Arte y tiempo
Raúl Díaz
Por desgracia común, sobre todo en algunos sectores, pero no por ello menos grave en todos, el llamado bullying es el acoso y abuso que sobre un joven estudiante de secundaria o de preparatoria ejercen, si no todos sus compañeros, sí un significativo grupo comandado por un jefe que se apodera de buena parte de la vida social de la comunidad escolar. Producto sociocultural de quienes lo practican y sus víctimas son, necesariamente, en mayor o menor medida, desadaptados que tratan de suplir esa desadaptación de una u otra manera, sin importar el por qué de esa desadaptación.
Este por qué juega un papel fundamental en Beautiful Julia, pues lo que hace misterioso a Daniel es algo más profundo que lo que sus adolescentes acosadores pueden imaginar. Así, Daniel, quien está en la auténtica sobrevivencia diaria a base de violencia como su entorno exige, sostiene una lucha aún mayor consigo mismo que, como buen adolescente, no puede resolver.
En un extraño horario para lo que es, Beautiful Julia se presenta en días y horarios usualmente destinados al teatro infantil, es decir, sábados y domingos a la una de la tarde, cuando lo que plantea para nada es un cuento de niños. Insondables misterios de los programadores oficiales y, sin duda, necesidad de los artistas que los aceptan.
Original de Maribel Carrasco, laureada creadora de obras infantiles, (a lo mejor el programador oficial pensó por eso que ésta también era para niños), la presente expone no sólo una situación que debería ser mejor atendida en determinadas escuelas, sino que va más allá y muestra el caldo de cultivo de una situación que es la ignorancia, pasividad o indiferencia existente en numerosas familias, varias de ellas a su vez sometidas al bullying patriarcal.
Realmente interesante, tan bien escrita, que poco a poco va deshojando su contenido hasta llegar a un final inesperado en el que el bullying es lo menos importante, la obra coloca sobre la mesa –una vez más y van tantas– una situación que existe en miles de hogares pero que, o realmente se ignora y no se ve o no se quiere ver.
Bajo la dirección del muy experimentado Boris Schoemann, quien refrenda aquí su calidad, y un elenco de jóvenes pero eficientes actores (unos más que otros, claro), la puesta en escena transcurre con agilidad los diferentes pasajes que debe transitar, apoyándose en una producción de gran eficiencia pero sencilla, en la que la escenografía e iluminación –ambas de Jesús Giles– tienen un papel esencial. A Giles debe atribuirse, además, el adecuado vestuario. Tenemos así, sin mayor parafernalia, un escenario que se transforma ante nuestros ojos e igual es un aula que un cine o la oficina de la dirección sin mayores tiempos de transición.
Con música de fondo de Fede Schmucler se desenvuelve el trabajo (bueno, ya lo dije) de Fernanda Echevarría, Baruch Valdés, Alfredo Veldañez y Ulises Galván, teniendo como alternantes a Rodrigo Olguín y Miguel Jiménez.
Beautiful Julia, que hay que ver, en la Sala Xavier Villaurrutia del CCB.
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