Francisco Olaso
BERLÍN, 23 de febrero (apro).- “Deseo un resarcimiento por el precio de todos los metros cúbicos de agua que hasta hoy utilizo para ducharme exhaustivamente dos veces por día y, no obstante, me siento siempre sucio”, escribe en un foro de internet un exalumno del Colegio Canisius de Berlín, instituto secundario de elite, regenteado por padres jesuitas.
“Deseo que se quemen en el infierno los que a través de sus abusos me negaron la posibilidad de confiar en otras personas y adentrarme en vínculos sin tener miedo”, agrega.
El autor de este mensaje arrastra hasta el presente el trauma de su paso por dicho establecimiento religioso, entre 1959 y 1963.
El abuso sexual contra alumnos del Colegio Canisius, a cargo de padres jesuitas, se hizo público a finales de enero pasado. Desde entonces ven la luz denuncias de otras víctimas en toda Alemania. A los 115 casos que hasta hoy se han reportado en el colegio berlinés, se suman otros ocurridos en establecimientos jesuitas de Hamburgo, Hildesheim, Göttingen, Bonn, Werl y la Selva Negra.
El Colegio Canisius encargó una investigación a la abogada Ursula Raue, cuyo informe preliminar fue presentado el 18 de febrero.
La mayoría de las víctimas dijo haber sufrido el manoseo de sus genitales y otras caricias molestas. Algunas víctimas se suicidaron.
Los jesuitas imputados (al menos 12 en este colegio) no tienen por qué temer una eventual persecución de la justicia. La fiscalía alemana ha anunciado que la mayoría de los casos ha prescrito.
Propuesta
La mayor parte de los casos data de las décadas de los 70 y 80. Que se hayan hecho públicas recién ahora se debe, según opinan los expertos, a que las personas abusadas necesitan a menudo muchos años para sobreponerse a la vergüenza, poder contar su historia, atreverse a acusar a sus atormentadores. En su momento los adolescentes temían que no se les creyera. Sobre todo por la investidura moral de la que gozaba el sacerdote en sus familias.
“No tenía a nadie con quien hablar”, dijo el exalumno Ansgar B. al Berliner Zeitung, que publicó su testimonio el pasado miércoles 10. "Mis padres no me hubieran creído. Eran tan católicos. Para ellos el Colegio Canisius no podía hacer nada malo. Y mis compañeros pensaban, al igual que yo, que eso formaba parte del hecho de convertirse en adultos”.
En 1975, Ansgar tenía 12 años. Su profesor de religión era el padre Peter R., de 33 años, a quien se consideraba progresista, ya que nunca usaba el hábito negro de los jesuitas y, además, sabía comunicarse con los chicos en su propio lenguaje. Ansgar pertenecía al grupo de "aspirantes a jefe de grupo" que dicho padre había formado.
El grupo fue invitado a pasar un fin de semana en la escuela. El sábado, Peter R. les dio una clase teórica de sexualidad y reproducción, valiéndose de preservativos y libros de biología. El domingo, cada alumno fue llevado a un cuarto, y el padre les dio un sobre con fotos y cuestionarios. Todas las preguntas se referían al tema sexual. "¿Cuántas veces por semana te masturbas?". "¿Qué pensamientos te abordan entonces?". En una foto podía verse a una chica de unos 16 años desnuda. En otra, dos chicos desnudos en una cama se tocaban mutuamente el sexo.
Ansgar escribió en el formulario que la chica lo excitaba y que los chicos le causaban asco.
A continuación, cada joven debía pasar por la habitación del padre Peter R. "Entonces él me exprimió a preguntas", relata Ansgar. "Sobre la masturbación, si miraba a las chicas... Todo era para mí muy desagradable. Le tuve que prometer que no me masturbaría en los siguientes seis meses."
Finalmente, el padre le hizo al joven una propuesta inequívoca: "Si ves que no te puedes contener, puedes dirigirte a mi y masturbarte en este cuarto."
Una vez por mes los integrantes de ese grupo debían presentarse frente a Peter R. y describir sus fantasías sexuales. Si al ser llamado por el padre, el chico se demoraba mucho dentro de su cuarto, el resto lo compadecía, dando por hecho que había tenido que masturbarse en presencia del jesuita.
El foro de internet Spreeblick, en el que decenas de exalumnos del Colegio Canisius cuentan su experiencia, revela que los alumnos conocían bien la inclinación sexual de algunos padres por los adolescentes. El nombre de los afectados era un secreto a voces. Pero entre los chicos se trataba el tema casi siempre a modo de chiste o broma. Quizá el modo más usual de rehuir una situación de peligro, vergüenza, desprotección, impotencia.
