Héctor Alejandro Quintanar
En el año 2021, el Partido Acción Nacional hizo pública una decisión que para ellos era un acierto demoledor. Como un equipo de futbol que anunciara el fichaje de Lamine Yamal o de Lionel Messi, el PAN salió a presumir que su excandidato presidencial en 1994, Diego Fernández de Cevallos, irrumpiría en las redes sociodigitales, sobre todo en Twitter, para “atraer jóvenes” a votar por el blanquiazul.
El PAN, así, disfrazó de proeza estratégica lo que en realidad era un acto de arqueología morbosa, porque sacó de su sarcófago a un pillastre, para usar su decimonónica pirotecnia verbal como posible anzuelo de votantes de cara a una elección intermedia. De ese modo, surge una reflexión y una duda: con las fanfarrias a la reaparición de Fernández de Cevallos en 2021, el PAN exaltó a un abogado de narcos, gánster traficante de influencias desde el Senado, una momia retrógrada que se refiere a las mujeres como “el viejerío”, y un torturador que amenazaba de muerte y encañonaba a periodistas que le eran críticos, como hizo en 1967 contra el poeta Hugo Gutiérrez Vega, entre otras atrocidades biográficas.
Con ese vergonzante y hamponil currículum, ¿qué tipo de jóvenes tenía el PAN en mente como para asumir que se sentirían atraídos por una figura contrahecha y nociva de la historia mexicana reciente? O una de dos: o el PAN menosprecia a la juventud mexicana o prefería radicalizar y dar formación cínica y tétrica a una minoría de mirreyes inescrupulosos para quienes la política es una plataforma de lucro personal. Y con esa decisión, resalta la vileza del PAN a la hora de pensar a quiénes busca interpelar.
Hoy sucede una cuestión parecida, cuando la revista Letras Libres, plataforma de un ideólogo del PRIAN, Enrique Krauze, abre sus páginas para presumir un ensayo de Ernesto Zedillo. En tiempos recientes, no es la primera vez que esa publicación funge de panfleto portavoz de perdularios: en enero de 2023 le dio espacio a Guillermo Valdés, extitular del CISEN con Felipe Calderón, para perorar justificaciones absurdas sobre la narco-corrupción o narco-negligencia con las que el Gobierno calderonista acrecentó el poder del hampón condenado Genaro García Luna. No puede esperarse menos de una revista cuya nómina dirigente -encabezada por Fernando García Ramírez o el propio Krauze- quedó exhibida desde 2019 como gestora de intrigas ilegales de propaganda sucia -esa que al propio Octavio Paz le daba asco, como lo conversó alguna vez con Carlos Fuentes-, como fue el caso de la inmunda Operación Berlín de 2018.
Es necesario plantear esto porque son antecedentes que explican la conducta de ese mensuario al abrirle la puerta a un sujeto como Ernesto Zedillo, cuyo ensayo plantea, sin atenuantes, que México con la llamada Cuarta Transformación trocó la democracia por la tiranía y que la democracia ha sido asesinada. Señalar la nula autoridad moral del autor para hablar de cualquier tema sería suficiente para nulificar su texto, pero vale la pena desmontar algunas de sus tesis más absurdas, porque eso expondría el ayuno ideológico que hoy aqueja no sólo a la oposición partidista mexicana, sino también a los personajes que se sienten la vanguardia del liberalismo en el país.
En este espacio no se hablará de las gravísimas atrocidades que Zedillo perpetró, fomentó o toleró desde su mandato -como el atraco del Fobaproa, la devaluación inédita, las matanzas como Acteal o la represión a estudiantes-, porque eso ya se ha expuesto con exhaustividad en estos días y por varios colegas. Sólo hay que subrayar lo tocante a la democracia y confirmar que muchas de esas bajezas zedillistas -como la represión policial o militar- son propias de gobiernos autoritarios, lo cual las hace en sí mismas condenables; pero agrava el caso la nula autoridad moral de Zedillo, porque los gobiernos que critica, el de López Obrador y el de Claudia Sheinbaum, no tienen en su haber ningún episodio equivalente.
