Amparo Mañes
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Está calando entre demasiados estratos sociales la creencia de que las personas trans sufren más opresión que las propias mujeres. Y no solo eso; se afirma que las mujeres somos -en terminología transactivista- unas “cisprivilegiadas”.
Desgraciadamente, muchas chicas jóvenes, desde el espejismo de la igualdad en el que están instaladas, asumen acríticamente ese discurso y lo difunden, aunque con ello se puedan lesionar los derechos de su propio sexo. Además, si alguien se considera a sí misma “cisprivilegiada” ¿cómo va a reivindicar derecho alguno?
Seguramente no perciben que llevan incorporado uno de los más apreciados estereotipos de género patriarcales inculcado a las mujeres desde la más tierna infancia y, por ello, invisible a sus ojos: el cuidado. Así, si alguien le dice que está más oprimido que ella misma, ¿cómo no va a cuidar a ese colectivo, respaldando sus reivindicaciones?
A esas mujeres, pues, me dirijo para decirles que las mujeres, no somos “cis”. Pretender denominarnos así no es más que un nuevo intento de los varones de heterodesignar a las mujeres. Por eso los transfemeninos, cuya socialización es masculina, ven natural decidir cómo se nos debe designar a partir de su realidad y no de la nuestra. Es como, por poner un ejemplo, que las personas que nacen con seis dedos nos dijeran que, para respetar su realidad y evitar la discriminación, las demás personas ya no debemos designarnos hombres o mujeres, sino “cinco dedos” mientras que ellos pasan a denominarse “seis dedos”; pues el transactivismo pretende lo mismo; Lo que quieren es que “ser mujer” sea lo que ellos deciden que es serlo. Así, al tiempo que las personas transfemeninas se autodesignan mujeres (y no mujeres trans), pretenden heterodesignarnos como cismujeres. Lo que viene siendo el Patriarcado de toda la vida ejercido por el transactivismo.
Tampoco somos “privilegiadas” por haber nacido con el “sexo correcto” …en función de los estereotipos de género. En efecto, el transactivismo nos dice con toda tranquilidad que nacer con el sexo que resulte adecuado a los estereotipos que se asocian al mismo es un privilegio del que las personas trans carecen. Obviando que, en todo caso, el privilegio siempre ha estado del lado de los hombres y que nacer mujer nos condena, por el contrario, a la opresión.
También nos incluyen en la consideración de “privilegiadas” por el hecho de haber nacido en sociedades occidentales, más avanzadas en el terreno de la igualdad formal -que no real- de derechos entre hombres y mujeres. Discurso perverso ese de considerar “privilegio” haber conseguido disminuir nuestra opresión. Y es perverso porque conseguir, a base de lucha, derechos que nunca nos debieron ser negados, en ningún caso puede considerarse un privilegio. Nadie niega que, en según el lugar del mundo en que hayas nacido, haya mujeres más oprimidas que las occidentales; pero eso no nos convierte en privilegiadas sino en menos oprimidas. Porque la opresión hacia las mujeres subsiste en todas las sociedades.
Buen ejemplo de la opresión que sufrimos las mujeres -occidentales o no- es la brutal presión que ejerce la pornografía sobre las jóvenes, a quienes se propone un modelo de sexualidad en el que dar placer a los varones -aún a costa de la renuncia al propio placer o sufriendo distintos grados de violencia, hasta los más extremos- es lo que nos “debe gustar” a las mujeres. Mensaje peligrosísimo porque está calando en la adolescencia con singular rapidez y profundidad; legitimando entre los varones la práctica de violaciones en manada, ahogamientos, humillaciones… Y es que, en la lógica patriarcal, el hecho de que las mujeres occidentales consigan una mayor libertad implica la autorización de una mayor violencia sexual para reprimirnos.
Así es que, sí. Estamos muy lejos de haber obtenido la igualdad real, ni siquiera en Occidente: además de la creciente violencia sexual ya mencionada, la brecha de tiempos, de cuidados, salarial y de pensiones son buena prueba de lo que digo. Y considerarnos privilegiadas es una cínica vuelta de tuerca del sistema patriarcal que buena parte de la Academia y muchas jóvenes -afortunadamente no todas- están interiorizando sin cuestionar.
Pero miremos a aquellas personas que se consideran más oprimidas que las mujeres.
¿Qué minoría oprimida tiene tal influencia que, por iniciativa del Ministerio de Igualdad y con el apoyo del Gobierno, consigue que un proyecto de ley prevea imponer fuertes sanciones a quienes, de acuerdo con la ciencia, consideren que es imposible cambiar de sexo o expresen opiniones contrarias a la ideología queer?
¿Qué minoría oprimida consigue que se nos puedan arrebatar derechos a nada menos que a la mitad de la población, para satisfacer los deseos de personas nacidas y socializadas como hombres, que se autoidentifiquen como mujeres? ¿Acaso es una minoría oprimida aquella a quien se legitima y autoriza para eclipsar el esfuerzo deportivo de las mujeres, para invadir nuestros espacios físicos o simbólicos? ¿Cómo puede considerarse un grupo oprimido si obtiene de las leyes la posibilidad de comprometer, incluso contra el criterio de padres y madres, la salud de la infancia?
