Lydia Cacho
Durante las reuniones entre estudiantes de universidades públicas y
privadas hay ansiedad. No es para menos. Las y los más politizados,
quienes están al tanto de las noticias y tienen habilidades para dar
lecturas correctas a los hechos políticos plantean en las reuniones que
habrá que prever una andanada de descalificaciones a su movimiento
plural y horizontal. Que los poderes fácticos buscarán fomentar un
discurso que les lleve a decidir quienes son sus representantes de una
forma vertical, muy típica del patriarcado capitalista que tiene a este
País sumido en la crisis.
Bien por las y los estudiantes que están defendiendo la horizontalidad
de su movimiento, la diversidad de sus propuestas, es decir defienden
sus libertades y entre ellas la de unirse y reunirse para ciertos
objetivos concretos y llevar a cabo acciones aisladas, de acuerdo a las
necesidades de diferentes grupos previamente unidos.
Y hacen bien en prever el futuro. Porque durante esta ventana
electoral los más autoritarios, tanto del propio PRI como del Gobierno
Federal han refrenado sus ímpetus para atacar, golpear arrestar y
descalificar esta movilización estudiantil. La historia reciente nos lo
recuerda; Peña Nieto y sus policías torturadores y violadores en Atenco,
Ulises Ruíz y sus asesinos a sueldo en Oaxaca, Mario Marín y sus jueces
vendidos a las redes de pornografía infantil que persiguieron a quienes
se manifestaron contra la red de tratantes en Puebla. El puño está
ciertamente apretado, pero en espera de que las urnas se llenen, para
entonces utilizar la fuerza del estado a su antojo.
Y en ese análisis, el estudiantado debe poner su mirada en Quebec. Lo
que comenzó como una huelga de estudiantes hartos de que su gobierno
canadiense robe y se dedique a rescatar bancos, se lanzaron organizados a
una huelga general que tomó una fuerza inusitada en defensa de la
educación gratuita y de calidad. Pero es también una rebelión pacífica
contra los poderes fácticos y la derechización política. La huelga, al
tomar mayor estructura y fortalecer su discurso, recibió un ataque
violento de las fuerzas públicas. Estudiantes balaceados, más de cien
arrestados y otros fichados por el Estado. Su movimiento ya tiene
infiltrados que incitan a la violencia para poder acusarlos incluso de
terrorismo.
La respuesta del gobierno de Quebec fue inesperada y brutal. El
rápido decreto de la Ley 178 les agarró por sorpresa luego de 100 días
de manifestarse. La ley, que ellos llaman draconiana, determina que para
manifestarse públicamente las y los estudiantes deben pedir permiso a
la policía, que la autoridad les dirá donde sí y donde no pueden
manifestarse, que no podrán reunirse más de 50 estudiantes a la vez y lo
harán rodeados del mismo número de policías armados. El decreto de esta
semana estipula que ningún maestro, personal académico o persona adulta
podrá formar parte de dichas manifestaciones estudiantiles (ni siquiera
los padres o madres de estudiantes) a riesgo de ser arrestados.
Esta ley no hizo sino unir más a la sociedad y en estos días han
salido a las calles de todas las provincias con cacerolas (al estilo
chileno) para protestar contra le Ley Mordaza 178.
Mientras tanto en Estados Unidos el FBI llevó a cabo una estrategia
fallida para desacreditar al movimiento de Ocupas en Cleveland, Ohio.
Resulta que se descubrió cómo el FBI infiltró a dos jóvenes agentes
quienes convencieron a tres manifestantes de que sólo serían escuchando
utilizando violencia. Les consiguieron literatura sobre bombas y un FBI
encubierto les vendió explosivos C-4 en 450 dólares para volar un
puente. Luego los estudiantes fueron arrestados como terroristas.
Afortunadamente hay evidencia para demostrar que lo que el gobierno
estadounidense está haciendo, al igual que el canadiense, es buscar
métodos para desacreditar movimientos estudiantiles pacíficos y
legítimos y, en aras a acallar el instrumento democrático de la
manifestación cívica, recurren a lo que está en sus manos. El abuso de
la fuerza pública, las provocaciones, las falsas acusaciones de
terrorismo y ataques a los bienes de la nación.
Al analizar lo que sucede con los movimientos globales eminentemente
juveniles, recuerdo cuando estando en Secundaria los policías del
“Negro” Durazo, en tiempos de López Portillo, se apostaban afuera del
Colegio Madrid y revisaban nuestros morrales en busca de drogas.
Separaban a quienes parecían sospechosos y los fichaban. Nada nuevo. Es
importante recordar la historia y prepararse para lo que viene, recordar
que defender las libertades, los derechos y la democracia son una forma
de vida, un compromiso personal y no un evento aislado.
@lydiacachosi
www.lydiacacho.net
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