Pero vayamos a la cuestión no de la calidad de la democracia sino a su parte esencial y minimalista, que son las reglas de competencia y la equidad en la contienda electoral. Ahí, el berrinche falaz de Zedillo en Letras Libres comete el mismo error que los “transitólogos” repiten desde 2018, y es el de asumir, ignorando gravemente la historia reciente, algo así como que Morena y su proyecto son una anomalía marginal que llegó al poder aprovechándose de un sistema democrático que luego tratarían de destruir.
Pasemos por alto el mal análisis histórico que hace Zedillo en su diatriba, donde dice aberraciones como que los gobiernos de López Obrador y de Claudia Sheinbaum emulan, entre comillas, “los atropellos en contra de la Independencia, la Reforma y la Revolución”, salmodia donde, desde luego, el autor no ofrece ningún dato para respaldar su delirante dicho. Y es que eso es imposible, a menos que el expresidente lograra comprobar que la llamada cuatroté legalizó de nuevo la esclavitud -como era antes de la Independencia-; devolvió el poder estatal a la Iglesia católica -como era antes de la Reforma-; o entronizó a una dictadura de corte porfirista -como era antes de la Revolución-.
Ya habrá forma en otros espacios para recordar cómo han sido el partido de Zedillo y el PAN los que sí han tratado de volver a una explotación laboral inhumana -como pretendió la “flexibilidad laboral” neoliberal-; o reconstruir un estado confesional -como los gobiernos panistas de Jalisco, donde Emilio González daba dinero público al cardenal Sandoval Íñiguez o el cabildo de Guadalajara pretendía pagar a sus empleados con cursos de doctrina católica-.
Si bien esos argumentos son muy importantes, porque retratan muy bien la desmemoria e hipocresía de Zedillo, centrémonos ahora en las paupérrimas opiniones del priista sobre el tema central: el proceso de democratización mexicano. En su texto, Zedillo retoma tangencialmente las reformas electorales a partir de 1977 y menciona que la democracia ha sido construcción de muchos mexicanos. Si bien eso que menciona Zedillo es ya un lugar común, es de las pocas verdades que dice en su ensayo.
Sin embargo, el expresidente tecnócrata, a quien Carlos Ortiz Tejeda llamó alguna vez con acierto “limpiabotas de trasnacionales” y un “desclasado hacia arriba”, se pinta como una especie de quijote democrático al aceptar que su elección en 1994 no fue justa y que por eso implementó una reforma judicial y apoyó otra electoral que garantizó, entre otras cosas, un IFE autónomo en 1996.
Zedillo expone, por ejemplo, que esa reforma electoral fue producto de un difícil acuerdo entre políticos y ciudadanos desconfiados entre sí. Y quizá sea cierto ello, pero olvida el desclasado el origen de la desconfianza. La construcción de una autoridad electoral autónoma es ante todo resultado del fraude electoral de 1988, perpetrado por el partido de Zedillo, por su antecesor y empleador Carlos Salinas, y del cual se beneficiaron los colegas y amigos de otros partidos del expresidente.
¿Y quiénes fueron las víctimas centrales de ese fraude? En primera instancia el pueblo de México, que debió presenciar un retorcimiento corrupto de una voluntad legítima expresada en urnas, y asimismo lo fue el representante de esa aspiración, el candidato Cuauhtémoc Cárdenas, y el Frente Democrático Nacional, del cual formaba parte en Tabasco López Obrador, personaje que, a ras de suelo, denunció las transas electorales de los mapaches priistas en ese año y, arriesgando su integridad, hizo lo propio en 1994.
Ahí, en la elección a Gobernador de 1994, Andrés Manuel López Obrador documentó de manera sobrada y a profundidad el fraude cometido por el priista Roberto Madrazo, tanto en los mecanismos de compra de voto e intimidación, como la acreditación del dispendio hamponil de 237 millones de pesos, es decir, casi 100 veces más de lo permitido por la Ley y de los 3.7 millones reportados oficialmente a la autoridad electoral.