Es evidente que el movimiento “transgénero” está muy lejos de ser oprimido. No sólo obtienen cuantiosos -y documentados- fondos de lobbies patriarcal-capitalistas, sino que -directamente a través de dichos lobbies o indirectamente por medio de la financiación recibida- consiguen el apoyo de las redes sociales y los medios de comunicación, de gobiernos, de entidades oficiales, de numerosas instituciones académicas, de organizaciones internacionales, de la publicidad, la música, el cine, las plataformas y series de TV, los videojuegos, etc.
En realidad, el transactivismo es apoyado por el Patriarcado porque sirve bien a sus intereses: sacraliza los estereotipos de género al exigir al cuerpo que no los cumpla su transformación en el “sexo correcto”. Y eso es muy oportuno para el sistema patriarcal porque las mujeres estábamos socavando todos y cada uno de los relatos patriarcales sobre nuestra supuesta debilidad emocional e intelectual, nuestra mayor vinculación con la naturaleza frente al mundo “racional” masculino… en una palabra, las mujeres estábamos desmontando esas falacias vinculadas a nuestro sexo y reclamando, con ello, la abolición de unos estereotipos que se inventaron para oprimirnos.
También es útil al sistema que el transactivismo pretenda arrebatarnos derechos humanos tan elementales como el de la intimidad y la seguridad; ya que, al imponer la presencia de cuerpos con anatomía y funcionalidad masculina intactas en espacios hasta ahora privativos de las mujeres, aquellas a las que incomode esa intimidad o que sientan inseguridad dejarán de acudir a esos espacios. En una palabra: que se vayan a casa o, mejor, que no salgan de ella ¿no suenan aquí, prístinas, las campanas del Patriarcado?
Es igualmente aprovechable, en términos patriarcales, disuadir del ejercicio del deporte, especialmente del competitivo. La “debilidad femenina” es muy apreciada en el sistema patriarcal. Así, si el esfuerzo que requiere la competición puede ser borrado por varones autoidentificados como mujeres, sea en base a un sentimiento real o inventado (¿cómo saberlo si el proyecto de ley Trans no exige ningún tipo de prueba?), muchas mujeres serán disuadidas de la práctica deportiva de la que siempre han querido apartarnos. Baste recordar a Kathrine Switzer, y la violencia con la que se pretendió excluirla del maratón de Boston de 1967.
¿Cómo no va a venirle bien al patriarcado hacer menguar las cuotas políticas establecidas para eliminar el injusto acceso al poder de hombres y mujeres? Y no me digan que eso no pasa, porque pasa. Varios varones, en México, se auto declararon mujeres para participar en unas elecciones. Claro que un juez lo anuló. Pero con el actual redactado de la ley Trans, ¿qué juez podría invalidar esa eventual artimaña?
Otra utilidad que revisten las reivindicaciones del transactivismo es la de diluir las estadísticas. ¿Cómo va a rechazar el patriarcado una propuesta que permite menguar, distorsionar o hacer desaparecer los datos que demuestran la opresión y las discriminaciones múltiples que sufren las mujeres?
Y, ¿qué es más querido por el Patriarcado que mantener silenciadas a las mujeres, especialmente si son feministas? Pues el transactivismo así lo reclama y, además de la violenta censura que ya se ejerce en redes sociales y universidades, han conseguido que el anteproyecto de la ley trans legitime la censura a nivel oficial, mediante fortísimas sanciones que socavan directamente la constitucional libertad de expresión.
Por estas y muchas más razones (por ejemplo, la interiorizada homofobia y lesbofobia del transactivismo), no me cabe ninguna duda de que la mano que mece la cuna de ese movimiento es el sistema patriarcal-capitalista. No es casualidad que sean precisamente los países más profundamente conservadores, como USA (Estado que, en pleno siglo XXI, está intentando arrebatar a las mujeres el derecho humano básico del aborto) y otros países latinoamericanos bajo su influencia, los que más decididamente apoyan al “colectivo más oprimido” de la historia. De hecho, en realidad es patente que se trata del colectivo más apoyado de la historia. Y lo es porque refuerza el actual sistema hasta el punto de obtener una sustanciosa financiación a cambio.
En fin, ya me gustaría que no fuera así, pero las mujeres seguimos siendo infinitamente más oprimidas: porque sufrimos más violencia y se nos niegan, cuestionan o arrebatan derechos de manera más sistemática y generalizada. Y por eso, desgraciadamente, estamos muy, muy lejos, de ser “cisprivilegiadas”.
Para finalizar me gustaría recalcar, como siempre hago, que -por mucho que se repita- una mentira no se convierte en verdad. Y decir que las mujeres somos “tránsfobas” o “TERF”, es una total falsedad. Nada tenemos contra el colectivo trans. Nos limitamos -simple y llanamente- a defender que ninguna ley arrebate a las mujeres espacios y derechos que tanto nos han costado -y aún nos cuesta- conseguir y consolidar. Defender los derechos de las mujeres no es fobia, es justicia. En cambio, querer arrebatarnos esos derechos es una descarada fobia, además de un delito de odio. Y tiene un nombre: se llama Misoginia.
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