El Gobierno ha empezado a hacer presencia en las veredas más apartadas en Anorí y las que más han vivido el conflicto armado.
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Las campesinas colombianas son quienes más han sufrido la desigualdad
de género. Aún se cree que ellas son las únicas que deben estar a cargo
de la casa y la crianza de sus hijos, sin la posibilidad de asomarse al
mundo para ver qué es lo que contiene y ellas cómo pueden aportar. En
la vereda San Isidro, de Anorí, en el Nordeste antioqueño, hay un grupo
de ellas que han decidido juntarse para girar esa página y poder
participar más en las decisiones de su comunidad.
Anorí es un municipio que ha estado marcado por la guerra. El ELN fue
el primer grupo armado en llegar, en la década de los setenta, y aunque
el Ejército les dio un duro golpe con la Operación Anorí en 1973, donde
murieron decenas de guerrilleros, se reorganizaron allí diez años
después, encontrándose con las FARC e imponiendo duros controles a la
población. A finales de los noventa llegó el Frente Héroes de Anorí,
paramilitares de las AUC que se mantuvieron en el pueblo después de su
desmovilización en 2005.
De ahí inició esa guerra que los anoriseños no desearon. El interés
era el dominio territorial para controlar la coca, que para esa época ya
tenía las montañas cubiertas. La minería también se había ganado un
puesto importante en la economía del municipio, además de los grandes
proyectos hidroeléctricos que se estaban realizando. Las minas
antipersona fueron una de las estrategias de los grupos armados para
proteger esos cultivos del accionar del Ejército, siendo el cuarto
municipio más afectado por accidentes en Antioquia después de Ituango,
Tarazá y San Carlos. En los últimos treinta años de Anorí se desplazaron
14 mil personas y hubo 164 víctimas de minas antipersona, según el
Registro Único de Víctimas.
Toda esta violencia afectó con dureza a las mujeres que tuvieron que
encargarse de las familias porque sus padres y esposos fueron
asesinados. Y los niños también sufrieron al quedar huérfanos y ser
vulnerables al reclutamiento forzado, a la deserción escolar y a los
traumas que esto generó.
Empoderamiento femenino
La vereda San Isidro es un pequeño caserío a tres horas de la
cabecera municipal. Para llegar allí primero hay que pasar por una base
militar, luego un retén de la Policía y después, nuevamente, aparece el
Ejército en la vereda La Plancha, donde quedó el Espacio Territorial de
Capacitación y Reincorporación (ETCR) de los excombatientes de FARC.
Cuentan las mujeres de esta vereda que eran constantes los bombardeos
y las arremetidas del Ejército buscando guerrilleros y fumigando,
intentando acabar con la coca. Ellas corrían con sus hijos a salvar las
vidas mientras sus esposos estaban raspando. Llegaba la incertidumbre
porque no sabían si ellos regresarían nuevamente a sus casas. Muchos no
lo hicieron.
La vereda tiene 250 habitantes. El Estado nunca tuvo presencia allí.
La carretera la abrieron entre todos y la escuela fue construida en
comunidad. Hace cuatro años llegó la electricidad y aunque haya varias
hidroeléctricas y microcentrales, aún faltan 15 veredas por
electrificar.
Allí todos vivían de la coca. Pasaban al otro lado del río, donde
estaban los cultivos, para trabajar en ellos. Eran pocas las mujeres que
podían estar fuera de sus casas. “Yo siempre trabajé con los hombres y
hasta me les adelantaba raspando coca. Muchos de ellos sentían rabia de
ver a una mujer ganarles en el corte. A mis hijos los crié raspando
coca, no quise pegarme a una cocina a pesar de que muchas mujeres me
criticaban”, cuenta María Nubia Muñoz en medio de sonrisas por su hazaña
liberadora.
En el 2017 todas las familias se acogieron al Plan Nacional Integral
de Sustitución (PNIS), pero ahora andan sentados en la casa porque no
tienen trabajo ni tierra para dedicarse a la agricultura. Los campesinos
iban a buscar un jornal a otras tierras, pero ahora no hay esa
posibilidad. Con el PNIS habían acordado arrancar los palos de coca y
les llegaría un pago, cada dos meses, pero desde septiembre del año
pasado no ha llegado este recurso.
“Se demoraron cinco meses para llegar los dos millones de pesos del
PNIS. Se ve una incertidumbre muy grande, la gente preocupada y sin
comida. Uno se pregunta qué es lo que quiere el Gobierno con el programa
PNIS, con los PDET (Programa de Desarrollo con Enfoque Territorial),
porque se oye decir a diario que en el plan de desarrollo nacional no
hay plata para la implementación”, cuenta Fernando Zapata, presidente de
la junta de acción comunal de San Isidro. Hasta ahora no ha llegado
ningún proyecto productivo a la vereda.
Es la razón principal para que las mujeres hayan decidido crear un
proyecto de panadería, que aunque lleva dos años, y ha tenido poca
aceptación de sus esposos, aún se mantiene y surte a la vereda de pan
fresco. “Lo que más nos compran son los pandequesos y los panes, pero
también hacemos parva dulce. Lo que nos falta es tener un espacio
adecuado para que la producción sea mayor y poder sacarlos a otras
veredas, incluso al municipio”, cuenta Elida Quiroz. El grupo está
conformado por 22 mujeres y aunque empezaron cincuenta, se han ido
saliendo porque creen que no avanzan.
También quieren un taller de confecciones y, aunque tienen un terreno
que les donaron para hacer sede, aún no pueden construir nada porque no
tienen escrituras de ese terreno, igual que nadie las tiene de sus
casas. La vereda ya cuenta con la caseta comunal que fue entregada en
diciembre del año pasado con las pequeñas infraestructuras comunitarias,
fruto del acuerdo de paz.
Proyectos de fortalecimiento
Con la cercanía al ETCR han logrado acceder a capacitaciones, a
escuelas de formación y liderazgo, pero en muchas ocasiones se les
dificulta participar por el costo del transporte, porque no tienen quién
cuide a los niños o por el poco apoyo de sus compañeros que no ven con
buenos ojos que estén fuera de sus casas.
En la vereda Montefrío otras mujeres crearon, en el 2012, la casa de
la mujer, donde se capacitan, tienen un espacio para la memoria, le
apuestan a la alimentación saludable, hacen productos para el consumo
como vinos, mermeladas, tortas con frutas y verduras que ellas mismas
cultivan. Han arreglado la cancha e hicieron la capilla.
En el 2018 Anorí fue priorizado por el Ministerio del Interior y el
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, junto a otros 16
municipios del país, con la creación de escuelas de formación política
enfocadas a fortalecer, empoderar y hacer visibles los nuevos liderazgos
femeninos. Además el ETCR tendrá un proyecto de piscicultura para las
41 mujeres que están allí y que podrán expandir al resto de mujeres de
las veredas cercanas.
Después de la firma del acuerdo de paz han llegado muchas iniciativas
de proyectos para fortalecer a las mujeres, sin embargo aún no han
empezado a ejecutarse y se ve un panorama incierto. Ellas también son
conscientes de que falta más organización entre ellas, romper con los
esquemas que les ha impuesto la sociedad y poder dedicarse a otras
labores distintas a las del hogar, sin abandonarlo. Incluso creen que es
necesaria más armonía entre ellas para no seguirse comportando como
enemigas.
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