¿Cómo incidió eso en la legislación y autoridades electorales mexicanas? Fue una apertura de brecha, porque López Obrador y su entorno y movilización, así contribuyeron a exhibir plenamente a Roberto Madrazo como un vulgar delincuente electoral. Seis años después, ese mapache impresentable reprodujo sus conductas ilícitas, cuestión que fue impugnada en 2000 e hizo que el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación tomara ese caso como piedra angular de la figura de la “nulidad abstracta” para castigar dispendios electorales a partir de entonces.
¿Y qué papel jugó el señor Zedillo en 1994? Luego de un titubeo inicial, terminó respaldando al mapache Madrazo, a sabiendas de sus crímenes electorales. Así, mientras Zedillo hacía caravanas con sombrero ajeno sobre las reformas electorales de los años noventa, López Obrador y su movimiento regional, desde el terreno -que es donde se concreta realmente la democracia-, denunciaban y acreditaban, arriesgando el pellejo, las iniquidades y crímenes electorales del otrora Partido de Estado, cuestión que a la larga fue un punto de inflexión hacia Tribunales más garantistas y una mejor vigilancia contra el financiamiento ilegal en campañas.
En otra parte de su presunto ensayo, Zedillo acusa que López Obrador insultó -o algo así- a la autoridad electoral desde mucho antes de 2018. No se aclara qué entienda el tecnócrata desclasado por “insulto”, pero pues ha sido gracias a la impugnación de López Obrador, Claudia Sheinbaum y el movimiento que han construido desde 2004, que se lograron nuevas reformas electorales y la institucionalización de mejores condiciones de competencia. De no ser por los “insultos” de AMLO al mapache Madrazo, por ejemplo, posiblemente no existiría hoy la figura garantista de la nulidad abstracta.
Y en el mismo tono, de no ser por los “insultos” de López Obrador, Claudia Sheinbaum y su movimiento en contra del IFE de 2006 (insultos que, por cierto, iban acompañados de nuevo de documentación y pruebas); sin duda alguna hoy no tendríamos la reforma electoral de agosto de 2007, esa que, al modificar varios artículos del Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales -violados impunemente por Fox, Calderón y el PRI-; redujo sustancialmente el dinero sucio gastado en televisoras, mejoró enormemente las condiciones de competencia para todos los partidos y acotó de manera racional la duración de las campañas políticas, cuestiones que, antes, dispendiaban millones y duraban eternidades para beneficio, adivinen, de personajes como Zedillo y su partido.
En su jeremiada apocalíptica publicada en Letras Libres, Zedillo tiene el cinismo de acusar que, desde antes de ser Presidente, López Obrador y acaso también Claudia Sheinbaum, entre comillas, “desafiaron las reglas y procedimientos electorales”. El priista nunca ofrece la menor evidencia para acreditar sus dichos. Quizá porque le habría sido imposible: en 2006 AMLO gastó menos de la mitad del dinero en spots televisivos que sus contrincantes del PAN -Felipe Calderón- (quien rebasó ilegalmente los topes de campaña ese año), o del PRI, el mapache de nuevo Roberto Madrazo.
Congruente con esa práctica, en mayo de 2018 el propio Instituto Nacional Electoral de Lorenzo Córdova hizo público que López Obrador, debajo de Ricardo Anaya y José Antonio Meade, era el candidato que menos había gastado en campaña, y por mucho.
Asimismo, ni López Obrador ni Claudia Sheinbaum tienen en su historial el haber creado empresas fantasma para desviar recursos federales a campañas políticas -como sí hizo el Gobierno de Fox para favorecer a Calderón-; tampoco tiene en su haber una connivencia mafiosa con televisoras para gastar por años recursos públicos en una candidatura, como fue el caso de Peña Nieto. Más importante, ni AMLO ni Sheinbaum han usado el aparato judicial para encarcelar o intimidar candidatos opositores, como sí hizo la PGR de Fox en 2005 o el PRI en Tabasco en 1988 y 1994. Más concretamente, ni AMLO ni Sheinbaum tienen en su haber el ser favorecidos por un magnicidio, un dispendio electoral injusto y un atraco multimillonario documentado para desviar dinero de paraestatales a favor de su partido, como fue el caso Pemexgate, atrocidades que ocurrieron, exactamente, con la responsabilidad, culpa o beneficio del señor Ernesto Zedillo.
