El aspecto más novedoso en El territorio del amor es justamente su manera de abordar el tema de la comunicación. Aunque los dos protagonistas son expertos en el arte del aprendizaje de idiomas (ella domina el francés, el nerlandés y el chino mandarín, mientras él presume de hablar 14 lenguas), Olivier posee además un curioso método de memorizar los lugares por los que transita. A poco rato de visitarlos, cierra los ojos y procura describir con detalle preciso las características de esos sitios que acaba de ver. Al relacionar esos sitios con los idiomas locales, el aprendizaje lingüístico se produce de modo natural y expedito, todo según este políglota experimentado. Entre él y su novia María la comunicación afectiva y erótica se vuelve más sofisticada al conectar mentalmente las experiencias gratas con los lugares en que se practican (la recamara, el baño), con lo que se crea entre ellos una complicidad sustentada primordialmente en la memoria y el lenguaje. Por esa razón, el diagnóstico fulminante que recibe Olivier de una rara variante de leucemia que afecta sus procesos cognitivos al producirle lesiones cerebrales, trastorna el equilibrio emocional de la pareja.
El director Romain Cogitore maneja con destreza el proceso angustiante mediante el cual María se ve obligada a lidiar con un amante que comienza a perder toda noción del tiempo y el espacio, y cuya memoria, antes privilegiada, semeja ahora un páramo sembrado de incertidumbres y peligros. La apuesta de la joven consiste en recurrir al viejo método de memorización de lugares para ayudar a su amante a recuperar la lucidez o, al menos, a postergar en lo posible el desenlace inevitable. Es aquí donde la cinta incursiona arriesgadamente en el terreno de lo sobrenatural y en la expectativa de un milagro que pudiera derribar las certezas científicas de los médicos. Una escena crucial y terrible –el episodio en el que Olivier camina extraviado por las calles de la capital taiwanesa con un niño ajeno en los brazos, mientras María trata desesperadamente de ubicar su paradero–, muestra hasta qué punto el destino de los dos personajes ha sufrido un duro revés de fortuna. Ese otro continente que es el de la complicidad amorosa, y también el de un doloroso naufragio mental vivido como una experiencia personal intransferible, es el territorio romántico que describe Cogitore con una imaginación desbordada y sensible. Se trata de un continente terrible, en apariencia distante y ajeno, que es también, en definitiva, el terreno movedizo al que todo espectador puede, en cualquier momento, asomarse en su vida cotidiana.
Se exhibe en la sala 3 de la Cineteca Nacional a las 20:30 horas
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