Fiebre
Miguel Abrantes Ostrowski, actor alemán de 37 años, hizo su bachillerato en el Colegio Aloisius en Bonn. De ascendencia española por parte de padre, Abrantes cree que es la sumatoria de diferentes hechos lo que puede considerarse abuso sexual. "Tener diez años, y después de una ducha caliente ser mojado con agua helada por un padre con una manguera, me parecía extraño, pero no lo hablé con nadie", dice a Apro.
Un año más tarde, el mismo padre lo llamó a su cuarto para medirle la fiebre. “La puerta se cerraba y uno tenía que bajarse los pantalones y recostarse en una camilla de cuero", cuenta. "El padre te ponía el termómetro en el ano, se iba a otro cuarto y volvía minutos después: en ningún momento se hablaba." Este mismo padre tenía además cierta afición por la fotografía. "Siempre que tenía la oportunidad, fotografiaba a alumnos, especialmente al ducharse", cuenta Abrantes.
Cierta vez él y un compañero habían pintado un garaje y estaban sucios de pintura hasta la cabeza. "El padre nos hizo desnudar, y durante la ducha, con la pintura y el shampoo todavía en el pelo, nos llevó a un gran parque del colegio, donde nos tomó fotografías sobre piedras y ramas de árboles. Cuando le preguntamos qué había pasado con las fotos, dijo que no habían salido."
Abrantes define el sistema que reinaba en el colegio como una teocracia en la que los padres tenían la suma del poder. Nadie los contradecía. Muy por el contrario, los chicos buscaban su aprobación. Abrantes es autor del libro Sacro pop, publicado en 2004, que refleja lo vivido en el colegio jesuita.
“Abusos sexuales graves, creo que no ocurrieron, pero algunos padres se movían permanentemente en el límite", sostiene.
Abrantes acaba de presentar una denuncia judicial contra varios padres del Colegio Aloisius, por acoso sexual contra su persona y la de otros compañeros. A causa de las denuncias, el padre Theo Schneider renunció el pasado domingo 7o a su cargo de director del colegio.
En realidad el escándalo comenzó en Berlín, a fines de enero, cuando el padre jesuita Peter Mertes, actual director del Colegio Canisius, tras recibir algunas denuncias, envió una carta a 600 exalumnos del establecimiento. "Con profunda conmoción y vergüenza he tomado conocimiento de estos ataques espantosos, que no han sido aislados, sino sistemáticos", figura en el texto. La carta tomó muy pronto estado público. Las denuncias se multiplican día a día.
La política de la jerarquía católica ante estos casos siempre había sido la opuesta. Apelar al espíritu de cuerpo. Ocultar toda crítica. Colocar a la institución por encima de los destinos individuales. Mertes le ha dicho a la prensa que ya en 2006 había recibido una carta de una víctima, quien sin embargo le pidió discreción.
En realidad la orden estaba al tanto de los abusos desde hace décadas. Así lo afirma una víctima, que denunció en 1981 al padre Peter R. por abusos sexuales, ante al rector del colegio.
Frente al escándalo mediático, la reacción entre los dignatarios de la Iglesia católica ha sido diversa. El secretario de la Conferencia Episcopal Alemana, el jesuita Hans Langendörfer, señaló: "Las revelaciones muestran una cara oscura de la Iglesia, que me asusta. Queremos tratar el tema abiertamente." El padre Eberhard von Gemmingen, exdirector de la redacción en alemán de Radio Vaticano, trazó una analogía entre la condena general a los judíos que posibilitó el holocausto y la que ahora sufre la orden jesuita. Luego se retractó. Igualmente apoyó a uno de los padres cuestionados.
El domingo 7, el papa Benedicto XVI condenó el abuso sexual de niños a través de sacerdotes, pero no se refirió en particular a los casos de Alemania. El Vaticano informó que consideraba "abarcativo" el pedido de perdón expresado por el superior de los jesuitas en Alemania, Stefan Dartmann.
El obispo de Augsburg, Walter Mixa, dijo que la revolución sexual vivida en las décadas pasadas era corresponsable de los casos de abuso dentro de la Iglesia, según publicó el Augsburger Allgemeinen el pasado martes 16.