Las reglas electorales que nos ha dado la transición, y que Zedillo y los transitólogos fetichizan, no son más que letra muerta o buenos deseos si no se contrastan con el terreno y la práctica concreta en la historia reciente. Y es en ese ámbito donde López Obrador, Claudia Sheinbaum y la llamada Cuarta Transformación han actuado, a través de la denuncia y la documentación de todo tipo de crímenes e iniquidades perpetrados por el PAN y por el PRI. De ahí que resulte ridículo que el expresidente se erija como paladín de la letra legal cuando ha sido la izquierda partidista la que, con razón, ha fungido de fe de erratas y de víctima de una buena parte de las impotencias, taras e insuficiencias de dichas leyes.
Baste un ejemplo para acreditar este dicho. Zedillo presume que él influyó en que se cambiara la estructura de la Suprema Corte de Justicia y la de los consejeros del Instituto Federal Electoral, entidades que a partir de los noventa tuvieron una conformación más democrática, donde la nueva Ley hace que ya no sea el capricho presidencial sino un juego más abierto de otros actores el que incide en su integración.
Pues bien, eso de nuevo queda en lo etéreo si observamos que, a pesar de lo bien escrita que pueda estar dicha nueva Ley, en los hechos han pesado más las componendas sucias de la partidocracia, como ocurrió en la configuración del Consejo General del IFE en 2003, donde, contrariando a la propia Ley, el PRI y el PAN excluyeron deliberadamente al PRD en la conformación de dicha entidad y no se permitió la llegada del consejero Jesús Cantú, a pesar de que el PRD tenía fuerza considerable en el Congreso y ameritaba decidir sobre esa cuestión.
PRI y PAN, corruptamente, a pesar de la magnánima y democrática Ley, decidieron excluir a la mala a otro partido, y así gestaron uno de los peores consejos electorales de la historia, el de Luis Carlos Ugalde, una mezcla de incompetentes y cuates de bohemia de Felipe Calderón (como el consejero Rodrigo Morales), que en 2006 fueron cómplices del fraude electoral de ese año y en 2007 fueron corridos todos por su sevicia e ineptitud.
Así, el mundo maravilloso que Zedillo y los transitólogos preconizan no ha existido más que en sus imaginaciones, en el peor de los casos, y, en el mejor, ha sido un mundo en el cual López Obrador y su movimiento fungieron como impugnadores legítimos de todo aquello que, en la práctica y los hechos, que son los que valen, no se ha cumplido a cabalidad.
Con base en estos elementos, que Zedillo acuse que los gobiernos de AMLO y Sheinbaum son una tiranía es no sólo una necedad febril, sino una delación proyectiva. Es momento de pensar por qué un mensuario como Letras Libres, quizá carente de voces lúcidas o críticas legítimas, recurra al cascajo histórico para pergeñar lamentos tan falaces como indignos.
Tal vez más que un ánimo crítico hay en ese sector unas ínfulas pendencieras contra López Obrador y Claudia Sheinbaum, quienes para criticar a Krauze y Zedillo no han tenido que recurrir a la mentira ni a la distorsión, sino al retrovisor de la historia y a recordar sus actos en el pasado reciente. Así, la 4T puso enfrente de sus malquerientes de arriba un espejo y no les gustó lo que vieron. Es esperable que, ante ello, se enojen y respondan con esa demencial virulencia.

Héctor Alejandro Quintanar
Héctor Alejandro Quintanar es académico de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, doctorante y profesor en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Hradec Králové en la República Checa, autor del libro Las Raíces del Movimiento Regeneración Naciona
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