“La mutilación genital femenina (MGF) es una práctica que implica la alteración o lesión de los genitales femeninos por motivos no médicos y que internacionalmente es reconocida como una violación grave de los derechos humanos, la salud y la integridad de las mujeres y las niñas”, alerta la ONU.
La causa de estas mujeres se traducen en “voces victoriosas que rompen con siglos de silencio y la solidaridad y transforma el dolor en un recuerdo lejano. Este es el mundo que sueñan las mujeres que lideran el movimiento para poner fin a la mutilación genital femenina».
La mutilación genital femenina puede causar complicaciones de salud a corto y largo plazo, incluido dolor crónico, infecciones, sangrados, mayor riesgo de transmisión del VIH, ansiedad y depresión, complicaciones durante el parto, infecundidad y, en el peor de los casos, la muerte.
Problemática universal
Gracias a la intervención de organismos internacionales y mujeres defensoras quienes han implementado acciones para erradicar al MGF en los últimos 25 años, la prevalencia ha disminuido. En la actualidad, una niña tiene un tercio menos de probabilidades de sufrirla que hace 30 años.
“Eventos catastróficos, como lo son las crisis humanitarias, los brotes de enfermedades, el cambio climático o los conflictos armados, entre otros, hacen peligrar el mantenimiento de estos logros y consecuentemente hacer retroceder los avances hacia la consecución de la igualdad de género y del fin de la mutilación genital femenina para 2030”, destaca el organismo mundial.
“En el mundo más de 200 millones de niñas y mujeres han sufrido mutilación genital femenina. Este año, casi 4.4 millones de niñas correrán el riesgo de sufrir esta práctica nociva; lo que equivale a más de 12 mil casos diarios”.
Si bien las costumbres y tradiciones que perpetúan la mutilación genital femenina varían según las comunidades, por lo general el procedimiento se lleva a cabo en algún momento entre los primeros años de vida y los 15 años de edad, e implica consecuencias graves desde el punto de vista socioeconómico, físico, emocional, sexual y sanitario, incluida la muerte.
La mutilación genital femenina es una problemática que atañe tanto a mujeres como niñas. Dicha práctica, junto con el matrimonio infantil afecta a centenares de millones de pequeñas en todo el mundo.
Lucha viva
Para promover la erradicación de esta terrible práctica es necesario realizar esfuerzos coordinados y sistemáticos en los que participen las comunidades en torno a la concienciación sobre los derechos humanos, la igualdad de género, la educación sexual y la atención a las víctimas de ablación de los órganos genitales femeninos.
La Organización de las Naciones Unidas describe que es posible acelerar la abolición de dicha práctica legendaria: “Aunque la práctica se ha mantenido por más de mil años, se puede acabar con la mutilación genital femenina en una sola generación es todavía posible si aceleramos para que el proceso vaya diez veces más rápido”.
Purity Soinato Oiyie Masai, activista de Kenia
Purity Soinato Oiyie rebosa de confianza en si misma. Lleva dos piezas hechas con cuentas; un tocado tradicional masái que cae de su cabeza y un collar con un mensaje rotundo: “Stop FGM”, poner fin a la mutilación genital femenina. Es una líder de su comunidad y defensora de los derechos de las mujeres. Pero para alcanzar este estatus ha tenido que hacer frente a todo tipo de dificultades.
“Tenía solo 10 u 11 años cuando mi padre decidió circuncidarme. Sería la quinta esposa de un hombre de 70 años. Hablé con la maestra de mi clase y ella informó a la jefatura de policía. Apenas dos horas antes de la ceremonia de ablación, llegó la policía y me retiró del lugar”, recuerda. Oiyie fue la primera niña de su aldea en decir no a la mutilación genital femenina.
Durante los ocho años siguientes, Oiyie vivió en un centro de rescate en Narok, Kenya, lejos de todo lo que le era conocido. “Lo más difícil para mí fue dejar mi hogar, dejar a mi familia. No podía dormir… Me despertaba en medio de la noche y pensaba, ¿debiera volver y someterme a la mutilación genital femenina?”, explica.
La huida de Oiyie, al igual que la de miles de niñas con historias parecidas, repercutió en la dinámica familiar. Tuvo que cargar con las consecuencias. “En casa, mi padre empezó a pegarle a mi madre, echándole la culpa de mi huida. Pero mi madre no quería que yo volviera y me circuncidaran. Me quedé en el centro de rescate y terminé la escuela”.
Terminar los estudios fue un paso fundamental en la trayectoria de Oiyie ya que gracias a ello pudo escoger el camino que quería seguir.
Actualmente, Oiyie colabora con una junta que lucha contra la mutilación genital femenina a fin de generar conciencia en aldeas locales sobre las consecuencias nocivas de esta práctica tradicional.