Celibatos
En 2002, la Iglesia católica alemana aprobó una serie de lineamientos para asistir a menores de edad abusados sexualmente por religiosos. Cada obispado designó entonces un encargado de recibir denuncias. Pero estos lineamientos tienen el carácter de autoimposición. No obligan a la Iglesia a informar los casos a la fiscalía. En la práctica, muchos casos se han tratado internamente y no salieron a la luz.
"No faltan las palabras bien intencionadas, pero sigue faltando un concepto para una acción estructurada y consecuente", dijo el martes 2 Helmut Schüller, director de la defensoría del pueblo para víctimas de abuso sexual por miembros de la iglesia de la Archidiócesis de Viena, según publicó el diario Die Zeit.
Schüller cree que las causas del abuso hay que buscarlas en el celibato obligatorio, la rígida moral sexual católica y las estructuras jerárquicas autoritarias de la Iglesia. La pronunciada merma de la cantidad de sacerdotes hace más laxo su alistamiento y dificulta su remoción.
Abrantes prefiere hablar de pedofilia. "El padre del que hablamos era en realidad un pedófilo", dice. "Uno puede casarse y seguir siéndolo. Lo que faltan son mecanismos de control."
El director del Colegio Canisius, Peter Mertes, se ha preguntado en voz alta frente a la prensa si existe una relación entre represión de la sexualidad y silenciamiento de los abusos. "Los casos de abuso sexual, no sólo aquí, sino en los años pasados, interrogan seriamente a la Iglesia católica, si es que a través de su cultura, de su sistema, se propicia el abuso sexual", agrega el jesuita.
Desde 1995, al menos 94 clérigos y laicos fueron imputados de cometer abusos sexuales. Sólo 30 de ellos fueron acusados y condenados por la justicia. En la actualidad hay al menos 10 religiosos que son sospechosos de haber cometido abuso sexual.
Los datos se desprenden de la encuesta publicada por la revista Der Spiegel el domingo 7, con base en información recabada en 24 de los 27 obispados de la Iglesia católica alemana.
Para Wunibald Müller, psicólogo de la casa de retiro espiritual que la iglesia tiene en Münsterschwarzach, el número es muy superior. Estima que la cantidad de sacerdotes que abusan sexualmente de niños en Alemania ronda --al igual que en otros países-- el 2 al 4% del total, lo que equivale de 350 a 700.
Secuelas
El traslado es el castigo más duro que han recibido los padres ahora imputados. Ante las denuncias, la orden los destinó a otros institutos o a trabajar como curas en otras diócesis. El padre Peter R., por ejemplo, fue apartado del colegio berlinés en 1983. Ofició como cura en Baja Sajonia, donde en 1989 una madre lo denunció frente al obispo de Hildesheim por acosar sexualmente a su hija de 14 años.
Tras retirarse de la orden en 1995, un antiguo alumno lo atacó e hirió con un cuchillo. El agresor se suicidó más tarde. Otros padres acusados fueron destinados al trabajo en organizaciones benéficas. Tal es el caso del padre Wolfgang S. de 65 años, actualmente en Chile. O el de Bernhard E., de 70 años, fundador en Frankfurt de la obra benéfica Médicos para el Tercer Mundo.
El camino de las víctimas suele ser más duro. "Muchas personas de esa edad han podido reprimir con éxito ese tipo de experiencias", señaló el terapeuta berlinés Norbert Kroeger al Berliner Zeitung el pasado miércoles 10.
Kroeger tiene entre sus pacientes a una persona abusada por un sacerdote. “Pero ahora, cuando el abuso se convierte en un tema público y la persona entiende que pertenece una comunidad de víctimas, todo brota de nuevo. Los sentimientos bloqueados durante años se expresan en temblores, pesadillas, molestias estomacales o cardíacas”.
Peter Mertes, director del Colegio Canisius, no descarta el pago de eventuales indemnizaciones. Como secuela de los abusos, las víctimas tienen problemas con su sexualidad, su vida matrimonial, algunos se han hecho adictos a las drogas. Pero incluso algunos que no reconocen secuelas graves guardan un sabor amargo de sus años con los padres jesuitas. "Nunca sentí calor humano en compañía de ellos", dice Ansgar B.
"Según mi experiencia de diez años en el internado, puedo decir que esos jesuitas no sabían manejarse con los sentimientos", sostiene Abrantes. "Cuando te daban la mano para elogiarte, te la apretaban de una forma que te hacía doler. Si alguien lloraba, lo que ocurría muy pocas veces, jamás se lo abrazaba. Se trataba de educarnos para ser animales alfa y no personas que pudieran expresar sus sentimientos."
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