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El Papa Francisco, en la primera misa del año, se ha pronunciado de forma clara contra la violencia de género, ha dicho: “herir a una mujer es ultrajar a Dios”.
Sus palabras son duras, contundentes y sin ningún tipo de matiz. Muy diferentes a las que con frecuencia hemos escuchado en boca de obispos y párrocos con argumentos que justifican, minimizan o contextualizan la violencia contra las mujeres; incluso llegando a hablar directamente de “ideología de género” o “adoctrinamiento” para referirse a las medidas y acciones dirigidas a su atención y prevención.
Y el Papa ha sido claro cuando ha dicho que “herir a una mujer es ultrajar a Dios”. No ha manifestado que “herir a una mujer o a un hombre es ultrajar a Dios”, se ha centrado en la situación de las mujeres porque conoce de sobra las circunstancias en las que se produce la violencia de género, y cómo la normalidad es la que lleva a su invisibilidad y retenerlas en el mismo hogar donde son maltratadas. De hecho, el 58 % de todos los homicidios que sufren las mujeres en el planeta se producen en sus casas, por parte de los hombres con los que comparten una relación o forman parte de su propia familia (Naciones Unidas, 2019).
El Papa sabe, al igual que lo sabía Jesucristo, que muchos de sus fieles lo negarán,porque las apariencias sólo engañan al que aparenta, y porque la clave para entender el verdadero sentimiento y posicionamiento de muchas personas no está en lo que afirman, sino en lo que niegan, pues es esa negación la que revela toda su estrategia de fondo.
Por eso Jesucristo sabía que Pedro lo iba a negar tres veces antes de que cantara el gallo, al igual que el Papa sabe que muchos de sus fieles ultracatólicos de ultraderecha, y también bastantes de la derecha, al hablar de este tema lo niegan tres veces cada día antes de que a la mañana siguiente cante el gallo del despertador.
Y lo sabe porque sus posiciones no atienden a razones, sino a la defensa de unos valores, ideas y privilegios que son presentados como una especie de pack, de manera que unos llevan a otros sin necesidad de reflexionar sobre su significado y sentido, Así, por ejemplo, muchos hombres asumen que por ser hombres pueden imponer su criterio a la mujer con la que comparte una relación, y que si ella no lo asume puede utilizar la violencia para imponérselo, porque eso es lo “normal” y porque sabe que las consecuencias de esa conducta son mínimas, lo cual es un privilegio. De ese modo, todo permanece como siempre para hacer de la historia la referencia desde la que juzgar a una sociedad que en esencia es dinámica y cambiante, y presentar cualquier cambio como un ataque a ese modelo conservador que busca mantener “lo de toda la vida”.
Y la Iglesia como institución no puede mirar de perfil a esta realidad ni mantener el reloj retrasado en otra época.
Por esta razón, cuando hablamos de la desigualdad que sufren las mujeres, con toda la discriminación, abusos, maltrato, violaciones, agresiones, homicidios… que padecen cada día, la respuesta no puede ser “resignación cristiana” ni posponer la justicia a otra vida.
Si no lo hace en otros temas, como ocurre, por ejemplo, con la asignatura de Religión en secundaria, la educación concertada, la segregación por sexo en las aulas, las inmatriculaciones de sus bienes… en los que defiende su posición en negociaciones, homilías y tribunales, sin hablar de “resignación cristiana” ni de “otra vida”, tampoco puede hacerlo cuando más de la mitad de las mujeres de España ha sufrido algún tipo de violencia de género, y muchas lo siguen pareciendo cada día.
La Iglesia no puede mantener silencio ante esta terrible situación, como tampoco puede callar ante los millones de hombres que maltratan, abusan, acosan, violan y asesinan a mujeres desde esa normalidad capaz de justificarlo todo, o contextualizarlo en determinadas circunstancias.
¿No tiene nada que decirles a esos hombres “pecadores”? ¿Dónde está el propósito de enmienda exigido para perdonar? ¿No tiene nada que cuestionar de esa masculinidad capaz de reproducir esas conductas violentas año a año?
El Papa Francisco ha sido muy claro con sus palabras en este comienzo de año:“las madres saben infundir la paz, y así logran transformar las adversidades en oportunidades para renacer y en oportunidades de crecimiento. Lo hacen porque saben proteger. Las madres saben proteger. Saben cómo mantener unidos los hilos de la vida, todos. ¡Cuánta violencia hay contra las mujeres! Basta. Herir a una mujer es ultrajar a Dios.”
Son muchos los hombres que ultrajan a Dios por acción y por omisión, unos con los golpes y los otros cuando la niegan y dicen que es “violencia doméstica”, que “las mujeres también maltratan”, o que “hay más homicidios en hombres que en mujeres”.
Además de negar algo objetivo y de facilitar que continué bajo las mismas referencias, están mintiendo con la manipulación que realizan, lo cual es un doble ataque a los valores que defiende la Iglesia
Y en este, como en otros temas, hay que exigir más coherencia y consecuencia. No basta con ir a misa y cumplir con los mandatos eclesiásticos en lo formal, cuando luego esas mismas personas se mueven por la vida bajo criterios y conductas alejadas de esas referencias que tanto dicen respetar.
Esperemos que la Iglesia continúe el discurso del Papa Francisco y acerque sus palabras a la gente, pero también que cambie su posición y contribuya a esa paz y protección que el Papa sitúa en las mujeres. Y para ello debe dejar de cuestionarlas a ellas y empezar a hacerlo a los hombres, a los que maltratan y a los que niegan que hay hombres que maltratan por razones de género. Amén.
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