Carlos Bonfil
La acción de la cinta de Oualid Mouaness transcurre en un sólo día, cuando los alumnos de primaria y secundaria de la escuela anglófona privada Cedar High School, en la periferia de Beirut, preparan sus exámenes finales justo antes de sus vacaciones de verano. La preocupación mayor de Wissam (Mohamad Dalli), niño de once años, consiste en declarar su llama amorosa a su compañera de clase Joanna (Gia Mad), contando para ello con la complicidad de su pequeño amigo Majid (Ghassan Maalouf), quien por una confusión parece haber traicionado su confianza.
Paralelo a este cortejo infantil, se insinúa un inicio de romance aún más sutil entre la maestra Yasmine (Nadine Labaki) y su colega Nadim (Fidel Badram), cuya tímida comunicación se centra en la preocupación general por el avance de una guerra que ambos juzgan inminente.
La irrupción de los primeros bombardeos escuchados a lo lejos y el espectáculo inquietante de fumarolas y explosiones cada vez más cercanas, incrementan la tensión en el interior de un salón de clases donde el apremio de la disciplina, contrapunto para calmar la angustia, se vuelve algo muy azaroso. Lo interesante en la observación (o evocación autobiográfica) del cineasta es la diferencia radical en la manera en que los adultos y los niños asistirán a ese drama bélico.
Mientras los profesores procuran por todos los medios disimular frente a los alumnos la gravedad de la situación y la posibilidad de que todos queden incomunicados en el colegio, para los niños, quienes comparten confusamente esa angustia, los sucesos de guerra vividos en directo representan una curiosa prolongación de sus propias fantasías como asiduos a los videojuegos bélicos.Wissam, por ejemplo, asiste a la aparición en el cielo de Trigun, enorme robot superhéroe de un comic manga japonés, como una providencial figura salvadora frente a los invasores.
Desde la ventana del salón de clases, los demás niños contemplan azorados el enfrentamiento de aviones de caza israelíes y sirios en un firmamento azul que es también casi una variante de su pantalla de juegos. Sólo en la inocencia de la infancia podría manifestarse una amalgama semejante entre la fantasía y una realidad trágica, y es justo esa percepción delicada la que confiere a la cinta de Mouaness un toque de originalidad y su atractivo.
Es evidente el riesgo que hace correr a la coherencia dramática de un relato realista la súbita intervención de elementos fantásticos extraidos de las tiras cómicas en boga, pero el director consigue manejar muy bien la complejidad anímica de sus actores infantiles al punto en que la cinta gana verosimilitud en escenas en las que se temería un naufragio total en el absurdo. Otra garantía de calidad de la cinta es la construcción del estupendo personaje de Yasmine, interpretado por la también directora libanesa de cine Nadine Labaki, de quien en México se conocen dos títulos notables, ¿Y ahora adónde vamos? (2011) y Cafarnaúm, la ciudad olvidada (2017). Son pocas las cintas libanesas que logran llegar a nuestro país, 1982 es al respecto una buena sorpresa.
Se exhibe en la sala 3 de la Cineteca Nacional. 16:00 y 18:15 horas.
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