recuperación oficial” el PRI recuperó sus posiciones mayoritarias y las consecuencias fueron funestas. Hoy seguimos pagando la falta de seriedad y transparencia en el manejo de las variables económicas. Millones de mexicanos perdieron su empleo. Muchos más se quedaron en la miseria como consecuencia de un gobierno sin contrapesos que engolosinado en su propia lógica de perpetuarse no dudo en jugarse a los dados la estabilidad del país. En las redacciones de todos los medios se recuerda la irracional censura (y las represalias comerciales) de un gobierno intolerante a la crítica. Los hechos son tozudos y desde 1997 el país no ha vuelto a padecer un quebranto como el de 94 y desde el gobierno de Zedillo a la fecha los medios nacionales han disfrutado de una enorme libertad que ha ayudado a moderar los excesos. El equilibrio de poderes no ha dejado tan malos frutos como señalan los idólatras de las mayorías.
Ahora que el sueño de los mayoristas está a punto de cumplirse (tendrán mayoría en las Cámaras y controlarán casi toda la estructura territorial) queda claro que si en buena parte del país ese modelo de gobierno basado en la compra de partidos opositores y las líneas editoriales de los medios puede perpetuarse, hay un sector muy amplio de ciudadanos en la capital (y lo acaban de comprobar con las protestas estudiantiles) a los que la democracia de telenovela les resulta tóxica, por lo tanto el modelo con el que pueden gobernar en los muchos estados es intransitable en esta parte del país y ni modo que nos digan como el clásico: ni los veo ni los oigo… y si los llegara a oír los mandaré callar. Si la mayoría gana accederá al poder, no hay duda y lo ejercerá a plenitud, pero eso no la librará de tener que legitimar que la mayoría del PRI y verdoso apéndice no son un peligro para la democracia.
@leonardocurzio
Analista político
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