“Es difícil convencer a las personas de poner fin a la mutilación genital femenina, porque se trata de una práctica cultural”.
“Voy a las escuelas y hablo con las niñas y el personal docente; hablo a las personas masái en nuestro propio idioma. Les muestro vídeos sobre la mutilación genital femenina, hago que conozcan sus efectos y les explico la importancia de la educación”. Y, añade que: “se sorprenden al ver a una niña masái educada”.
Aunque Oiyie está orgullosa del trabajo que hace para empoderar a niñas, madres y padres a fin de que rechacen esta práctica nociva, también quiere conseguir una transformación más profunda en su comunidad.
Conoce de primera mano la complejidad de la situación, por lo que afirma: “lo que necesitamos es educación gratuita para las niñas. El pueblo masái es un pueblo de pastores, y muchos padres y madres no tienen dinero para enviar a sus niñas a la escuela”.
Oiyie sueña con construir una escuela gratuita para las niñas de su aldea, y subraya la importancia de incluir a las niñas y madres jóvenes casadas. “Siendo mujeres, nos merecemos este derecho. Es nuestro”.
Jaha Dukureh, activista y embajadora de ONU Mujeres para África
Jaha Dukureh es una conocida activista, Embajadora de ONU Mujeres para África, madre y sobreviviente de la mutilación genital femenina.
Cuando tenía 15 años, viajó sola desde Gambia a Nueva York para casarse con un hombre que no había visto nunca. En ese momento se dio cuenta de que la habían sometido a la mutilación genital femenina cuando era bebé.
“Hay cuatro tipos de mutilación genital femenina; yo sufrí la de tipo tres, que consiste en extraer totalmente el clítoris y en coser los labios y la vagina dejando únicamente un pequeño orificio para orinar y menstruar. Vi que mi matrimonio no se podía consumar hasta que se revirtiera la infibulación”.
Dukureh empezó a hablar anónimamente sobre la mutilación genital femenina cuando se quedó embarazada. “No quería que mi hija tuviese que pasar lo mismo, de eso estaba segura. También sabía que hay millones de niñas en todo el mundo que son como mi hija y que no tienen a nadie que hable por ellas. Si no lo hacía yo, ¿quién iba a hacerlo?”.
Motivada por su estrecha relación personal con este tema, el activismo anónimo de Dukureh pronto se transformó en un clamor de alcance mundial.
“Denuncié la mutilación genital femenina y el matrimonio infantil, escribí blogs, amenacé con avisar a las fuerzas del orden si no me permitían abandonar a mi marido, fundé una ONG para combatir estas prácticas y solicité a la administración de Obama investigar el alcance de la mutilación genital femenina en los Estados Unidos de América”.
Además, Dukureh contribuyó en la legislación para prohibir la mutilación genital femenina en Gambia, su país de origen, demostrando que sus raíces constituyen la esencia de toda su labor a favor de la salud y el bienestar de las niñas.
El trabajo que lleva a cabo en su comunidad le proporciona información y acceso a espacios y conversaciones donde puede promover su causa de manera eficaz.
“No se consigue el cambio hablando a quienes ya están convencidos en salas de conferencias”, afirma. “Debemos trabajar con las y los líderes religiosos y tradicionales, las comunidades de hombres, niños, madres y padres que piensan de otra manera”.
“Debemos escuchar y comprender sus motivos y sus sistemas de creencias de manera respetuosa, al tiempo que aseguramos su privacidad y dignidad. No hay que juzgar”.
“En cambio, tenemos que utilizar interpretaciones religiosas alternativas y hacer referencia a pruebas científicas sobre las consecuencias perjudiciales tanto desde el punto de vista socioeconómico como sanitario que tienen la mutilación genital femenina y el matrimonio infantil”.
Consciente de la importancia que tiene un movimiento liderado por sobrevivientes para poner fin a la mutilación genital femenina, Dukureh espera inspirar a otras niñas y mujeres para que hablen de sus vivencias.
“Debemos apoyar a las mujeres y a las niñas, especialmente a las sobrevivientes, para que sean capaces de liderar el cambio y convertirse en ejemplos para las demás. Cuando una sobreviviente habla a su gente, toca una fibra sensible”.
La MGF se lleva a cabo en diferentes regiones del mundo, repartiéndose a grandes rasgos, entre:Pequeñas comunidades de Latinoamérica
- Se concentra en cerca de 30 países que abarcan el continente africano, Oriente medio y Asia meridional (incluyendo algunos países asiáticos, como India, Indonesia, Iraq y Paquistán)
- Persiste en poblaciones emigrantes que viven en Europa occidental, Norteamérica, Australia y Nueva Zelanda.
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