6/01/2012

Conclusiones de Cannes 2012


Leonardo García Tsao
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Quizá porque no hubo polémicas ni escándalos –como las declaraciones pro nazis de Lars Von Trier el año pasado– en algunos medios se ha calificado la 65 edición del Festival Internacional de Cine de Cannes de un acontecimiento tibio, con un puñado de películas aceptables, escasa asistencia de superestrellas hollywoodenses y hasta un clima desfavorable. En realidad, es cuestión de perspectivas. Uno puede ver el festival como un vaso medio lleno porque esa fue, literalmente, su medida entre lo bueno y lo malo. (Incluso la lluvia, a veces torrencial, se dejó caer en seis de sus 12 días.)
 
La competencia mostró un nivel más que aceptable de calidad hasta llegar al lunes. La edición parecía prometer obras maestras. Cinco de las seis películas premiadas se exhibieron en esos días, empezando por la indiscutible ganadora Amour, del austriaco Michael Haneke. Pero de ahí en adelante la curva de calidad fue descendiente. La única premiada de esa segunda mitad fue la mexicana Post tenebras lux, del Carlos Reygadas, que generó las pocas discusiones acaloradas del festival.

Ese caso es en especial apto para ilustrar qué tan relativo es el éxito en Cannes. El abucheo que recibió al final de su pase de prensa parecía augurar un fracaso. A esas alturas, sin embargo, para sus inversionistas, la película ya se había vendido a todos los territorios europeos. Días después resultó ganadora del premio a mejor director, con lo cual se cotizó aún más en el mercado.

El ejemplo es ilustrativo. Post tenebras lux fue exitosa antes de que se conociera la reacción de la crítica, pues Cannes no es otra cosa que un gran mercado que este año reportó una asistencia récord de compradores y vendedores, con transacciones igual de pródigas (salvo en países en profunda crisis –España, Grecia, Italia–, que no se arriesgaron tanto). Sin embargo, se notaba una reducción en los anuncios publicitarios por la Croisette y la ausencia de gimmicks de promoción en la playa. Ya no están las finanzas para esas fruslerías.

A uno no le sorprende que los hoteles y restaurantes de Cannes hagan su agosto durante el festival, con un instantáneo aumento de los precios. En cambio, es de no creer que las estrellas de Hollywood participen también de esa mentalidad mercachifle. El periodista que hubiera guardado la peregrina noción de obtener una entrevista exclusiva con Nicole Kidman o Brad Pitt, por ejemplo, se toparía con una etiqueta de precio bastante carita: 2 mil 500 euros por 10 minutos de intensa charla. No es el periodista quien debe apoquinarse, sino su medio respectivo. Y la lana, ¿a quién le toca? Pues ahí se la dividen entre la estrella, su representante y, chance, la compañía distribuidora de la película en cuestión. Hay quienes saben sortear la crisis mejor que otros.

Hollywood acabó de manifestar este año qué tan poco le importa el festival de Cannes, incluso como escaparate para anunciar la mercancía del verano. Contra la práctica común, la Sección Oficial no se rellenó esta vez de blockbusters veraniegos en sesión especial. La oferta se redujo modestamente a Madagascar 3. En otras ocasiones se hubiera aprovechado el encuentro para estrenar Prometheus, de Ridley Scott, o To Rome with Love, de Woody Allen, por citar dos casos obvios.

Por su parte, la cinematografía mexicana se ha vuelto una experta en ser farol de la calle. Nadie pensaría en crisis viendo los buenos resultados de la variada participación nacional. Además del premio a Reygadas, Después de Lucía, de Michel Franco, fue nombrada la mejor película de Una Cierta Mirada. Muchos medios extranjeros comentaron la pujanza del cine latinoamericano y, en especial, del mexicano. Si supieran que aquí la mayoría de las películas mexicanas dan el semanazo a su estreno, y hasta la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas está al borde de la quiebra.

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