Hace apenas dos días conocíamos la terrible noticia de que el Tribunal Supremo de los Estados Unidos devuelve a los estados la potestad para regular sobre el aborto. Están en juego los derechos de treinta y seis millones de mujeres en edad reproductiva, que viven en los veintiséis de los cincuenta estados que se han anunciado dispuestos a promulgar leyes restrictivas con carácter más o menos inmediato.
Es un verdadero mazazo para los derechos de las mujeres de Estados Unidos y, por extensión, para el resto de las mujeres del mundo.
Ayer, con motivo de esta noticia, escuchaba en la radio una reflexión de un señor (cuyo nombre no recuerdo por no haber prestado atención) que me resultó como mínimo curiosa. Soy incapaz de reproducir los datos, pero los dio. Y hablaba de esta medida como consecuencia de los miles de criaturas que mueren cada año a causa de las armas: por tiroteos o por accidentes de las armas que llevan las propias criaturas, a quienes se las entregan sus padres para su autodefensa. Hablaba de la necesidad de procrear para “reemplazar” a las criaturas muertas por armas.
Este ataque al derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo es un ataque a la base misma de los derechos humanos de las mujeres, puesto que es una forma de violencia machista, en este caso violencia estructural. Y es estructural porque parte de las estructuras de poder: en este caso, del poder judicial y también del poder legislativo que va a legislar en contra del derecho a decidir de más de la mitad de la población estadounidense, como lo son las mujeres.
El avance de las derechas nunca es una buena noticia para las mujeres. La derecha, incluso la llamada “moderada”, siempre hace sentir la influencia de la Iglesia Católica en cualquiera de sus versiones. Y ya conocemos que la Iglesia Católica no se caracteriza, precisamente, por la defensa de la igualdad entre mujeres y hombres. Por tanto, el resultado de esa influencia siempre conllevará el retroceso en los derechos de las mujeres.
Y de eso saben mucho nuestras madres y abuelas que sufrieron la furia del régimen fascista del dictador en sus propias carnes, cuando después de una etapa de libertades con la II República, las devolvieron a casa y les prohibieron trabajar después del matrimonio, salvo algunas excepciones.
Con la sentencia del Supremo de los Estados Unidos, se abre la puerta a una recesión de los derechos ya conseguidos de las mujeres sobre sus propios cuerpos y sobre su decisión de ser o no madres voluntariamente. En alguna ocasión he dicho que el feminismo es un movimiento universalista porque cuando nos toca a una, sea de donde sea, nos tocan a todas. Y este ataque a los derechos de las mujeres estadounidense lo es para todas las mujeres del mundo.
Como era de esperarse, las movilizaciones contra esta decisión no se han hecho esperar y miles y miles de mujeres se echaron a la calle, y lo seguirán haciendo en los próximos días, para hacer patente su desacuerdo con dicha decisión de un Tribunal Supremo; pero mucho me temo que esta decisión de claro corte republicano y de derechas, con claras influencias de la Iglesia Evangelista más reaccionaria, será difícil de revertir por el movimiento feminista estadounidense. Al menos, en los próximos años.
La idea obsesiva del patriarcado más rancio por controlar el cuerpo de las mujeres ha de tener una clara respuesta que las mujeres norteamericanas están dando en las calles, pero debería ser una respuesta global.
Y creo que el derecho al aborto debería ser protegido en todo el mundo y ser declarado un derecho inalienable de todas las mujeres del mundo, ya que la gestación solo la podemos llevar adelante las mujeres. Dejen nuestros ovarios en paz y dejen que seamos nosotras las que decidamos si queremos ser o no madres. Y sobre todo, y tal como dice un eslogan feminista, saquen sus rosarios de nuestros ovarios.
Nuestro cuerpo es nuestro y sobre él solo deberíamos decidir nosotras. No somos posesión de jueces, políticos, sacerdotes, etcétera. Y si se quieren más nacimientos por aquello de la curva poblacional y esas cosas, que se legisle sobre políticas públicas de ayuda a la natalidad y a la conciliación de la vida personal, laboral y familiar con servicios públicos de calidad para revertir el envejecimiento poblacional. Solo de esa manera se estimulará la natalidad para revertir la situación actual.
Con prohibiciones de la interrupción de los embarazos no deseados solo van a conseguir más muertes de mujeres porque se seguirán practicando en la clandestinidad y en peores condiciones médicas que pueden acabar poniendo en peligro la vida de las mujeres.
Estamos ante un reto mundial que como feministas debemos afrontar sin ninguna vacilación. Recordemos que en el Estado español estamos pendientes de un recurso que el partido popular, un partido de derechas (y últimamente creo que de ultraderecha), presentó ante el Tribunal Constitucional. Las próximas podemos ser nosotras: las mujeres del Estado español.
Toda mi solidaridad con las mujeres de los Estados Unidos y muy alerta porque esta sentencia puede ser la primera de muchas.
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